El amor a Jesús en los Diez Mandamientos
por Un obispo opina
Al explicar los diez mandamientos creo que hemos de tener en cuenta que Jesús les va dando un sentido nuevo. Si leemos detenidamente el capítulo 5 de San Mateo veremos cómo va precisando Jesús el sentido de los mandamientos: “habéis oído que se dijo… pero yo os digo…” y va dándoles un sentido más perfecto.
Jesús en su vida tenía dos puntos de referencia que deben ser también los nuestros: complacer al Padre en todo, y amar a los hombres al máximo.
Nuestra vida, si queremos vivirla a imitación de Jesús, debe estar dedicada al Padre, a complacerle, a agradarle, a buscar su gloria.
Nada ni nadie debe interponerse en esta nuestra dedicación. De este amor nacerá el amor al prójimo a quien debemos amar al máximo, como Jesús. Ésta es la Ley que Jesús vivió y la que también nosotros debemos vivir, si queremos imitarle.
El sentido evangélico de los mandamientos tiene una doble vertiente:
la espiritualidad del amor, y la centralidad de Jesús como objeto del mismo.
En cuanto a la espiritualidad del amor, Jesús no niega validez al Decálogo; al contrario. Pero nos invita a entrar en la espiritualidad del amor, alejándonos del mero cumplimiento. Los tres primeros, amar a Dios, respetar su nombre y darle culto, hacen referencia a Dios y forman la primera tabla de la Ley; son tres facetas del amor a Dios.
Los tres nos mueven a una glorificación de Dios por el amor, que se traduce en obediencia el primero, en una glorificación por el aprecio y respeto de su nombre el segundo, y el tercero, en glorificar a Dios dándole culto.
En cuanto a la centralidad de Jesús, es de notar que el amor a Dios sobre todas las cosas, lo traducimos también por el amor a Jesús, a quien hay que anteponer a todo, incluso, a nuestra propia vida.
La santificación del nombre de Dios se traduce por la santificación del nombre de Jesús en cuyo nombre somos salvos.
Y el culto a Dios, se centra en el culto eucarístico, culto que Jesús y nosotros realizamos en la celebración eucarística anunciando su muerte y proclamando su resurrección.
Pero hay más. No estamos en la mera continuidad de los mandamientos de la Ley Antigua; hay como un cambio de perspectiva en los mandamientos de la Nueva Ley, aunque suenen igual. Todos los diez mandamientos, desde nuestra perspectiva de fe cristiana, dicen una referencia a Jesús, de tal manera que amarle a Él equivale a amar al Padre, y amar al prójimo equivale a amarle a Él. Jesús se sitúa en el centro de nuestro amor, tanto cuando se trata del amor al Padre, como cuando se trata del amor al prójimo. Es a Él a quien también amamos en un caso y en otro.
En otras palabras, es a Jesús a quien amamos cuando amamos al prójimo. Notemos que las palabras que dirá en el juicio final; no dice tuve hambre o sed y les disteis de comer o beber y os lo premiaré como si me lo hubieseis dado a mí, sino que dirá ME disteis de comer o de beber. Con estas palabras, Jesús se identifica con el prójimo; y el prójimo es cualquier persona, sea como sea; porque a Jesús todos le caemos bien. Desde esta perspectiva de la Nueva Ley, hemos de ver los mandamientos de la Antigua.
José Gea
Jesús en su vida tenía dos puntos de referencia que deben ser también los nuestros: complacer al Padre en todo, y amar a los hombres al máximo.
Nuestra vida, si queremos vivirla a imitación de Jesús, debe estar dedicada al Padre, a complacerle, a agradarle, a buscar su gloria.
Nada ni nadie debe interponerse en esta nuestra dedicación. De este amor nacerá el amor al prójimo a quien debemos amar al máximo, como Jesús. Ésta es la Ley que Jesús vivió y la que también nosotros debemos vivir, si queremos imitarle.
El sentido evangélico de los mandamientos tiene una doble vertiente:
la espiritualidad del amor, y la centralidad de Jesús como objeto del mismo.
En cuanto a la espiritualidad del amor, Jesús no niega validez al Decálogo; al contrario. Pero nos invita a entrar en la espiritualidad del amor, alejándonos del mero cumplimiento. Los tres primeros, amar a Dios, respetar su nombre y darle culto, hacen referencia a Dios y forman la primera tabla de la Ley; son tres facetas del amor a Dios.
Los tres nos mueven a una glorificación de Dios por el amor, que se traduce en obediencia el primero, en una glorificación por el aprecio y respeto de su nombre el segundo, y el tercero, en glorificar a Dios dándole culto.
En cuanto a la centralidad de Jesús, es de notar que el amor a Dios sobre todas las cosas, lo traducimos también por el amor a Jesús, a quien hay que anteponer a todo, incluso, a nuestra propia vida.
La santificación del nombre de Dios se traduce por la santificación del nombre de Jesús en cuyo nombre somos salvos.
Y el culto a Dios, se centra en el culto eucarístico, culto que Jesús y nosotros realizamos en la celebración eucarística anunciando su muerte y proclamando su resurrección.
Pero hay más. No estamos en la mera continuidad de los mandamientos de la Ley Antigua; hay como un cambio de perspectiva en los mandamientos de la Nueva Ley, aunque suenen igual. Todos los diez mandamientos, desde nuestra perspectiva de fe cristiana, dicen una referencia a Jesús, de tal manera que amarle a Él equivale a amar al Padre, y amar al prójimo equivale a amarle a Él. Jesús se sitúa en el centro de nuestro amor, tanto cuando se trata del amor al Padre, como cuando se trata del amor al prójimo. Es a Él a quien también amamos en un caso y en otro.
En otras palabras, es a Jesús a quien amamos cuando amamos al prójimo. Notemos que las palabras que dirá en el juicio final; no dice tuve hambre o sed y les disteis de comer o beber y os lo premiaré como si me lo hubieseis dado a mí, sino que dirá ME disteis de comer o de beber. Con estas palabras, Jesús se identifica con el prójimo; y el prójimo es cualquier persona, sea como sea; porque a Jesús todos le caemos bien. Desde esta perspectiva de la Nueva Ley, hemos de ver los mandamientos de la Antigua.
José Gea
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