Viernes, 22 de noviembre de 2024

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¿De verdad es la 1ª vez en mil años que el Patriarca de Constantinopla acude a la coronación papal?

por En cuerpo y alma

 
Patriarca Bartolomé de Constantinopla con Benedicto XVI

           La noticia de que el Patriarca de Constantinopla va a acudir a la coronación del Papa Francisco es una excelente noticia para la cristiandad, y supone indiscutiblemente un paso por lo que se refiere a la superación de los odios inmensos surgidos entre unos cristianos y otros a lo largo de los siglos por cuestiones que, aunque presentadas como dogmáticas, a menudo eran más políticas que otra cosa. Para realzar el valor del gesto del Patriarca constantinopolitano, los periodistas han recurrido a titulares como “primera vez desde 1054 que el Patriarca de Constantinopla acude a la coronación del Papa”, “algo nunca visto desde 1054”, “primera vez en un milenio”, y otros por el estilo. Y no falta razón a quienes han diseñado dichos titulares porque efectivamente, en esos 959 años, -prácticamente un milenio-, que nos separan del año 1054 en que se produce el cisma definitivo con la Iglesia ortodoxa u oriental que ha llegado a nuestro días, no es que la presencia del Patriarca de Constantinopla no se haya dado en las ceremonias de instalación del Papa, es que es lo último que se le habría ocurrido hacer a ningún Patriarca de Constantinopla.
 
            Ahora bien, la pregunta que hoy me formulo es la siguiente: ¿es que antes del año 1054 el Patriarca de Constantinopla sí acudía a la misa o ceremonia de coronación o instalación del Papa u Obispo de Roma? Y la respuesta que brindo es que, más allá de algún caso aislado en el que ello haya podido ocurrir y que desconozco –si alguien conoce de su existencia le ruego lo aporte aquí- lo cierto es que en la coronación del Obispo de Roma o nunca o casi nunca ha estado presente el Patriarca de Constantinopla. Por lo que el verdadero titular se aproximaría más a “primera vez en la historia que el Patriarca de Constantinopla está presente en la coronación del Papa”, que al que estamos leyendo estos días “primera vez en mil años que el Patriarca de Constantinopla acude a la coronación del Papa”.
 
            Para entender lo que digo, lo más acertado tal vez sea echar un breve repaso a la historia de la Iglesia de Constantinopla, y remontarse al 330, año en el que el Emperador Constantino el Grande, el mismo que despenaliza el cristianismo mediante el Edicto de Milán, traslada la capital del Imperio desde Roma a la ciudad de Bizancio, en la parte oriental y griega del Imperio, la cual pasa a llamarse desde aquel momento Constantinópolis, ciudad de Constantino, Constantinopla.

            El traslado de la corte va a tener, como es fácil colegir, importantes implicaciones también para la Iglesia, la más de todas, el hecho de que se cree en Constantinopla una nueva sede eclesial. Si el Concilio de Nicea (325), primero de los ecuménicos, al consagrar los patriarcados, a saber, Jerusalén, Antioquía, Alejandría y Roma, no hace mención de Constantinopla, el de Calcedonia (451), poco más de un siglo después, sí lo hace ya. Es más, su canon 28, no reconocido por Roma, dicho sea de paso, incluso establece la igualdad de rango entre Roma y Constantinopla. Ello y la cercanía a un poder imperial muy propenso en la época a la intromisión en los asuntos de la Iglesia va a dar lugar a que Constantinopla se muestre siempre como la iglesia díscola, a la que el dictado de Roma produce sofoco, y cuyas relaciones con la sede petrina son siempre las más difíciles.
  
Patriarca Acacio

           La tensión trasciende los límites de la pura retórica, y llega a ser tanta, que antes de que en 1054 se consume el cisma definitivo de las iglesias orientales lideradas por Constantinopla, se van a producir otros episodios cismáticos de duración provisional. El primero de ellos es el que se da en llamar Cisma Acaciano, que no dura demasiado, apenas treinta y siete años, los que van del 482 al 519, y se produce con motivo del apoyo tanto del Patriarca Acacio como del Emperador Zenón a la causa monofisita, apoyo que tiene como consecuencia la excomunión pronunciada por el Papa Felix II (483-492).

            El segundo cisma constantinopolitano es el que protagoniza Focio (n.820-m.895), cuyos primeros días de patriarcado no permiten vislumbrar el dramático final. Antes al contrario, liquidando lo que queda de la herejía iconoclasta y atrayendo al seno de la iglesia a muchos monofisitas, Focio se convierte en campeón del ecumenismo. Los problemas comienzan cuando al pedir Focio al Papa Nicolás I (858-867) la confirmación en su puesto, lo que en el fondo no es sino una muestra más de su sumisión a Roma, el Romano Pontífice se la niega e incluso le amenaza de excomunión si no repone en su dignidad al depuesto Patriarca Ignacio.
 
Patriarca Focio (con la mano alzada durante su juicio)

            Focio entonces, remueve la vieja rivalidad Roma-Constantinopla, la cual reviste convenientemente con el vistoso ropaje dogmático. Esta vez el debate se cierne sobre el “filioque” (literalmente “y el hijo”) con el que, al añadirlo al credo, el Papa habría incurrido, según Focio, en herejía. La cuestión del “filioque” es una vieja cuestión suscitada, en una nueva manifestación de cesaropapismo, por el Emperador Carlomagno, según la cual, el Espíritu Santo procede del Padre filioque, esto es, “y” del Hijo, según sostiene Roma; en tanto que Constantinopla sostiene que el Espíritu Santo procede “ex Patre per Filium”, esto es, del Padre “por” el Hijo.
 
            El Concilio de Constantinopla (867) reunido por Focio excomulga y depone al Obispo de Roma. Asesinado al poco tanto el Emperador y reunido un nuevo concilio en 869, ahora es Focio el desterrado. La muerte de Ignacio, que recupera su silla, rehabilitará a Focio, hasta el punto de que en 877, es reconocido Patriarca de Constantinopla por el Papa Juan VIII (872-882). Ello no aplaca al resentido Focio, que en 879, reúne un nuevo concilio en el cual se vuelve a proscribir el “filioque” y a proclamar la igualdad Roma-Constantinopla. El Papa Juan VIII entonces lanza anatema contra él, anatema renovado por sus sucesores Martín I (882-884) y San Adriano III (884-885). Siendo Emperador León VI el Filósofo (886-912), en 888 Focio vuelve a caer en desgracia y es desterrado a un monasterio armenio. Su muerte pone fin a veintiún años de cisma, pero el buen entendimiento nunca se restaura, y la herida constantinopolitana cada vez sangra más.
 
            Durante los ciento cincuenta años que siguen, se vive una situación calificable como de guerra fría eclesiástica, en la que los papas romanos intentan acomodarse a la terca realidad del patriarcado constantinopolitano. Si bien la cuestión del filioque no volverá a surgir más que durante el patriarcado de Sisinnios (995-998), no son pocas las cuestiones que enfrentan a ambas iglesias: la adscripción de la iglesia búlgara a una o a otra; el progreso de la iglesia griega en el sur de Italia; la mala relación entre los emperadores bizantinos orientales y los francos occidentales. En Roma por su parte, se suceden una serie de pontificados que nada tienen de edificantes, es el llamado “seculum obscurum”. Y a todo ello, se ha de añadir la presión musulmana, que contribuye a un cada vez mayor aislamiento e introversión del Imperio bizantino respecto del resto de Europa.
 
Patriarca Miguel Cerulario (sentado en el trono).
Crónica de Juan Skilitzes.

           En estas circunstancias, asciende en 1042 a la cabeza del patriarcado constantinopolitano, Miguel Cerulario (n.1000-m.1058). Con ocasión de la derrota papal por los normandos y estando el Papa San León IX (1049-1054) preso en Benevento, Cerulario acusa a las iglesias occidentales de projudaizar al invitar al ayuno sabático o al utilizar pan ácimo en la celebración de la Misa, vuelve a la carga con el “filioque” y denuncia el celibato sacerdotal. León IX responde con una misiva en la que insiste en la primacía romana. A pesar del interés de los gobernantes del Imperio bizantino, acosado por los mismos normandos que asuelan Italia, Cerulario persiste en su actitud secesionista. Así las cosas, los legados enviados por el Papa entran en Santa Sofía y depositan en el altar una bula de excomunión contra el Patriarca, aquélla a la que nos hemos referido arriba. Cerulario la exhibe, -se dice que la falsifica para hacerla más inaceptable y provocativa- y la quema, creando el ambiente propicio para amotinar a las turbas. A los pocos días, arrebata al Emperador la convocatoria de un sínodo, el cual emite un edicto que condena la actuación de los legados: el cisma está consumado.
 
            Todo lo cual quiere decir lo siguiente:
 
            1º.- Desde 1054 la presencia del Patriarca de Constantinopla en la coronación del Papa no es posible debido al cisma irreconciliable existente entre Roma y la capital del Imperio romano de Oriente.
 
            2º.- Antes del año 330 dicha presencia no pudo producirse por la sencilla razón de que el Patriarcado constantinopolitano ni siquiera existía.
 
            3º.- En los años 482-519 y 867-888 tampoco, pues la Iglesia vivía una situación de separación similar a la que conocemos hoy día.
 
            Todo lo cual nos da un “breve” espacio de tiempo que va del año 330 al 482, del 519 al 867 y del 888 al 1054, es decir 766 años, para que el Patriarca de Constantinopla hubiera accedido a estar presente en las ceremonias que afectaban a una iglesia, la romana, cuya supremacía, por otro lado, incluso en los tiempos de la mejor relación, se miraba con recelo. Pero incluso ahí, entramos en un problema sobrevenido, cual es el de las dificultades existentes en la época no sólo para efectuar el traslado de toda una corte patriarcal y poder estar presente en un evento que concernía a una iglesia en exceso lejana, sino ni siquiera para que las noticias viajaran con la celeridad oportuna como para conocerlas en tiempo y forma. A lo que añadir, por último, las dificultades geoestratégicas imperantes en cada momento que hacían intransitables los caminos europeos.
 
            Dicho todo lo cual, dejo negro sobre blanco la siguiente pregunta: ¿se habrá producido si quiera una vez la presencia del Patriarca de Constantinopla en Roma para la coronación del Papa? Lo que por otro lado, nos introduce aún más certeramente en la magnitud, importancia y gravedad del evento que estamos a punto de presenciar.
 
 
            ©L.A.
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