Jueves, 21 de noviembre de 2024

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¿A dónde iremos?

por El Blog de Juan del Carmelo

            El hecho ocurre en la sinagoga de Cafarnaúm...; estamos en abril del año 29 de la era cristiana, es el segundo año de predicación del Señor, hace ya menos de un año, en julio del año 28, que dio a conocer el Reino de Dios en el Sermón de la montaña, a escasos cuatro o cinco kilómetros de Cafarnaúm. Será a principios del año 30, cuando baje a Judea y después de la resurrección de su amigo Lázaro, en marzo del año treinta, será cuando comience la parte dura y áspera de sus tres años de predicación, que concluirán con su muerte en la cruz en abril del año treinta y su posterior resurrección y ascensión a los cielos en el Monte de los olivos, en mayo del mismo año.

             Previamente al pasaje evangélico, en el que San Pedro, le respondió al Señor con la interrogación del título de esta glosa, es necesario que escribamos, sobre el pasaje evangélico anterior, denominado de Discurso del Pan vivo. Que también sucedió en abril del año 29 y que solo lo recoge San Juan, que curiosamente no hace una alusión posterior a la institución de la Eucaristía en la última cena, a diferencia de los tres sinópticos que si la hacen.

 El Discurso del pan vivo, es realmente el precursor del misterio de la Eucaristía. El Señor tiene aquí por interlocutores, a los habitantes de la región de Cafarnaúm, que antes habían participado del milagro de la partición del pan y de los peces, y a ellos les dice: Vosotros me buscáis no porque habéis visto los milagros, sino porque habéis comido los panes y os habéis saciado; procuraos no el alimento perecedero, sino el alimento que permanece hasta la vida eterna, el que el Hijo del hombre os da, porque Dios le acredito con su sello”. (Jn 6,26-27).

A esto le respondieron: “¿Que haremos para hacer obras de Dios? Respondió Jesús y les dijo: La obra de Dios es que creáis en aquel que Él ha enviado”. (Jn 6,28-29)

A esto ellos a su vez, le respondieron al Señor: “Pues tú, ¿qué señales haces para que veamos y creamos? ¿Qué haces? Nuestros padres comieron el mana en el desierto, según esta escrito: Les dio a comer pan del cielo”. (Jn 6, 30-31). Estaba extendida entre muchos judíos, la idea de que el maná, provenía de Moisés y por ello el Señor les responde: “En verdad, en verdad os digo: Moisés no os dio pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que bajo del cielo y da la vida al mundo”. (Jn 6,32-33). Al oír estas palabras del Señor, ellos en conclusión lógica de acuerdo a su mentalidad, al igual que la samaritana, en el pozo de Jacob cerca de Sicar, le responden al Señor: “Señor danos siempre ese pan”. (Jn 6,34).

 Es a partir de aquí es donde el Señor, prescindiendo de toda simbología, les responde diciéndoles directamente y sin tapujos: “Yo soy el pan de vida; el que viene a mí, ya no tendrá más hambre, y el que cree en mí, jamás tendrá sed. Pero yo os digo que vosotros me habéis visto y no me creéis; todo lo que el Padre me da viene a mí, y al que viene a mi yo no lo echare fuera, porque he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. Y esta es la voluntad del que me envió: que yo no pierda nada de lo que me ha dado, sino que lo resucite en el último día. Porque esta es la voluntad de mi Padre, que todo el que ve al Hijo y cree en Él tenga la vida eterna, y yo lo resucitare en el ultimo día”. (Jn 6,35-40).

 Llegados a este punto aumentan las murmuraciones, entre sus oyentes, por haber dicho: “Yo soy el pan que bajo del cielo”  Acaso no es este el hijo de José y conocemos a su madre y a su padre. Y el Señor les dice: “No murmuréis entre vosotros (....) Yo soy el pan de vida, vuestros padres comieron el mana en el desierto y murieron. Este es el pan que baja del cielo, para que el que lo coma no muera. Yo soy el pan vivo bajado del cielo; si alguno come de este pan vivirá para siempre, y el pan que yo le daré es mi carne, vida del mundo. Disputaban entre si los judíos, diciendo: ¿Cómo puede este darnos a comer su carne? Jesús les dijo: En verdad, en verdad os digo que, si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna y yo le resucitare el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre esta en mí y yo en él. Así como me envió mi Padre vivo, y vivo yo por mi Padre, así también el que come vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el pan que comieron los padres y murieron; el que come este pan vivirá para siempre” Y (Jn 6, 48-58).

 Las palabras del Señor carecen de todo simbolismo, al que tan acostumbrados están los orientales. Son palabras duras y descarnadas de todo edulcorante Por tres veces recalca el Señor, que Él mismo es el pan de la vida y si no comemos de ese pan que es su carne,  y no bebemos su sangre no tendremos vida eterna.

Continua la última parte de este pasaje evangélico diciéndonos: “Luego de haberlo oído, muchos de sus discípulos dijeron: ¡Duras son estas palabras! ¿Quién puede oírlas? Conociendo Jesús que murmuraban de esto sus discípulos, les dijo: ¿esto os escandaliza? Pues ¿qué seria si vierais al Hijo del hombre subir allí a donde estaba antes? El espíritu es el que da vida, la carne no aprovecha para nada. Las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida; pero hay alguno de vosotros que no creen. Porque sabía Jesús desde el principio quienes eran los que no creían y quien era el que había de entregarle. Y decía: Por esto os dije que nadie puede venir a mi si no le es dado de mi Padre. Desde entonces muchos de sus discípulos se retiraron y ya no le seguían, y dijo Jesús a los doce: ¿Queréis iros vosotros también? Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿a dónde iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros hemos creído y sabemos que tú eres el Santo de Dios”. (Jn 6,60-70).

 Esto es un claro ejemplo de la sincronía entre razón y fe el que nos ofrece San Pedro, en su contestación racional al Señor. Hay personas que pueden pensar: ¡Claro!, como no iba a creer si cada dos por tres veía un milagro. Pero hay que tener presente que el valor que tiene la contemplación de un milagro, difiere bastante de la idea que en general se tiene de ella.

Para adquirir la santidad, no es necesario contemplar un milagro, porque el milagro no es un remedio contra la incredulidad. El valor de un milagro para adquirir la fe es muy relativo, tanto es así que Santo Tomás decía: “El que se pone a rezar, realiza un milagro más grande que el que resucita un muerto”.  Y esto es así, porque la experiencia personal del que tiene fe y vive conforme a ella, vale más que un milagro, porque  este es el mejor y más valioso argumento de un cristiano, es su simple presencia como tal; es hacer ver y leer ese milagro que él es, viviendo los misterios de nuestra fe. Hay un proverbio chino que dice: “El sabio muestra el cielo, pero el tonto mira el dedo”. Si bien los signos pueden atraer a las multitudes interesadas, no desembocan automáticamente en un proceso personal de fe, tal como señala Michel Hubaut. El milagro puede ser una trampa para la libertad del hombre. Por eso Cristo siempre se negó a jugar al mago o a realizar actos prodigiosos que obligaran a la gente a creer en él. Este tipo de seducción es indigna de Dios y del hombre. La fe no puede nacer de una evidencia, sino de una adhesión libre. 

 En la contestación que San Pedro le da al Señor: ¿A dónde iríamos? Solo Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros hemos creído y sabemos que tú eres el Santo de Dios”, se pone de manifiesto que la fe de San Pedro no se fundamente en los milagros que contempló, quizás ellos refirmasen su fe pero no la generaron, su fe es algo mucho más importante y trascendente. Con estas palabras él le está diciendo al Señor.

¿Qué será de mí si no te tengo a Ti? ¿Dónde encontraré alguien que me ame, como Tú, me mas? Contigo he encontrado la perla maravillosa, el tesoro oculto y no estoy dispuesto a tirar estos bienes por la borda abandonándote. Tú Señor, eres mi amor, mi único amor, eres mi todo, si yo te dejase me hundiría, como me hundía en las aguas del Tiberiades y realizaste el milagro, de que yo también caminase sobre las aguas. Mi vida eres Tú y todo lo he abandonado para entregarme a Ti a quien consagrado el resto de mi vida. Te amo señor con toda la fuerza de mi pobre ser y solo sueño con que llegue el día, de que yo pueda entrar en tu Reino. Mientras tanto a Tí te he consagrado mi vida tratando de conseguir que todo el mundo te ame, si es posible,  más de lo que yo te amo.

             Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

 Otras glosas o libros del autor relacionados con este tema.

  • Libro. MILAGROS EN LA EUCARISTÍA.- www.readontime.com/isbn=9788461179091
  • Libro. LA SED DE DIOS.- www.readontime.com/isbn=9788461316281
  • Verdaderamente, ¿yo amo a Dios?   28-07-10
  • ¿Es puro nuestro amor?    14-09-10
  • Sin amor es imposible    14-10-10
  • Todo lo puede, el que ama al Señor  29-12-10
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  • Nuestros deseos de amar a Dios       23-01-12
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  • ¿Qué hacer para amarte, Señor?       11-12-10
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  • Pensar en Ti, Señor    26-11-12
  • Generosidad en el amor         25-10-11
  • Generosidad en el amor al Señor      08-12-11

            La fecha que figura a continuación de cada glosa, es la de su publicación en la revista ReL, en la cual se puede leer la glosa de que se trate.

            Si se desea acceder a más glosas relacionadas con este tema u otros temas espirituales, existe un archivo Excel con una clasificada alfabética de temas, tratados en cada una de las glosas publicadas. Solicitar el archivo a: juandelcarmelo@gmail.com

  
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