¿A dónde iremos?
El hecho ocurre en la sinagoga de Cafarnaúm...; estamos en abril del año 29 de la era cristiana, es el segundo año de predicación del Señor, hace ya menos de un año, en julio del año 28, que dio a conocer el Reino de Dios en el Sermón de la montaña, a escasos cuatro o cinco kilómetros de Cafarnaúm. Será a principios del año 30, cuando baje a Judea y después de la resurrección de su amigo Lázaro, en marzo del año treinta, será cuando comience la parte dura y áspera de sus tres años de predicación, que concluirán con su muerte en la cruz en abril del año treinta y su posterior resurrección y ascensión a los cielos en el Monte de los olivos, en mayo del mismo año.
A esto le respondieron: “¿Que haremos para hacer obras de Dios? Respondió Jesús y les dijo: La obra de Dios es que creáis en aquel que Él ha enviado”. (Jn 6,28-29)
A esto ellos a su vez, le respondieron al Señor: “Pues tú, ¿qué señales haces para que veamos y creamos? ¿Qué haces? Nuestros padres comieron el mana en el desierto, según esta escrito: Les dio a comer pan del cielo”. (Jn 6, 30-31). Estaba extendida entre muchos judíos, la idea de que el maná, provenía de Moisés y por ello el Señor les responde: “En verdad, en verdad os digo: Moisés no os dio pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que bajo del cielo y da la vida al mundo”. (Jn 6,32-33). Al oír estas palabras del Señor, ellos en conclusión lógica de acuerdo a su mentalidad, al igual que la samaritana, en el pozo de Jacob cerca de Sicar, le responden al Señor: “Señor danos siempre ese pan”. (Jn 6,34).
Continua la última parte de este pasaje evangélico diciéndonos: “Luego de haberlo oído, muchos de sus discípulos dijeron: ¡Duras son estas palabras! ¿Quién puede oírlas? Conociendo Jesús que murmuraban de esto sus discípulos, les dijo: ¿esto os escandaliza? Pues ¿qué seria si vierais al Hijo del hombre subir allí a donde estaba antes? El espíritu es el que da vida, la carne no aprovecha para nada. Las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida; pero hay alguno de vosotros que no creen. Porque sabía Jesús desde el principio quienes eran los que no creían y quien era el que había de entregarle. Y decía: Por esto os dije que nadie puede venir a mi si no le es dado de mi Padre. Desde entonces muchos de sus discípulos se retiraron y ya no le seguían, y dijo Jesús a los doce: ¿Queréis iros vosotros también? Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿a dónde iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros hemos creído y sabemos que tú eres el Santo de Dios”. (Jn 6,60-70).
Para adquirir la santidad, no es necesario contemplar un milagro, porque el milagro no es un remedio contra la incredulidad. El valor de un milagro para adquirir la fe es muy relativo, tanto es así que Santo Tomás decía: “El que se pone a rezar, realiza un milagro más grande que el que resucita un muerto”. Y esto es así, porque la experiencia personal del que tiene fe y vive conforme a ella, vale más que un milagro, porque este es el mejor y más valioso argumento de un cristiano, es su simple presencia como tal; es hacer ver y leer ese milagro que él es, viviendo los misterios de nuestra fe. Hay un proverbio chino que dice: “El sabio muestra el cielo, pero el tonto mira el dedo”. Si bien los signos pueden atraer a las multitudes interesadas, no desembocan automáticamente en un proceso personal de fe, tal como señala Michel Hubaut. El milagro puede ser una trampa para la libertad del hombre. Por eso Cristo siempre se negó a jugar al mago o a realizar actos prodigiosos que obligaran a la gente a creer en él. Este tipo de seducción es indigna de Dios y del hombre. La fe no puede nacer de una evidencia, sino de una adhesión libre.
¿Qué será de mí si no te tengo a Ti? ¿Dónde encontraré alguien que me ame, como Tú, me mas? Contigo he encontrado la perla maravillosa, el tesoro oculto y no estoy dispuesto a tirar estos bienes por la borda abandonándote. Tú Señor, eres mi amor, mi único amor, eres mi todo, si yo te dejase me hundiría, como me hundía en las aguas del Tiberiades y realizaste el milagro, de que yo también caminase sobre las aguas. Mi vida eres Tú y todo lo he abandonado para entregarme a Ti a quien consagrado el resto de mi vida. Te amo señor con toda la fuerza de mi pobre ser y solo sueño con que llegue el día, de que yo pueda entrar en tu Reino. Mientras tanto a Tí te he consagrado mi vida tratando de conseguir que todo el mundo te ame, si es posible, más de lo que yo te amo.
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- Libro. LA SED DE DIOS.- www.readontime.com/isbn=9788461316281
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