Lo que para muchas personas…, ahora les resulta normal, como es oír misa todos días del año y comulgar diariamente, esto no era posible, años atrás. La antigua posición de muchos clérigos y teólogos, sobre este tema, giraba en torno a la idea, de que un abuso continuo de la comunión eucarística podía llevar a los fieles a perder la conciencia de la importancia, que nos debe de representar a todos, la presencia sacramental del Señor.
A principios del pasado siglo, concretamente, por medio del decreto Sacra tridentina synodus, publicado en 1905 por la Congregación del concilio con la aprobación de San Pío X, este santo papa, resumió admirablemente la enseñanza revelada, en una presentación sintética que conviene citar. Evocando el discurso de Jesús sobre el Pan de Vida, el texto nos dice: “Mediante esta comparación (Jn 6,59) con el pan y el maná, los discípulos podían comprender fácilmente que, siendo el pan el alimento cotidiano del cuerpo y que habiendo sido el maná el alimento cotidiano de los Hebreos en el desierto, de la misma manera, el alma cristiana podría nutrirse cada día del pan celestial. Además, cuando Jesucristo nos manda pedir en la oración dominical nuestro pan de cada día, hay que entender esto, como casi todos los Padres de la Iglesia lo enseñan, no tanto el pan material, alimento del cuerpo, cuanto el pan eucarístico que debe ser consumido cada día”.
Este texto nos pone de relieve, de manera muy clara, cómo las escrituras del Antiguo y Nuevo Testamento, y luego los Padres de la Iglesia, mencionemos aquí a San Cipriano, San Basilio, San Ambrosio y San Agustín, convergen para indicar que la voluntad divina, es la de que: el pan eucarístico sea comido cada día por los miembros de la Iglesia de Cristo. Así San Agustín, en su Sermón 56, nos dice que: El cuerpo de Cristo y su Palabra constituyen un pan de Vida comido en la fe; la Palabra hace conocer la Eucaristía e inflama de amor hacia ella. Ambas son, conjuntamente, el pan del alma, ese pan que reciben los únicos hijos de Dios, mientras que el pan material, alimento del cuerpo mortal.
En San Agustín, como en los Padres en general, el simbolismo eucarístico del pan cotidiano no es el único: "La misma Iglesia, que recomienda la comunión cotidiana del cuerpo de Cristo, aconseja también la audición o la lectura cotidiana de su Palabra, ofrecida precisamente como alimento en la liturgia eucarística”. Y sobre estas palabras de San Agustín, más tarde San Pío X, aclararía que no existe para el cristiano un deber de recibir diariamente el pan eucarístico, porque ello no corresponde a un precepto divino sino solamente a tener un ardiente deseo de Cristo y de su Iglesia del que ya estaba consciente la comunidad de Hipona a fines del siglo IV y principios del siglo V gracias a la palabra de San Agustín. Es decir, San Pío X claramente nos dice que no existe una obligación de comulgar diariamente, aunque si existe la de rezar. Nuestro Señor, más de una vez y en distintos momentos y con distintas palabras nos dejó dicho: “…, conviene orar perseverantemente y no desfallecer”. (Lc 18,1). “Vigilad y orar para que no caigáis en tentación”. (Mt 26,41). Y San Pablo también nos decía: "Orad constantemente. En todo dad gracias, pues esto es lo que Dios, en Cristo Jesús, quiere de vosotros”. (1Ts. 5,1718).
Existen dos formas de tomar la comunión: Una es la eucarística, de la que ya someramente hemos hablado y la otra es la espiritual. La comunión espiritual, a juicio de algunos autores católicos como Ronald Knox, su valor es muy semejante al de la comunión eucarística y así escribe diciendo: “Nosotros sabemos que una comunión espiritual hecha sinceramente puede producir los mismos efectos que la comunión sacramental”. En todo caso, hay que considerar, que tanto en una como en otra clase de comunión, su valor al alma que lo recibe está en función de su deseo de amor al Señor y su entrega a Él. Royo Marín escribía: “Una sola comunión recibida con gran fervor bastaría, sin duda alguna, para elevar a un alma a la más encumbrada santidad”. La diferencia fundamental entre las dos clases de comuniones, radica en que solo en la comunión eucarística además de recibir el espíritu divino, también recibimos el cuerpo y la sangre del Señor, pues aunque solo tomemos el pan también tomamos la sangre. En la consagración de pan, se hacen también presentes, la sangre, alma, y divinidad de Cristo. Y lo mismo ocurre con la consagración de la sangre de Nuestro Señor. La doctrina explica porque el Cristo completo está presente bajo cada especie Eucarística. Cristo es indivisible; Su Cuerpo es inseparable de Su Sangre, de Su Alma humana, Su Naturaleza Divina y Su Persona Divina. De esta verdad se deduce que Jesús está enteramente presente en la Eucaristía.
La Comunión espiritual es una oración con la que el fiel católico expresa el deseo de recibir a Jesucristo en la Eucaristía sin efectuar materialmente la comunión sacramental, es decir, sin recibir la forma consagrada. Se utiliza sobre todo como una preparación para la Santa Misa o en los casos en los que es imposible acudir a ella. La comunión espiritual, tiene su origen natural en el vehemente deseo de las almas de recibir al Señor eucarísticamente y no ser esto posible, en momento o circunstancia dada. En cuanto a su origen histórico, la comunión espiritual es muy anterior al Concilio de Trento en el cual ya se hizo referencia a ella alabándola y exhorta a los fieles a practicarla.
Para Santo Tomás de Aquino, “La comunión espiritual consiste, en un deseo ardiente de recibir a Nuestro Señor Jesucristo sacramentalmente y en amoroso abrazo, como si se lo hubiera ya recibido.” El efecto o las consecuencias de recibir la comunión espiritual, pueden ser para el alma las mismas que la recepción eucarística, salvo lógicamente la no recpeción del cuerpo del Señor, solo recibiremos el Espíritu pero no el cuerpo material del Señor.
Según la doctrina católica, las comuniones espirituales deben siempre tener la comunión eucarística como meta. Para Juan Pablo II. “La práctica de este deseo constante de Jesús en la Eucaristía tiene su raíz en la perfección última de la comunión eucarística, que es el fin último de todo deseo humano”. La comunión espiritual puede repetirse muchas veces al día. Puede hacerse en la iglesia o fuera de ella, a cualquier hora del día o de la noche, antes o después de las comidas. La comunión Espiritual no es primordialmente una sustitución de la comunión eucarística, sino más bien anticipación y extensión de sus frutos. Un acto de comunión espiritual, expresado mediante cualquier fórmula devota, es recompensado con una indulgencia parcial."¡Qué fuente de gracias es la Comunión espiritual! Practícala frecuentemente y tendrás más presencia de Dios y más unión con Él en las obras".
Por el deseo sincero de recibirlo, el Señor, se te confiere la gracia. Él lo da todo por las almas que tanto ama. Basta con que estas lo deseen. Su Misericordia no tiene límites. Durante la misa y con anterioridad al momento de comulgar eucarísticamente, podemos recibirlo espiritualmente. El Señor sabe encender nuestros corazones y siembra en nuestras almas el deseo fervoroso de recibirlo... ¡dulce huésped del alma! Las oraciones que podemos emplear en la comunión espiritual, son muy variadas y todas ellas son válidas pues lo importante es expresarle á Él el deseo de amor que nos embarga.
San Josemaría Escrivá aprendió de niño de un padre escolapio, la siguiente fórmula: “Yo quisiera, Señor, recibiros con aquella pureza, humildad y devoción con que os recibió vuestra Santísima Madre; con el espíritu y fervor de los Santos”.
San Maximiliano Kolbe, además de recibir la Eucaristía, hacía visitas frecuentes al Santísimo Sacramento: hasta diez veces al día. Esto no fue suficiente para él. Y, siguiendo a San Francisco de Sales, decidió hacer Comuniones Espirituales cada 15 minutos. A veces, dice San Maximiliano, la Comunión espiritual puede traer las mismas gracias que la sacramental.
San Alfonso María de Ligorio, su fórmula decía así: “Creo, Jesús mío, que estáis realmente presente en el Santísimo Sacramento del Altar. Os amo sobre todas las cosas y deseo recibiros en mi alma. Pero como ahora no puedo recibiros sacramentado, venid a lo menos espiritualmente a mi corazón. (Pausa en silencio para adoración) Como si ya os hubiese recibido, os abrazo y me uno todo a Vos. No permitáis, Señor, que jamás me separe de Vos. Amén.”
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
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