Los cristianos somos hjos adoptivos de Dios
por Desde mi ventana
La mente humana por sí misma nada puede saber de la vida íntima de Dios. Lo que podemos vislumbrar y enunciar sobre Dios no es fruto del raciocinio, sino de la revelación divina. “Nadie conoce al Padre sino el Hijo y nadie conoce al Hijo sino el Padre y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”.
Esta misma revelación nos dice que Dios no es el Gran Solitario. Es la Vida y la fuente de toda vida que desborda incontenible entre las 3 personas divinas con una admirable comunicación e interrelación de amor. Los hombres estamos llamados a formar parte de la gran familia divina. Somos hijos adoptivos de la familia trinitaria. “Hemos recibido el Espíritu de adopción, nos dice San Pablo, por el cual clamamos: “Abba, Padre”. La iniciativa es de Dios. Nuestra condición y destino supera todo lo imaginable. ¡somos hijos de Dios!. Nada más y nada menos. Por Jesucristo, el Unigénito, somos introducidos en la intimidad de Dios. Somos hijos en el Hijo. El Evangelio, pues, no es sólo un mensaje para escuchar sino una vida para compartir. En todos los cristianos deberían predominar sentimientos filiales de amor, no de temor. El temor es propio de esclavos, el amor de hijos.
El Espíritu que habita en nosotros nos impulsa a sentirnos plenamente hijos de Dios. “Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, son hijos de Dios”. La tarea primordial que trajo Jesús al mundo fue al de reunir a los hijos de Dios dispersos. Por medio de su Espíritu nos convoca e impulsa a vivir en la unidad. Esta es la voluntad de Dios. Quienes trabajan y viven la Fraternidad están realizando ya, aquí y ahora, el futuro de Dios que impulsa a vivir en la unidad.
Con San León Magno hay que recordar a la gente de hoy lo que el santo solía repetir a los cristianos de su tiempo: “¡Reconoce, cristiano, tu dignidad!”. No la hay ni puede haber mayor. ¡Somos realmente hijos adoptivos de Dios!
MIGUEL RIVILLA SAN MARTIN
Esta misma revelación nos dice que Dios no es el Gran Solitario. Es la Vida y la fuente de toda vida que desborda incontenible entre las 3 personas divinas con una admirable comunicación e interrelación de amor. Los hombres estamos llamados a formar parte de la gran familia divina. Somos hijos adoptivos de la familia trinitaria. “Hemos recibido el Espíritu de adopción, nos dice San Pablo, por el cual clamamos: “Abba, Padre”. La iniciativa es de Dios. Nuestra condición y destino supera todo lo imaginable. ¡somos hijos de Dios!. Nada más y nada menos. Por Jesucristo, el Unigénito, somos introducidos en la intimidad de Dios. Somos hijos en el Hijo. El Evangelio, pues, no es sólo un mensaje para escuchar sino una vida para compartir. En todos los cristianos deberían predominar sentimientos filiales de amor, no de temor. El temor es propio de esclavos, el amor de hijos.
El Espíritu que habita en nosotros nos impulsa a sentirnos plenamente hijos de Dios. “Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, son hijos de Dios”. La tarea primordial que trajo Jesús al mundo fue al de reunir a los hijos de Dios dispersos. Por medio de su Espíritu nos convoca e impulsa a vivir en la unidad. Esta es la voluntad de Dios. Quienes trabajan y viven la Fraternidad están realizando ya, aquí y ahora, el futuro de Dios que impulsa a vivir en la unidad.
Con San León Magno hay que recordar a la gente de hoy lo que el santo solía repetir a los cristianos de su tiempo: “¡Reconoce, cristiano, tu dignidad!”. No la hay ni puede haber mayor. ¡Somos realmente hijos adoptivos de Dios!
MIGUEL RIVILLA SAN MARTIN
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