Miércoles, 25 de diciembre de 2024

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¡¡¡100 años!!!

por Sólo Dios basta

¡¡¡100 años!!!

Estos días en las esquelas del periódico no dejo de ver muchos abuelos que nos dejan. Unos cuantos, cada día, y con bastantes años y esto, entre otras cosas, trae una consecuencia que no podemos dejar de lado: se acaba una generación que ha pasado por todo y ahora se van sin hacer ruido y en soledad después de vivir gran parte de ellos una guerra, muchas penalidades y no tener falta de trabajo sino todo lo contrario, trabajando como sólo ellos saben y dando todo hasta el último momento. Y con ellos se va la memoria viva de nuestros pueblos. Los que han vivido de un modo que desaparece con ellos al dejar atrás la vida rural que se apaga según son llamados a la vida eterna.

Hace unos días leía que moría Mercedes, la última persona nacida en Valdeosera, un pueblo peculiar en plena sierra de mi querido Camero Viejo en el que sus últimos vecinos dejan de vivir allí en la década de 1960. No sé si antes o después, Juanita, madre de una de las pocas familias que todavía mantienen con vida uno de tantos pueblos serranos que llevan el mismo camino que Valdeosera, Brieva. Lo último que me encuentro es algo que se ha repetido algún día pero pocos: Severiana, de Galilea, sí Galilea pero de La Rioja, que muere a los 100 años. Añado por último, aunque la lista es muy larga, a Rosario, una mujer que forma parte de una “quinta” especial en Alberite, la de la fuente de La Bola, porque los nacidos en 1927 se unen a la construcción que tiene lugar ese año, la fuente que todos en Alberite conocemos con este nombre propio.

Rosario, como tantas otras mujeres, ha vivido ese día a día de los pueblos cuando había que ir a por agua a la fuente, pero también ha visto cambiar su pueblo y a la vez acoger en su casa como a uno más a los amigos de sus nietos, entre los que me encuentro, y transmitir esa sabiduría auténtica que no se aprende en la escuela sino en el pueblo, donde se vive del campo y del ganado, en una casa grande, donde se guardan los alimentos y enseres en la parte superior, en “el alto”; debajo hay muchas habitaciones, cocina de leña, amplia terraza y buen salón que es el lugar donde se desarrolla la vida familiar; a esta planta se accede subiendo una sólida escalera desde un portal muy capaz que sirve para todo, y que da paso también a las cuadras y a una gran huerta. En esas casas todos cabíamos; a ello se suma el sabor de las calles circundantes estrechas, empinadas y sinuosas en la parte antigua del pueblo, reflejo externo de sus propias vidas porque todas ellas, mujeres del valle o de la montaña, trabajadoras, llenas de vida y que tanta vida han dado, nos han transmitido un modo de vivir que se acaba. Y así podríamos hacer también con un sinfín de hombres que han sudado mucho mientras trabajaban la huerta o cuidaban de los rebaños. Son hombres y mujeres a los que debemos todo: la vida, la cultura popular y sobre todo la alegría de caminar siempre hacia adelante aunque sea difícil, ellos lo han hecho desde la esperanza ¿y nosotros?

Pero voy a un dato: todos rondan los 100 años, es una generación entera la que se despide, y algunos tienen esa edad tan redonda, la que abarca un siglo: 100 años. Y volvemos a Galilea. Sí, como dicen los Hechos de los apóstoles “la cosa empezó en Galilea”, pero vamos a otra Galilea, vamos a La Rioja, vamos al valle de Ocón. Este lugar es uno de tantos que puede pasar desapercibido, un pueblo donde el modo de vida es el trabajo del campo que se abre bajo sus pies camino del río Ebro o que mira a la montaña hacia la sierra de La Hez. Un pueblo donde también tiene lugar la emigración a América como en tantos de nuestra España a lo largo del siglo XIX y principios del XX. Uno de éstos es Domingo Fernández, que se embarca para Chile donde se asienta y forma una familia de la que nace una nieta que llega a ser la primera santa chilena: Santa Teresa de Jesús de los Andes.

Y hemos llegado al segundo punto: la vida de esta santa chilena con raíces riojanas que en este año 2020 se cumplen 100 años de su muerte. Muere en fama de santidad sin cumplir los 20 años. Es el 12 de abril de 1920. Y muere como carmelita descalza con su corazón ardiendo en amor al Sagrado Corazón de Jesús al que consagra su vida. ¿Y sabéis la causa de una muerte tan temprana? Una enfermedad que se ha llevado a muchos en otras épocas como la suya: el tifus. Joven, entregada a Dios en el sentido pleno de la palabra y santa. Nace justo en el año 1900, cuando comienza el siglo XX, el siglo que abre las puertas de la vida a casi todos los que lean estas líneas. Este año 2020 es su centenario de entrada en el cielo. Y algunos actos lo van a recordar. Lo mejor sería dedicar un tiempo a leer sus escritos, a dejarnos llevar por un alma llena de Dios que ofrece todo por puro amor a Dios y que se abre a la providencia divina. Ella quería ser carmelita descalza toda su vida, era su plan, su deseo, su ideal de vida y todo ello queda resumido en 11 meses de vida en el monasterio de Los Andes (Valparaíso) en Chile. Ella quería toda la vida en clausura y Dios dispone otra realidad para ella, la de la santidad en el Carmelo Descalzo en un tiempo record, menos de un año. Así, con el hábito pardo del Carmelo, recién hecha la profesión religiosa que se adelanta por la inminente muerte, se encamina para el cielo. Con alegría, con amor, con seguridad.

Juanita Fernández Solar, así se llama esta santa chilena, nace y muere. Como todos sabemos que nos llegará la hora. A unos antes, a otros más tarde, pero lo que hemos de tener más claro es que ese paso tan duro para los que aquí quedamos tiene que llenarse de esperanza. Sin esperanza no podemos seguir, y mujeres como Mercedes, Juanita, Severiana y Rosario nos enseñan a vivir en esperanza de algo mucho mejor. ¡Seguro! ¡No lo dudemos! ¡Esperemos! Aprendamos de esas madres y abuelas que nos dejan ahora, que además han sido modelos de humildad y maestras de la vida, a saber esperar una vida mejor, más dulce, más suave, más apacible: la vida para la que hemos nacido, la vida eterna. Si en estos momentos olvidamos el sentido de la eternidad en la que vamos a vivir, perdemos el sentido de nuestra existencia, de nuestro ser, de nuestra propia vida. ¡Hemos nacido para vivir juntos en la eternidad! ¡Estamos llamados a eso! ¡Vamos! ¡Miremos a nuestros abuelos que mueren con 100 años! ¿Qué son 100 años de vida en comparación con esos olivos centenarios que han trabajado con esmero para alimentar y fortalecer a nuestras familias?  ¡Miremos a Santa Teresa de los Andes que muere hace justo 100 años! ¿Qué son 100 años ante todos los siglos de historia que nos contemplan? y miremos a lo alto, miremos al cielo ¡¡¡y entonces veremos que la eternidad sin fin se acerca, y la eternidad son mucho, mucho, mucho más de 100 años!!!

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