La decadencia que viene (y III): la Subjetividad
Con algo de retraso respecto de lo que me hubiera gustado, y una vez contados la Tendencia a la Autodestrucción y la Superficialidad, llegamos al tercer síntoma que presentan las principales sociedades que decaen: la Subjetividad. Las sociedades decadentes tienden a la subjetividad.
Tengo que decir que estos tres artículos no son para criticar diciendo lo mal que está todo. Son justamente para lo contrario, para actuar, porque igual que para curar a un enfermo primero hay que saber de dónde le viene la fiebre, sabiendo cuáles son los síntomas de la decadencia podremos atacar el problema.
Volviendo a la Subjetividad, esta, como los otros síntomas, se manifiesta bajo varios aspectos.
El primero es el más peligroso: la subjetividad en las ideas. Un pueblo que no cree que la verdad existe y que se puede conocer ¿qué puede hacer? Nada. Si “nadie está en posesión de la verdad” ¿cómo avanzar? Si “todo depende” ¿cómo progresar? Las grandes civilizaciones siempre se han asentado en principios sólidos, reconocidos y respetados, unas veces más acertados y otras menos, pero firmes al fin y al cabo. El subjetivismo mina cualquier posibilidad de alcanzar nada porque “no se puede conocer la verdad”, “todo es según el color con que se mira”… ¿Andamos en estas?
El segundo podríamos llamarlo la subjetividad en la expresión. Esto es la verborrea, o más comúnmente conocida por charlatanería. Cuando no hay ideas, se sustituyen por bizantinismos, palabrería, frases sonoras… pero vacías. ¿Cree usted que tenemos también este síntoma?
Por último está el subjetivismo en lo religioso. Es cosa común en las sociedades decadentes intentar construir una nueva religión que satisfaga a todos, cogiendo un poco de cada cosa al estilo sincretista o inventando algo nuevo. ¿Puede haber disparate mayor? La religión es tal si me pone en contacto con la Divinidad; si no es así, no es religión. Por tanto solo hay una Religión, la que Dios ha revelado. No cabe para nada la subjetividad. Esto también se debe a que estas sociedades rehúsan los grandes trabajos y profesan la ley del mínimo esfuerzo. Obedeciendo a esta ley, el decadente pretende ahorrarse el trabajo de averiguar cuál es el Dios verdadero y se contenta con ridículos pensamientos como "Vamos a hacer una religión mezcla de todas y así acertaremos”. ¿No es verdad que, desgraciadamente, lo que impera ahora es “todas las religiones son iguales”?
Aramis