Viernes, 22 de noviembre de 2024

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¿Y si después de todo, San José fuera sobrino de la Virgen María?

por En cuerpo y alma

 
            En un San José tan especial que es festivo sólo en algunas regiones de España y en aquéllas en las que lo ha sido se ha trasladado al día de ayer, no parece mal día para formularse una pregunta tan extraña como el festejo: “Y María y José ¿acaso no podrían haber sido parientes entre sí?”.
 
            Desde el punto de vista más prosaico, la hipótesis se presenta como plausible, tanto si, según parece indicar Lucas, María y José fueran nazaretanos, como si, según parece indicar Mateo, fueran betlemitas, pues tanto Belén como sobre todo Nazaret eran pequeñas aldeas que apenas superaban algún centenar de habitantes, con alto grado, cabe presumir, de parentesco entre ellos.

 
 
            Pero no sólo el sentido común permite tal interpretación, sino que la hipótesis que da título a este artículo ha tenido a lo largo de la historia importantes valedores.
 
            Lo primero que ha de decirse al respecto es que el casamiento entre parientes no está prohibido entre los judíos, sino sólo en algunos casos. Las reglas judías de la consanguinidad matrimonial se recogen en general en el Levítico, en su capítulo 18:
 
            “No descubrirás la desnudez de tu padre ni la desnudez de tu madre. Es tu madre; no descubrirás su desnudez.
            No descubrirás la desnudez de la mujer de tu padre: es la misma desnudez de tu padre.
            No descubrirás la desnudez de tu hermana, hija de tu padre o hija de tu madre, nacida en casa o fuera de ella.
            No descubrirás la desnudez de la hija de tu hijo o de la hija de tu hija: es tu propia desnudez.
            No descubrirás la desnudez de la hija de la mujer de tu padre, engendrada por tu padre: es tu hermana.
            No descubrirás la desnudez de la hermana de tu padre: es carne de tu padre.
            No descubrirás la desnudez de la hermana de tu madre: es carne de tu madre.
            No descubrirás la desnudez del hermano de tu padre; no te acercarás a su mujer: es tu tía.
            No descubrirás la desnudez de tu nuera: es la mujer de tu hijo; no descubrirás su desnudez.
            No descubrirás la desnudez de la mujer de tu hermano: es la desnudez de tu hermano”. (Lv. 18, 616).
 
            Reglas que planteadas, como se ve, desde el punto de vista masculino, (aunque nada impida su aplicación a la mujer), prohíben “descubrir la desnudez” de padre, de madre, de madrastra, de hermanas o medio hermanos (nada dice de hermanastros), de nietos, de tías paternos o maternos, de los cónyuges de éstos, de nueras y de cuñadas... pero no de primos o parientes más lejanos.
 
            La propia Biblia registra casos de parientes casados, como es el caso de Najor y Milcá, a lo que parece tío y sobrina:
 
            “Éstos son los descendientes de Téraj: Téraj engendró a Abrán, a Najor y a Harán. Harán engendró a Lot. Harán murió en vida de su padre Téraj, en su país natal, Ur de los caldeos. Abrán y Najor se casaron. La mujer de Abrán se llamaba Saray, y la mujer de Najor, Milcá, hija de Harán” (Gn. 11, 27-29)
 
            Entrando de lleno en el tema que nos ocupa, lo que algunas fuentes apuntan en lo relativo a una hipotética consanguinidad de José y María sólo permite especular con un parentesco lejano.
 
            Así lo hace, con toda claridad, la famosa “Leyenda Dorada”, uno de los más afamados tratados hagiográficos medievales, obra de Jacobo de la Vorágine (12281298), el cual, apelando por cierto a la autoridad de San Juan Damasceno (675-749), escribe:
 
            “En el capítulo primero de Mateo leemos: “José hijo de David no temas tomar por esposa a María”. De esa misma casa de David había de descender en su día Cristo Jesús. Quien quiera conocer el proceso de esa generación, tenga en cuenta como muy bien advierte Juan Damasceno, lo siguiente: que de la rama del profeta Nayan, hijo de David, descendió Melqui y que José era descendiente de Melqui en cuarto grado y en línea recta, como consta por el capítulo III del Evangelio de San Lucas. Melqui fue pues abuelo del abuelo de José. Como Melqui tuvo un hermano llamado Panthera, que engendró a Bar Panthera y éste a su vez engendró a Joaquín padre de la gloriosa Virgen María, y como de la rama de Salomón que también fue hijo directo de David, descendió Matán abuelo de San José puesto que Matán y su esposa fueron los padres de Jacob, y Jacob fue el padre de San José síguese con toda claridad que tanto la bienaventurada Virgen María como su esposo San José, que ya antes de casarse estaban emparentados entre sí, eran de muy ilustre linaje, pues ambos procedían de la Casa de David”.
 
            Interpretación de la que se colige que José sería sobrino 4º de María, y que si bien se fundamenta en los evangelios -concretamente en el de Lucas (ver Lc. 3, 23-38)- por lo que al Melqui tatarabuelo de José se refiere, recurre a alguna fuente desconocida por lo que hace al Panthera y al Bar Panthera que son los ascendientes de Joaquín, y por ende de María, su hija. Una exégesis curiosa que no deja de tener un aliciente: brindar una explicación a la referencia que algunos pasajes del Talmud realizan a un personaje que algunos asimilan a Jesús, denominado precisamente Ben Panthera (“hijo de Panthera”).
 
            La vía del parentesco entre los padres de Jesús es también la de algunos apócrifos que otorgan a María la pertenencia a la Casa de David, una pertenencia que antes que ellos ya ha atribuído el Evangelio de Lucas a un hombre llamado José, de la casa de David (Lc. 1, 27), es decir, a su marido. Así lo hace por ejemplo el Libro de la Natividad de María cuando afirma que “la bienaventurada y gloriosa siempre Virgen María descendía de estirpe regia y pertenecía a la familia de David” (op. cit. 1, 1)
 
            El propio San Pablo podría militar en la tesis de la pertenencia de María a la casa de David, y en consecuencia de su parentesco con José, cuando afirma, sin explicar la procedencia paterna o materna, que Jesús era nacido del linaje de David según la carne”. Alusión que bien podría referirse a María, tesis a favor de la cual podría abundar no sólo la atribución por Pablo, -sobre todo en la Carta a los Hebreos, pero también en la de Romanos (1, 4), la Segunda a Corintios (1, 19), Gálatas (2, 20), Efesios (4, 13)- de la filiación divina de Jesús por vía paterna, sino también el hecho de que, como se sabe, la condición judaica se transmite entre los judíos por vía materna, lo que parece consecuencia del precepto deuteronómico que ordena:
 
            “Tu hija no la darás a su hijo [de un extranjero] ni tomarás una hija suya para tu hijo, porque apartaría a tu hijo de mi seguimiento, y serviría a otros dioses; y la ira de Yahvé se encendería contra vosotros y se apresuraría a destruiros” (Dt. 7, 3-4)
 
            Un pequeño divertimento exegético. Yo no lo llamaría más. Pero ahí está. Al fin y al cabo, nada hay de malo en que María y José hubieran sido parientes, y en el mundo pequeño, cerrado y endogámico que a ambos tocó vivir, nada habría tenido, tampoco, de particular.
 
            Dicho todo lo cual, no quiero terminar el artículo sin felicitar a todos los josés, en este día que celebramos al patrón de la Iglesia, que tal es lo que es, entre otras cosas y también, el padre putativo de Jesús.
 
 
            ©L.A.
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