¿Nos decidimos a mirar a Dios cara a cara?
por Un obispo opina
A veces rehuímos mirar a Dios. Quizá porque le tenemos cierto miedo porque la conducta que llevamos no creemos que sea digna; a veces, por cierto temor; a veces porque quizá nos pida algo que no nos atrevemos a darle; qué sé yo. Estoy convencido de que si no nos atrevemos es por algo. Y podemos ver también cómo nos miramos a nosotros mismos.
1. A DIOS CREADOR
En el Antiguo Testamento Dios nos dice constantemente que es el Señor. Lo es porque nos ha dado todo lo que somos y tenemos, desde la vida hasta lo más pequeño que pueda haber en nosotros. Aparte de que nos ha creado, cuando el hombre pecó, la respuesta de Dios fue anunciar el perdón.
Lo que nadie podía imaginar era cómo nos lo otorgaría. Nada menos que mandarnos a su Hijo para que, encarnándose y haciéndose hombre como nosotros, ofreciese por nuestra salvación su vida en la cruz. El Padre acepta el sacrificio de su Hijo y nos perdona. Esto lo sabemos porque nos lo reveló Jesús. Por lo que antes de la venida de Jesús, el pueblo elegido no podía mirar a Dios como lo podemos mirar nosotros. Ellos miraban a Dios como creador, Señor de todos los hombres, que había hecho una promesa de perdonarnos. Nosotros vemos que la promesa la cumplió Dios en Jesús y Jesús nos enseñó a llamar a Dios “Padre”. Los antiguos no podían imaginar hasta qué punto había de llegar la misericordia de Dios. Ciertamente veían a Dios como el Señor, el dueño de todo, como un Dios entre los dioses; pero seguían también adorando a los ídolos, costumbre que Dios repudiaba, ya que reclamaba para sí el culto de adoración.
2. A DIOS PADRE
En el Nuevo Testamento cambiamos nuestra visión de Dios, distinta de la que tenía el pueblo al que le hablaron Moisés y los profetas; veían a un Dios todopoderoso, pero invisible que guiaba y defendía a su pueblo. Pero ese Dios se nos ha hecho visible y presente en su Hijo
Jesús: "Le dice Felipe: « Señor, muéstranos al Padre y nos basta. » Le dice Jesús: « ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: "Muéstranos al Padre"? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí? Las palabras que os digo, no las digo por mi cuenta; el Padre que permanece en mí es el que realiza las obras.
Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Al menos, creedlo por las obras" (Jn. 14, 811).
Y en otro lugar: "Os he dicho todo esto en parábolas. Se acerca la hora en que ya no os hablaré en parábolas, sino que con toda claridad os hablaré acerca del Padre. Aquel día pediréis en mi nombre y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros, pues el Padre mismo os quiere, porque me queréis a mí y creéis que salí de Dios" (Jn. 16, 25-27).
La visión de Dios ya es distinta. La visión nueva nos la enseña Jesús “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre”. Ya no es un Dios que nos habla desde la nube; nos habla desde Jesús en quien vemos al Padre. Y si nos dice que el Padre está en Él y Él está en el Padre; el lugar del Padre y de Jesús, más que de señorío (que también lo es) es de amor. Y si en Jesús, el Padre se nos ha presentado como el Dios del amor, este amor debe ser correspondido con nuestro amor, con un amor semejante al suyo.
Lo cierto es que a veces no hemos sabido poner a Dios en su lugar, y como Jesús es Dios, debemos saber ponerle también en su lugar. Él ocupó el lugar de Hijo querido y obediente al Padre. Y como se ha vinculado a nosotros de manera que él está en nosotros y nosotros en Él, formando un solo cuerpo, ése es también nuestro lugar, hijos queridos y amados.
3. A NOSOTROS
Y si nos miramos a nosotros para ver cómo nos comportamos, quizá nos veamos ocupando un lugar que no es el nuestro; por ser miembros de su cuerpo, nuestro lugar no puede ser otro que el que ocupó Jesús, el amor y el servicio por amor.
Por tanto, hemos de superar el mandamiento del Antiguo Testamento limitando nuestro amor a los amigos, sino que debemos amar y servir a todos como Él nos ha amado y servido. Si Jesús ha dado su vida por todos, también nosotros la debemos de dar la nuestra por todos si queremos imitar a Jesús. ¿Lo entendemos bien? Escuchemos a San Pablo:
"En efecto, cuando todavía estábamos sin fuerzas, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos; en verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir, mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros" (Rom. 5, 6-8).
De todo lo que venimos diciendo, concluimos que es el amor lo que debe imperar en los mandamientos de la Ley según la interpretación que hizo Jesús. No es cuestión de cumplir la ley que nos dio Moisés, sino de cumplir con la ley nueva que nos dio Jesús. La ley del amor, viviéndola como la vivió Jesús, imitando su vida y su estilo: agradar al Padre dándole gusto en todo, que es lo que hizo Jesús, y pudiendo decir como Él: “Yo hago siempre lo que es de su agrado" (Jn. 8, 29).
¿Lo hacemos o, por lo menos, intentamos hacerlo?
José Gea
1. A DIOS CREADOR
En el Antiguo Testamento Dios nos dice constantemente que es el Señor. Lo es porque nos ha dado todo lo que somos y tenemos, desde la vida hasta lo más pequeño que pueda haber en nosotros. Aparte de que nos ha creado, cuando el hombre pecó, la respuesta de Dios fue anunciar el perdón.
Lo que nadie podía imaginar era cómo nos lo otorgaría. Nada menos que mandarnos a su Hijo para que, encarnándose y haciéndose hombre como nosotros, ofreciese por nuestra salvación su vida en la cruz. El Padre acepta el sacrificio de su Hijo y nos perdona. Esto lo sabemos porque nos lo reveló Jesús. Por lo que antes de la venida de Jesús, el pueblo elegido no podía mirar a Dios como lo podemos mirar nosotros. Ellos miraban a Dios como creador, Señor de todos los hombres, que había hecho una promesa de perdonarnos. Nosotros vemos que la promesa la cumplió Dios en Jesús y Jesús nos enseñó a llamar a Dios “Padre”. Los antiguos no podían imaginar hasta qué punto había de llegar la misericordia de Dios. Ciertamente veían a Dios como el Señor, el dueño de todo, como un Dios entre los dioses; pero seguían también adorando a los ídolos, costumbre que Dios repudiaba, ya que reclamaba para sí el culto de adoración.
2. A DIOS PADRE
En el Nuevo Testamento cambiamos nuestra visión de Dios, distinta de la que tenía el pueblo al que le hablaron Moisés y los profetas; veían a un Dios todopoderoso, pero invisible que guiaba y defendía a su pueblo. Pero ese Dios se nos ha hecho visible y presente en su Hijo
Jesús: "Le dice Felipe: « Señor, muéstranos al Padre y nos basta. » Le dice Jesús: « ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: "Muéstranos al Padre"? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí? Las palabras que os digo, no las digo por mi cuenta; el Padre que permanece en mí es el que realiza las obras.
Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Al menos, creedlo por las obras" (Jn. 14, 811).
Y en otro lugar: "Os he dicho todo esto en parábolas. Se acerca la hora en que ya no os hablaré en parábolas, sino que con toda claridad os hablaré acerca del Padre. Aquel día pediréis en mi nombre y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros, pues el Padre mismo os quiere, porque me queréis a mí y creéis que salí de Dios" (Jn. 16, 25-27).
La visión de Dios ya es distinta. La visión nueva nos la enseña Jesús “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre”. Ya no es un Dios que nos habla desde la nube; nos habla desde Jesús en quien vemos al Padre. Y si nos dice que el Padre está en Él y Él está en el Padre; el lugar del Padre y de Jesús, más que de señorío (que también lo es) es de amor. Y si en Jesús, el Padre se nos ha presentado como el Dios del amor, este amor debe ser correspondido con nuestro amor, con un amor semejante al suyo.
Lo cierto es que a veces no hemos sabido poner a Dios en su lugar, y como Jesús es Dios, debemos saber ponerle también en su lugar. Él ocupó el lugar de Hijo querido y obediente al Padre. Y como se ha vinculado a nosotros de manera que él está en nosotros y nosotros en Él, formando un solo cuerpo, ése es también nuestro lugar, hijos queridos y amados.
3. A NOSOTROS
Y si nos miramos a nosotros para ver cómo nos comportamos, quizá nos veamos ocupando un lugar que no es el nuestro; por ser miembros de su cuerpo, nuestro lugar no puede ser otro que el que ocupó Jesús, el amor y el servicio por amor.
Por tanto, hemos de superar el mandamiento del Antiguo Testamento limitando nuestro amor a los amigos, sino que debemos amar y servir a todos como Él nos ha amado y servido. Si Jesús ha dado su vida por todos, también nosotros la debemos de dar la nuestra por todos si queremos imitar a Jesús. ¿Lo entendemos bien? Escuchemos a San Pablo:
"En efecto, cuando todavía estábamos sin fuerzas, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos; en verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir, mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros" (Rom. 5, 6-8).
De todo lo que venimos diciendo, concluimos que es el amor lo que debe imperar en los mandamientos de la Ley según la interpretación que hizo Jesús. No es cuestión de cumplir la ley que nos dio Moisés, sino de cumplir con la ley nueva que nos dio Jesús. La ley del amor, viviéndola como la vivió Jesús, imitando su vida y su estilo: agradar al Padre dándole gusto en todo, que es lo que hizo Jesús, y pudiendo decir como Él: “Yo hago siempre lo que es de su agrado" (Jn. 8, 29).
¿Lo hacemos o, por lo menos, intentamos hacerlo?
José Gea
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