Lunes, 23 de diciembre de 2024

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¿Se ha preguntado Vd. alguna vez que fue de las tres carabelas que descubrieron América?

por En cuerpo y alma

 
            Es pregunta de parvulines, demasiado sencilla para ser ni siquiera de Trivial: la Pinta, la Niña y la Santa María, que aprendíamos cuando yo era niño con aquel sencillo juego nemotécnico que decía: “¡Santa María, que pinta que tiene la niña!”
 
            ¿Pero cuál es la historia de los tres barcos más famosos de la historia? ¿Cómo nacieron y cómo murieron? Pues bien, antes de adentrarnos en la de cada uno de ellos, es obligado sentar unas generalidades comunes a las tres. La primera es que de las “tres carabelas”, carabelas, lo que se dice carabelas, sólo eran dos: la Pinta y la Niña. La Santa María era una nao o carraca, por cierto la más grande de las que llevó Colón en el periplo descubridor.
 
            El costo de la expedición se estima en 2.000.000 de maravedíes (más el sueldo de Cristóbal Colón), de los que se cree que Colón aportó la cuarta parte, la mitad el judío Luis de Santángel, banquero de Fernando el Católico, y el resto supuestamente los banqueros genoveses, Juanoto Verardi, la familia Di Negro y los Spinola, entre otros.
 
            El 30 de abril de 1492 dictan los monarcas una Real Provisión dirigida al alcalde de Palos de Moguer, Diego Rodríguez Prieto, y a los vecinos de Palos, los cuales estaban condenados a servir durante doce meses con dos carabelas por cierta desobediencia cometida durante la guerra con los moros.
 
            Según la Información de Moguer de 12 de febrero de 1515, Alonso Pardo, escribano público de la ciudad, declara haber embargado dos carabelas en Palos. Se desconoce si son las que realizaron el viaje u otras dos. La tercera embarcación fue fletada, a su costa por Cristóbal Colón, y fue la conocida como “Santa María”.
 
            De la publicación “Construcción de la carabela ‘La Niña’”, de la Universidad Politécnica de Cartagena, extraigo esta interesante información:
 
            “Una carabela es una embarcación a vela, ahora en desuso, ligera, alta y larga -hasta 30 metros-, estrecha, de aparejo redondo o latino y contaba con tres mástiles, sobre una sola cubierta y elevado castillo de popa; navegaba a 5,83 nudos (unos 10 kms. por hora). Gracias a estas características pudo afrontar con éxito los viajes a través del océano. Fue inventada por portugueses pero también fue utilizada por los españoles en sus propios viajes de exploración durante el siglo XV.
            Con este tipo de velamen, velas latinas, el pilotaje de una carabela requería mucha más destreza y conocimiento que con las embarcaciones más comunes de finales de la Edad Media y principios del Renacimiento, de las cuales la principal era la carraca o nao. Ello conllevaba una mejora significativa de la maniobrabilidad con cualquier tipo de viento; sin embargo, este tipo de vela no permite aprovechar al máximo el viento de popa como lo hacen las velas rectangulares.
            Es muy probable que las carabelas hayan evolucionado de los dhows, de las bagras o bájalas árabes, buques de tres palos con vela triangular, (trina), de cuyo nombre “la trina”, derivó el nombre de “latina”, cuando éstos se introdujeron en la Península Ibérica durante la ocupación musulmana.
            En un principio las carabelas se utilizaron como embarcaciones pesqueras. […] En los años posteriores al descubrimiento y la conquista y colonización de América, las carabelas fueron cayendo en desuso en la medida que aparecieron nuevos tipos de embarcaciones, especialmente los galeones, los cuales tenían como precedente a las naos y carracas, pero con enormes mejoras en sus prestaciones, especialmente en cuanto a capacidad de carga, resistencia y maniobrabilidad”
 
            Dicho todo lo cual, vamos ya con las singularidades de cada una de ellas y hoy concretamente con la Santa María. Propiamente hablando era una nao o carraca. Su propietario era Juan de la Cosa, y fue la nave capitana de la expedición, es decir, aquélla en la que viajaba el Almirante. Tenía 36 metros de eslora y tres mástiles. Antes de llamarse “Santa María” se llamó “La Gallega”.
 
            Estando ya en América y hallándose en la bahía de Santo Tomás, Colón parte para conocer a Guacanagari, rey de los taínos, el 24 de diciembre en la Santa María. Al oscurecer, deja el control de la nao a un grumete y hacia la medianoche las corrientes de la zona la conducen hacia un banco de arena. El grumete da la voz de alarma y la tripulación abandona la nave. No hay muertos, pero la nao queda inservible.
 
            El esfuerzo no será en balde, pues Colón y Guacanagari alcanzan una alianza para acabar con el caníbal Cibao. Por lo que hace a la nao capitana de la expedición americana el mismo 26 se comienza a construir con sus restos un fuerte que se llamará Fuerte de la Navidad, por la fecha en la que había ocurrido el naufragio, el cual queda emplazado entre la desembocadura del Guarico y la Punta de Picolet, en la costa noroccidental del moderno Haití.
 
            Sólo nueve días después, el 4 de enero de 1493, Colón emprende el regreso a España con las dos naves restantes, dejando en el fuerte 39 hombres armados a las órdenes de Diego de Arana. Tras dos meses de travesía alcanza Lisboa, Palos de la Frontera y en abril de 1493 llega a Barcelona, donde es recibido por los Reyes Católicos.
 
            En menos de cinco meses todo está listo para el Segundo Viaje, una flota con 1.500 hombres que sale de España el 25 de septiembre de 1493. El 22 de noviembre Colón se halla de vuelta en La Española; el 25 encuentra dos cadáveres con una soga de esparto al cuello y los brazos en cruz atados a un madero; el 26 halla dos crucificados más. Por la noche la flota llega al lugar donde se había construido el fuerte. Una vez amanecido, un batel arriba a la playa y encuentra sus ruinas y la empalizada en cenizas. Los indios informan a los españoles de que los hombres del fuerte habían fallecido de diversas dolencias y de peleas internas, y que a los últimos cuatro habitantes del fuerte los había matado el cacique enemigo Caonabó.
 
 
 
            ©L.A.
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