Sta. Teresa se enfrentó al sistema

¿Quién no ha escuchado frases como “no hay nada que hacer”, “imposible”, “siempre ha sido así”, “está difícil”, etc.? Seguramente, muchos de nosotros. Y en el caso de la fe, pasa igual; sin embargo, lo interesante de la vida de los santos y de las santas es que no se alinearon con el sistema. Antes bien, lo reformaron. Y nos toca seguir sus huellas. Por ejemplo, el que en un grupo juvenil siempre se haya tenido una línea sentimental, llena de dinámicas, pero poco profunda en lo espiritual y en la dimensión social, no quiere decir que sea imposible traer un cambio de verdad. Y es ahí que aparece Santa Teresa de Ávila, recordándonos que santidad es sinónimo de reforma. No en plan de ruptura o desobediencia, sino como reformadores obedientes, haciendo proceso y actuando con libertad, pero una libertad confirmada por directores o acompañantes espirituales bien formados. Teresa de Jesús tuvo varios que, aún viéndose rebasados por la experiencia que ella les presentaba, supieron ayudarla, encauzando sus deseos que dieron origen a la reforma del Carmelo. Se enfrentó al sistema, a la inquisición, porque la movía el amor. Y no un amor cursi, sino sólido, decidido, audaz, totalmente identificado con el de Jesús en la cruz.

Cuando, en la Iglesia, nos confían alguna responsabilidad, no debemos acobardarnos, tampoco ser autoritarios, pero si auténticos, equilibrados y debidamente trabajados por la oración, porque, aunque las estructuras no son lo más importante, ayudan a que la Iglesia, no obstante, el ir y venir de las generaciones, se mantenga en pie. Y es ahí que toca impregnar tales espacios de una visión centrada en Jesús. Santa Teresa se enfrentó a un modelo de vida religiosa en la que cada monja vivía de la forma que le parecía mejor, haciendo del convento todo menos un espacio de oración. La criticaron, pero se mantuvo firme.

No a todo mundo le toca reorganizar, pero a los que sí, requieren de una espiritualidad encarnada, cuidándose de dos extremos. Uno es, aceptar todo, aunque sea descabellado y, el otro, rechazar cualquier iniciativa. Antes bien, el punto medio, pero sabiendo empeñar la vida en el ideal que Dios ha puesto, en redescubrir el carisma propio de la obra sin miedo ni complejos.

Debemos innovar, pero no con excentricidades, vistiendo de forma paupérrima, sin peinarse, jugando a los rebeldes, a los que hacen menos la doctrina. No se trata de eso. Lo que toca, lo que corresponde, es mirar la realidad, asumirla sin engañarse y, desde ahí, responder. Por ejemplo, si organicé un retiro con los jóvenes y salieron hartos, ¡dejar de decir que todo estuvo excelente! Los fracasos pastorales, bien entendidos, ayudan a no repetirlos y, entonces, sin negar nada, se logra avanzar.

La Iglesia necesita renovar la forma, conservando el fondo y para eso necesitamos hombres y mujeres necios, pero en un sentido positivo que bien podría entenderse como perseverantes. Así lo hizo Santa Teresa y los frutos son innumerables a lo largo y ancho del mundo.