Este es nuestro principal problema, el problema que tenemos todos los que estamos aquí abajo…, y lo tremendo es que no somos plenamente conscientes, de lo que esta aceptación o no aceptación de la voluntad divina, nos va a suponer, el día en que abandonemos este mundo, y nuestra alma libre de las ataduras del cuerpo, que le ha servido de soporte, entre en un nuevo estado de gloria o de reprobación, cuyo tamaño será en uno o en otro caso, el que hayamos elegido durante el periodo de tiempo que pasamos en este mundo, para superar la prueba de amor, que ahora estamos pasando.
Todo aquel, que sea nominado para entre en el banquete del Señor, se dará cuenta inmediatamente, de que será imposible atravesar la puerta para acceder a la gloria, si su voluntad no ha sido previamente identificada con la divina. De las tres potencias del alma: memoria, inteligencia y voluntad, solo una nos restará en la gloria, que será nuestra inteligencia, porque la memoria desaparecerá al entrar en la eternidad, es decir, a tener la capacidad de unir y dominar la visión del presente del pasado y del futuro al mismo tiempo, pues nos desaparecerá la limitación del dogal del tiempo que ahora tenemos puesto. Y la voluntad también nos desaparecerá porque quedará identificada con la voluntad de Dios. El amor a Dios nos llevará a no desear nada más que aquello que el Señor desea.
Bueno será por lo tanto, que nos vayamos ejercitando en buscar nuestra plena identificación entre la voluntad divina y la propia, pues si esto no lo logramos, aquí abajo, tendremos que lograrlo en el purgatorio y desde luego que será más sencillo alcanzar la identificación de nuestra voluntad con la del señor aquí abajo que en el purgatorio, ya que hasta que no lo alcancemos, no entraremos en el reino de los cielos. Es decir en el cielo solo se puede entrar plenamente purificados, y la purificación implica la destrucción definitiva de todo lo que nos impida participar de la glorificación divina. Como sabemos este proceso de purificación definitiva, casi todo el mundo tendremos que pasarlo, solo muy pocos privilegiados, que en vida se han purificado totalmente alcanzarán en directo el Reino de los cielos.
Es por ello, que todo lo que avancemos aquí abajo hacia este fin, nos lo evitaremos pasarlo en el purgatorio y por supuesto siempre será mejor, buscar nuestra plena identificación con la voluntad divina, aquí abajo que en el purgatorio.
Leído lo anterior, hemos de preguntarnos: ¿Cómo hemos de identificar nuestra voluntad con la divina? Primeramente hemos de partir de la base de que el Señor nos ama a nosotros, a cada uno de nosotros, como si fuésemos la única criatura creada por Él. Su amor infinito como lo es, todo su Ser, determina que el amor que Él nos profesa es también infinito y totalmente superior al pequeño amor equivocado que nosotros nos tenemos a sí mismo. El no desea más que nuestra eterna felicidad para la cual nos ha creado y por ello, en su infinita omnipotencia dispone todo bien que recibamos y permite, que seamos tentados por el mal, para nuestro bien, pues si jamás fuésemos tentados, nunca tendríamos la oportunidad de demostrarle a Él nuestro pequeño amor, que Él aprecia tremendamente, pues como repetidamente escribo en las glosas que publico, nosotros estamos en este mundo para pasar una prueba de amor; una prueba para demostrarle al Señor, que somos dignos de participar de su infinita gloria, el día que abandonemos este mundo, porque somos capaces en la medida de nuestras pobres fuerzas, de corresponder a su amor.
Y la forma de demostrarle al Señor que le amamos, es aceptar su voluntad sea esta cual sea, porque aunque pensemos que su voluntad pueda proporcionarnos males, esto no es así. La raíz de los males están y nacen de las ofensa al Señor. Hace tiempo y creo recordar, que en alguna glosa lo he reseñado unos versos que dicen:
Sea bueno o malo lo que recibimos,
De sus divina manos viene,
Y es lo que más nos conviene,
Aunque no lo comprendamos.
Nuestros males materiales, los males que debidamente soportemos, son un fruto generador de bienes espirituales para nosotros. Nuestras contrariedades, nuestros males que tanto nos hacen sufrir y padecer, son siempre de origen material. Ningún bien de origen espiritual, nunca torturará nuestra alma, es la dichosa materia y lo que en relación a ella se une, lo que nos hace sufrir. ¡Ojalá! que todos tuviésemos el ansia de posesión de bienes espirituales, cual es la cantidad y tamaño de los anhelos y deseos que tenemos de bienes materiales.
Hay un dicho que valora los refranes, al decir: Voz del pueblo voz de Dios, y en este sentido el pueblo ha creado desde tiempo inmemorial, una serie de dichos y refranes, poniendo de manifiesto la necesidad que tenemos de atesorar bienes espirituales para llegar arriba con las manos llenas. Uno de estos refranes, cuyo contenido todo el mundo acepta, nos dice: No es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita.
La identificación de nuestra voluntad con la divina, es el más seguro camino que tenemos para alcanzar la gloria celestial.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
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