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Reflexiones en torno «al adiós de Benedicto XVI»

por Un obispo opina

Recibí hace unos días un escrito de un sacerdote amigo sobre el Papa Benedicto XVI. Me gustó mucho, lo hago mío y lo publico en mi Blog. Es de lo más completo que he leído sobre el Papa; además breve. He aquí el artículo:

REFLEXIONES EN TORNO AL “ADIOS DE BENEDICTO XVI”
1 de marzo de 2013

Ayer, a las 8 de la tarde, veía al guardia suizo entornar aquellas jambas de la puerta que cerraba con llave el Camarlengo como símbolo de la Sede Vacante. Lo seguí por la televisión, así como los demás actos de los días 27 y 28 de febrero con los que Benedicto XVI se despedía del pueblo en la audiencia general del miércoles y en el saludo a cada uno de los cardenales en la misma mañana del jueves, así como sus últimas palabras ante los fieles que llenaban la plaza ante la residencia de Castelgandolfo. Tuve la sensación de vivir un momento histórico en la vida de la Iglesia.

Aquel hombre que el 19 de abril de 2005 se presentaba como “ un simple y humilde trabajador en la viña del Señor”, puso fin a su Pontificado sintiéndose “un peregrino en la última etapa de su vida”.

Era un broche a toda una vida entregada a la Iglesia, como teólogo y profesor en sus primeros años después de su ordenación sacerdotal en 1951, perito en el Concilio Vaticano II, arzobispo y cardenal de Munich y llamado por Juan Pablo II para dirigir la Congregación para la Doctrina de la Fe en 1982, la institución más delicada al lado del Pontífice del que fue permanente asesor.

Buscando el bien de la Iglesia, Benedicto pasaba a ser “Papa emérito”, no “por bajarse de la cruz, sino permaneciendo de otro modo junto al Señor Crucificado”. “Yo seguiré acompañando el camino de la Iglesia con la oración y la reflexión con esa dedicación al Señor y a su Esposa con la que he intentado vivir hasta ahora cada día y con la que desearía vivir para siempre”.

Nos deja Benedicto XVI un testimonio de valor incalculable, sereno y profundo. Llamaba a los cardenales y personal de la Curia a ser “una orquesta armoniosa”, diciéndoles que ofrece ya desde ahora “su respeto y obediencia incondicional al nuevo Pontífice” en un gesto que vale más que mil palabras. ¿Podía hablar más claro?. En la audiencia general del 27 de febrero ante 150.000 fieles (o más según las cadenas) les (“nos”) decía que “ve a la Iglesia muy viva...dando gracias a Dios por las noticias que en estos años de ministerio de Pedro he podido recibir sobre la fe en el Señor Jesucristo, y por la caridad que circula en el Cuerpo de la Iglesia y lo hace vivir en el amor, y por la esperanza que nos abre y nos orienta hacia la vida en plenitud, hacia la patria del cielo”. Pero consciente también de las noches oscuras “cuando el Señor parece dormir”, aunque nos sigue acompañando. Terminaba su alocución para que “no perdamos nunca la visión de fe, que es la única visión verdadera del camino de la Iglesia y del mundo. Que en nuestro corazón exista la certeza gozosa de que el Señor está a nuestro lado, no nos abandona, está junto a nosotros y nos envuelve con su amor. ¡Gracias!”. A estas palabras nuestra respuesta ha de ser la unánime de las voces, carteles, escritos que se han producido de mil formas en el seno de la Iglesia:
“¡GRACIAS, SANTO PADRE!”

En su Magisterio, Benedicto XVI ha sabido armonizar palabras aparentemente contrarias: fe y razón, inteligencia y corazón, tradición y modernidad, verdad y caridad, libertad y responsabilidad, defensor de la identidad católica y respeto hacia otras creencias e, incluso, increencias de quienes buscan la verdad. Se ha acercado a judíos, musulmanes y en especial a otros cristianos “valorando aquello que nos une, mayor a veces que lo que nos separa”. No tenía el carisma de Juan Pablo II, pero los jóvenes en Colonia, Sydney y Madrid percibieron la cercanía del Papa y supieron escucharle. Combatió con audacia e inteligencia el relativismo, que no reconoce nada como definitivo más allá de lo que cae en el campo de la ciencia positiva.
De la misma forma denunciaba los pecados al interior de la Iglesia, llamando “a mantener limpia y trasparente la casa de Dios”; actuó con pulso firme y caridad en la purificación de lastres que se arrastraban y se intentaban disimular; en la misma apertura del Año de la Fe, en el reciente 11 de octubre reconocía: “en las redes de Pedro hay también peces malos”.

En su afán evangelizador hizo alguna incursión hasta en las modernas redes y su último twit escribía: “Gracias por vuestro amor y cercanía. Que experimentéis siempre la alegría de tener a Cristo como el centro de vuestra vida” (@Pontifex). Y este ha sido el leitmotiv de su vida y obra: centrarnos a cada uno de los cristianos, a toda la Iglesia en Jesucristo. Ahí podemos resumir la personalidad de José Ratzinger-Benedicto XVI. Todo su extenso magisterio, escrito y oral, su trilogía “Jesús de Nazaret” y su ejemplo nos invitan a “poner nuestros ojos en Jesús de Nazaret”, en amarle, en seguirlo, en anunciarlo, en confiar en El como el mejor amigo y desde Jesús, mirar a los ojos de los hombres, al mundo entero y servirlo desde una entrega humilde, gozosa y confiada.

La JMJ de Madrid (18-21 agosto de 2011) dejaba su mensaje:”Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe”. Bemedicto XVI nos ha enseñado a acercarnos a Cristo, porque es “el Camino, la Verdad y la Vida”. Termino con estas palabras suyas de “Deus caritas est” que encuentro citadas cada día más en los textos de espiritualidad: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o por una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”. Su última lección, el retirarse “al monte de la oración”, es para enseñarnos a centrar nuestra vida en Dios.

Juan Sanchis
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