Lunes, 23 de diciembre de 2024

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Humildad y miedo, a veces se confunden y nos confunden.

Humildad y miedo, a veces se confunden y nos confunden.

por La divina proporción

 Un médico vino entre nosotros para devolvernos la salud: nuestro Señor Jesucristo. Encontró ceguera en nuestro corazón, y prometió la luz "ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman" (1Co 2,9). La humildad de Jesucristo es el remedio a tu orgullo. No te burles de quien te dará la curación; sé humilde, tú por el que Dios se hizo humilde. En efecto, Él sabía que el remedio de la humildad te curaría, él que conoce bien tu enfermedad y sabe cómo curarla. Mientras que no podías correr a casa del médico, el médico en persona vino a tu casa... Viene, quiere socorrerte, sabe lo que necesitas.

 

Dios vino con humildad para que el hombre pueda justamente imitarle; Si permaneciera por encima de ti, ¿cómo habrías podido imitarlo?  Y, sin imitarlo, ¿cómo podrías ser curado? Vino con humildad, porque conocía la naturaleza de la medicina que debía administrarte: un poco amarga, por cierto, pero saludable. Y tú, continúas burlándote de él, él que te tiende la copa, y te dices: "¿pero de qué género es mi Dios? ¡Nació, sufrió, ha sido cubierto de escupitajos, coronado de espinas, clavado sobre la cruz!" ¡Alma desgraciada! Ves la humildad del médico y no ves el cáncer de tu orgullo, es por eso que la humildad no te gusta. (San Agustín Sermón 61, 1418)

 

Los seres humanos tendemos a quedarnos con las apariencias y por eso nos resulta más fácil imitar para aparentar. Como dice el viejo refrán, “el hábito no hace al monje”, aunque ayude a quien tiene en su interior el deseo y la voluntad de ser monje.

 

San Agustín se pregunta, poniendo el foco en Cristo “sin imitarlo, ¿cómo podrías ser curado?”, pero tenemos que leer más para dar sentido a esta frase. “Vino con humildad, porque conocía la naturaleza de la medicina que debía administrarte: un poco amarga, por cierto, pero saludable.” Lo que nos propone es que imitemos su humildad: “Él sabía que el remedio de la humildad te curaría, él que conoce bien tu enfermedad y sabe cómo curarla

 

¿Qué sentido tiene la humildad en la sociedad de las apariencias vacías que nos rodea? La humildad resulta repulsiva e indeseable en un mundo en el que tener es más importante que ser. Viendo en esta tarde una película sobre la vida del Padre Pío, estuve reflexionando sobre lo complicado que es ser humilde cuando todos los que te rodean te ensalzan y hasta te idolatran. Que difícil es ser humilde cuando se ha recibido un don de Dios, que te hace destacar sobre los demás. ¿Qué tipo de don? Por ejemplo el bautismo es un don de Dios, que nos lleva a dar testimonio de nuestra fe. ¿Por qué no lo hacemos entonces? Nos lo señala San Agustín: “Encontró ceguera en nuestro corazón, y prometió la luz”. No confiamos en que la luz de Dios y tememos la responsabilidad que conllevan los dones que nos da. Pero este temor a veces se confunde con la humildad. La humildad no te hace esconder el don de Dios, la humildad es otra cosa.

 

La humildad nos lleva a comprender que podemos aquella llama de luz que Dios nos da, no es para guardarla debajo de la cama, sino para exponerla. Pero nos da miedo convertirnos en modelo para los demás y este miedo proviene de la responsabilidad que contraemos al intentar ser ese modelo.

 

No puede uno agradar a Dios sin presentarse como modelo para ser imitado por aquellos que quieren sean salvados, por cuanto nadie pretenderá imitar a aquel que no le agrada (San Agustín. Tratado sobre el Sermón de la Montaña 2, 1, 3)

 

Hoy en día ser testigos de Cristo es  muy importante y ese testimonio conlleva presentarse como modelo. ¿Cómo ser modelo sin que se nos suba a la cabeza? ¿Cómo ser humildes al tiempo que aparecemos como modelos a imitar? La figura del Padre Pío puede ser para nosotros un modelo a imitar, para que a su vez, otros vean en nosotros el reflejo de la luz de Cristo.

 

El Padre Pío tuvo que aceptar ser el centro de expectación de muchas personas y al mismo tiempo, centro de las envidias e intrigas de otros muchos. Los envidiosos no dejaron de hostigarlo e intentar que desapareciera, pero no se echó atrás al sufrir desprecios, dudas e insidias. Lo importante no somos nosotros, sino la luz que podemos reflejar. Las tinieblas rodean la luz, por lo que tarde o temprano tendremos que aceptar con humildad que nuestro testimonio estorbe a otras personas. La verdadera humildad se demuestra entonces, lo fácil es esconderse y dejar de dar testimonio. La humildad nos permite seguir adelante sin esperar reconocimientos ni alabanzas. Además, como indica San Agustín, ese es el camino de nuestra curación.

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