Unidad en la diversidad

La Iglesia es una por la unidad en la caridad, porque todos está unidos por el amor de Dios y entre sí por el amor mutuo (Santo Tomás de Aquino)

Aquel era un día normal, como  cualquier otro. Hacía un sol espléndido y la plaza estaba llena, como en un día cualquiera de fiesta. Había una gran variedad de personas venidas de distintos lugares. Se notaba no sólo por el aspecto físico, sino por la multitud de lenguas que se escuchaban. Por eso, todo lo que sucedió esa mañana sorprendió mucho más. Primero fue ese ruido asombroso, como si se acercase una tormenta. Sin embargo, no había nubes, pero sopló una brisa, suave y estremecedora a la vez.

Después, la sorpresa aumentó cuando, todos a una, dirigimos nuestras miradas a una de las casas. Poco a poco nos concentramos cerca de la ventana superior, como movidos por una extraña fuerza. Y el colmo del asombro fue cuando aquel hombre mayor, de barba blanca y un fuerte acento galileo, comenzó a hablar. Al principio no se oía bien, pero poco a poco sus palabras se hicieron comprensibles, y cada uno lo escuchábamos en nuestra propia lengua materna. Partos, medos y elamitas; los que habitamos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, el Ponto, Asia, Frigia, Panfilia, Egipto, la parte de Libia fronteriza con Cirene; los romanos residentes aquí, tanto judíos como prosélitos, cretenses y árabes, les oímos proclamar en nuestras lenguas las maravillas de Dios.

Hay algo en este relato de los Hechos de los Apóstoles que no deja de maravillar. La Iglesia nace con carácter universal, católico. Una multiplicidad de lenguas, personas de distintas culturas, de modos de pensar, de una gran variedad de países, todos ellos entran en la misma Iglesia. Todo esto muestra cómo lo característico del Espíritu Santo es la unidad en la multiplicidad.

A lo largo de la vida de la Iglesia, el Espíritu Santo ha suscitado una gran variedad de carismas, órdenes religiosas, instituciones, movimientos. Formas o modos de vivir el Evangelio que responden a las necesidades de la propia Iglesia y, por tanto, sólo se entienden cuando son para edificar el Cuerpo de Cristo. En consecuencia ningún cristiano, que en un momento descubre un carisma concreto, puede erigirse como la única forma de vivir el Evangelio; ni puede pretender ser el poseedor de la única verdad que es Cristo, pues el sentir del Espíritu está inseparablemente unido al sentir de la Iglesia y a su servicio.

Hay una estrecha relación entre unidad y diversidad en la Iglesia. No es una lucha de elementos opuestos. La unidad no es uniformidad, ni la diversidad, caos, sino que una y otra forman parte de la comunión de la Iglesia. Y ésta es consecuencia de la caridad. El amor está en la raíz espiritual de la comunión, y en él todos debemos progresar constantemente y pedir como don precioso del Espíritu Santo.

Él quiere vuestra multiformidad y os quiere para el único cuerpo, en la unión con los órdenes duraderos –las junturas- de la Iglesia, con los sucesores de los Apóstoles y con el Sucesor de Pedro. No nos evita el esfuerzo de aprender el modo de relacionarnos mutuamente; pero nos demuestra también que Él actúa con miras al único cuerpo y a la unidad del único cuerpo. Sólo así precisamente la unidad logra su fuerza y belleza … el Espíritu Santo sopla donde quiere, pero su voluntad es la unidad[1].