Hay un axioma que dice: “El que no vive para servir, no sirve para vivir”. Servir al prójimo es una consecuencia lógica del amor que le debemos al prójimo. Después del amor a Dios, nada hay más grande y que más agrade al Señor, que el amor al prójimo. El Señor fue muy claro a este respecto, cuando dejó dicho: “Un precepto nuevo os doy: que os améis los unos a los otros; como yo os he amado, así que también amaos mutuamente. En esto conocerán todos que sois mis discípulos: si tenéis amor unos a otros”. (Jn 13,34-35). Y San Juan realzaba la importancia de este precepto divino y escribía: “Queridos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor”. (1Jn 4,7-8).
No es que la ley mosaica, ordenara claramente aborrecer a los enemigos, pero tampoco ponía énfasis en amarlos. Para el israelita contemporáneo del Señor, lo principal era el cumplimiento del “Schema Israel”, Escucha Israel, que era la oración y que el propio Jesús oró con ella, la cual dice: “Escucha, Israel: Yahvéh nuestro Dios es el único Yahvéh. Amarás a Yahvéh tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza. Queden en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy. Se la repetirás a tus hijos, les hablarás de ellas tanto si estás en casa como si vas de viaje, así acostado como levantado; las atarás a tu mano como una señal, y serán como una insignia entre tus ojos; las escribirás en las jambas de tu casa y en tus puertas”. (Dt 6,4-9).
Pero el Señor desde el primer momento, en sus predicaciones en Galilea, nos dejó dicho: "Habéis oído que fue dicho: Amaras a tu prójimo y aborrecerás a tus enemigos. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre, que está en los cielos, que hace salir el sol sobre malos y buenos y llueve sobre justos e injustos. Pues si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen eso también los publicanos? Y si saludáis solamente a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen eso también los gentiles? Sed, pues, perfectos, como perfecto es vuestro Padre celestial”. (Mt 5,43-47). Nos pone de manifiesto la importancia que tiene el amor a los demás, y además al amor al prójimo le da la categoría de mandamiento esencial, inmediatamente después del amor a Dios. Y así en otra ocasión en respuesta a una pregunta, manifiesta: "Maestro, ¿cual es el mandamiento más grande de la Ley? El le dijo: Amaras al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, y con toda tu mente Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo, semejante a este, es: Amaras al prójimo como a ti mismo. De estos dos preceptos penden toda la Ley y los Profetas”. (Mt 22,39).
Nosotros ahora, decimos que amamos a Dios, pero luego no soportamos al prójimo. Nos engañamos a nosotros mismos, es imposible amar a Dios sin amar al prójimo, por muy difícil y mucho que nos cueste amarle, porque hay que reconocer, que: ¡hay cada elemento, por ahí! que bendito sea Dios y sin embargo hay que amarle, hay que amar a toda criatura humana, aunque esta sea, el asesino de nuestros padres, hermanos o seres queridos. ¡Que Dios misericordioso, no nos ponga en ese brete! El esfuerzo que hay que hacer, en estos supuestos, es tremendo, claro que el mérito espiritual será del ciento por uno.
Y este amor al prójimo, habrá de nacer siempre, de nuestro superior amor al Señor. El que ama de verdad a alguien, siempre ama a lo que emana de ese alguien. Dice el refrán: El que ama una flor, ama siempre las hojas de su alrededor. Y nuestro prójimo, al igual que nosotros es de creación divina, por lo que si amamos al Señor estamos obligados al amor al prójimo. Es este un tema, que en nuestra vida humana y espiritual no le damos siempre la importancia que tiene, porque si amamos al prójimo que nos agrada y con ello creemos que ya cumplimos, pero nada más; a lo sumo ignoramos al prójimo que nos desagrada, porque lo normal en nosotros es que de mostremos nuestro desaprecio. El Señor nos dice: “Si amáis a los que os aman, ¿cual será vuestra recompensa? ¿Es que no hacen esto también los gentiles? (Mt 5,14).
En este tema del amor al prójimo, hay que distinguir entre la persona humana y su conducta. La persona humana, todas ellas son de creación divina, y por ello hemos de amarlas siempre, en todo momento y bajo cualquier circunstancia, incluso dando nuestra vida, por un declarado enemigo nuestro. Ahí tenemos el ejemplo del sacerdote polaco San Maximiliano Kolbe, que dio su vida ofreciéndose a ser fusilado en sustitución de un padre de familia, y cumplimentando la aseveración del Señor cuando nos dijo: "Nadie tiene amor mayor que este de dar uno la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su Señor; pero os digo amigos, porque todo lo que oí de mi Padre os lo he dado a conocer. No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca, para que cuanto pidierais al Padre en mi nombre os lo dé. Esto os mando, que os améis unos a otros”. (Jn 15,1317).
Pero es importante saber, que siempre hay que distinguir, entre la persona y su conducta. Hemos de amar a la persona, pero podemos y debemos en muchos casos repudiar su conducta, porque ella no es nunca un fruto de la voluntad de Dios, sino un fruto de la voluntad humana, que puede ser bueno o malo y nadie está obligado a amar la maldad.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
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