Lunes, 23 de diciembre de 2024

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Papa Francisco: el Espíritu Santo es armonía por sí mismo

por La divina proporción

En la audiencia que el Papa Francisco concedió al Colegio Cardenalicio, se trató un tema actual e interesante: la unidad de la Iglesia. 

El Santo Padre nos recordó que la unidad en la diversidad de la Iglesia, se hace posible gracias al Espíritu Santo: “Este conocimiento y apertura mutua nos han facilitado la docilidad hacia la acción del Espíritu Santo. El paráclito es el supremo protagonista de toda iniciativa y manifestación de fe. Es algo curioso. Esto me hace reflexionar: el paráclito marca todas las diferencias en las iglesias. Parece ser un apóstol de Babel pero por otro lado es el que genera la unidad de esta diferencia. No en la igualdad sino en la armonía”. 

El Espíritu Santo nos llena de dones que generan diversidad. Son dones que se adecuan al carisma individual de cada uno de nosotros. Podríamos pensar en que esto nos llevaría a la Torre de Babel, tal como el Santo Padre nos indica, pero no tiene razón de ser así. 

Fijémonos en una catedral gótica y pensemos en la diversidad de elementos que la componen. Podríamos decir que cada piedra es diferente y no por ello la construcción es un caos. Para que la catedral sea lo que es, necesita de algo que exceda a la suma de todas las piedras unidas: orden, sentido y armonía.

 

Pero el ser humano es más que una piedra. Es un ser libre que decide y actúa según el plan de Dios o se rebela ante lo que estima que le limita su libertad. Por desgracia, muchas veces decidimos colocarnos en el lugar que más nos gusta y al no encajar, desatamos guerras internas conflictos. Es evidente que a todos nos gustaría ser lo que no somos. Nadie no está contento con lo que es y además, intenta vivir donde no le corresponde, termina intentado adecuar el lugar a lo que realmente es él. El resultado es la sociedad en la que vivimos, llena de contradicciones y siempre convulsa.

Me acuerdo de ese Padre de la Iglesia que le definía así: ´ipse harmonia est´. El paráclito, que nos da a cada uno de nosotros carismas diferentes que nos unen en esta comunidad de Iglesia que adora al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo”. 

Volviendo a la Iglesia es impresionante que nunca llegue a descomponerse y a perder su posición y misión. Aunque esté llena de excentricidades, infidelidades e incluso crímenes, la Iglesia sigue adelante a través de los santos que la componen. Si nos fijamos en lo que ocurrió en el Gran Cisma de Occidente, veremos que hubo santos que guiaron a la Iglesia, aunque existieran tres Papas simultáneos. Pensemos en Santa Catalina de Siena y en el Beato Juan Dominici como las dos luces que sacaron a la Iglesia de ese tremendo momento. En estas cosas nos damos cuenta que, incluso si la jerarquía eclesial entra en crisis, la verdadera jerarquía nunca abandona a la Iglesia: los santos. Aunque a muchas personas les resulte incomprensible, el verdadero poder de la Iglesia reside en la santidad. El Espíritu Santo actúa por encima de los egoísmos y soberbias de cada momento y siempre lo hace con humildad. 

¿Quién era Santa Catalina de Siena? Una humilde beguina que casi sin saber escribir llegó a ser Doctora de la Iglesia. ¿Quién fue el Beato Juan Dominici? Un humilde hijo de pobres padres, que intentó ingresar en la orden Dominica sin tener instrucción y siendo incapaz de hablar con fluidez. Dios obró en él un milagro y llego a ser la pieza que negoció con los tres Papas la salida del Gran Cisma. Fue nombrado Cardenal hasta que dimitió, una vez cumplida su misión. 

Entonces lo tenemos claro: unidad, armonía y paz. ¿A qué esperamos? Acualmente nos enfrentamos a una verdadera Torre de Babel postmoderna. Las palabras han perdido su significado y cada cual elije el que le resulta más conveniente. Las palabras unidad, paz y armonía no significan lo mismo para todos nosotros. Hay quienes entienden la armonía como el caos o la ausencia de comunicación. La paz se entiende como la tolerancia de quienes se ignoran mutuamente. La unidad es otro concepto peligroso. Hay quien promueve la unidad como algo puramente nominal, donde todo es posible y tolerable. 

La Paz del Señor no es la paz de los cementerios, ni se basa en la unidad de la incomunicación ni la armonía del silencio. La Paz del Señor se basa en el respeto mutuo y en el afecto que nos une. La unidad es complementariedad dentro de un proyecto común que es el plan de Dios. La armonía, el coro de voces afinadas que cantan la gloria del Creador. 

Hay que tener cuidado cuando unidad, armonía, paz y santidad se venden como cajas separadas y vacías. Cajas en donde todo cabe. Indudablemente podemos llamar catedral gótica a “una nada” que no tiene forma ni está constituida por nada ni tiene función alguna. Ese el problema del ser humano actual, el terrible relativismo nominalista que nos impide construir unidos a los demás y dentro de un proyecto común.


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