¿A quién le creo si todos me dicen algo distinto?

Muchos jóvenes me han dicho que se les hace muy difícil saber lo que piensa la Iglesia porque, dentro de ella (parroquia, grupo, universidad, etc.), se han encontrado con católicos que se contradicen entre sí sobre temas como moral, apologética, sexualidad, divorcio, bioética, doctrina social, entre otros. La queja, sin duda, está muy bien fundamentada y es una realidad que urge atender, porque aunque es válido (e indispensable) que existan diferentes acentos, abordajes, tonos o estilos, deben respetarse los elementos de fondo; es decir, mantener la unidad en la diversidad.

¿Qué les respondo a los que andan confundidos con tantas versiones? Los oriento a leer el Catecismo y, desde ahí, sentarnos para resolver posibles dudas, aclarándoles que es el documento en el que la Iglesia expone su pensamiento para evitar las distorsiones que, muchas veces, entran en escena, ocasionando un deterioro en el campo de la formación.

No puede ser que en una institución o grupo identificado con la fe católica, se enseñen cosas contrarias al Catecismo. Hay que ser críticos, pero sin faltar a la unidad. Distorsionar la doctrina, so pretexto de atraer a más personas, es algo que nunca ha dado resultado. En vez de eso, renovar la forma, el modo, la pedagogía, pero conservando la autenticidad que buscan los jóvenes. Ellos, quieren saber la verdad y no un discurso disimulado.  

Las instituciones deben cuidarse de no contratar a personas que, desde la clase de religión, consciente o inconscientemente, afecten la fe de los jóvenes, haciéndoles creer que se trata de mitos y que, solamente ellos, son los que tienen la razón. Por supuesto que, muchas veces, la falta de madurez de los estudiantes puede provocar que frente a un salto de calidad impulsado por el docente se abran nuevos horizontes de la vida espiritual y se sientan confrontados, sin embargo, una cosa es ayudarlos a profundizar, purificando su idea y experiencia de Dios, lo cual, es del todo necesario y otra, muy distinta, aprovechar los cincuenta minutos de clase para despojar a la fe de su verdadero significado que, como se ha señalado, parte del Catecismo. Es decir, del texto que mantiene la unidad de los católicos en la interpretación del Evangelio.

Por lo tanto, enseñemos, cada cual, con su estilo, pero respetando la unidad de la Iglesia, de modo que sumemos en vez de dividir. Ayudemos a que los jóvenes sepan claramente lo que implica la fe, empezando por los que la enseñan.