Lunes, 23 de diciembre de 2024

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¿Buscamos a un dios silente?

¿Buscamos a un dios silente?

por La divina proporción

Como otras veces he indicado, me gusta leer de vez en cuando, diferentes blogs, webs, libros o fascículos que defienden posturas eclesialmente heterodoxas. Es una costumbre que me ayuda a reflexionar sobre los problemas que tiene la unidad de la Iglesia y de cuanto tienen que ver nuestros “deseos” personales, en esta falta de unidad. 

Decía San Agustín en su Sermón 88, sobre los ciegos de Jericó: 

Quien abandona la unidad, viola la caridad, y quien viola la caridad, tenga lo que tenga, nada es. Aunque hable las lenguas de los hombres y de los ángeles, aunque conozca todos los misterios, aunque tenga toda la fe hasta trasplantar los montes, aunque distribuya todos sus bienes a los pobres, aunque entregue su cuerpo a las llamas, si no tiene caridad, nada  es y de nada le vale. Inútilmente posee cuanto posee quien carece de aquella única cosa que hace útil todo lo demás. Abracémonos, pues, a la caridad esforzándonos en guardar la unidad del espíritu en el vínculo de la paz. No nos seduzcan quienes desde una  inteligencia carnal y estableciendo una separación corporal se alejan del  trigo de la Iglesia extendido por todo el orbe, culpables de un sacrilegio en el espíritu. (Sermón 88,21) 

¿Por qué la falta de Caridad invalida cualquier cosa que realicemos? Creo que es evidente la definición que San Juan Evangelista dio de Dios: Deus Caritas est: Dios es amor, Dios es caridad. Creo que es evidente que quien abandona la unidad, deja la caridad a un lado del camino. 

La caridad nos une incluso en el desacuerdo, ya que quien más quiere a su hermano es el que más comprometido está en buscar un acuerdo que permita construir juntos el Reino de Dios. La caridad señala las diferencias con el objeto de volver a unirse. La falta de caridad, señala las discrepancias para separar y distanciarse. La caridad es acogedora, humilde, paciente y perseverante. La falta de caridad se despacha en monólogos rápidos, creando murallas en torno a las discrepancias. La caridad ve, en los errores de los demás, la naturaleza herida, que es común a todos nosotros. Naturaleza que debe ser curada por medio de la Gracia de Dios en comunidad. La falta de caridad busca la razón en descalificaciones personales que excluyen a la persona y al diálogo. 

¿Por qué cuento todo esto? Como decía, leyendo opiniones heterodoxas en lugares heterodoxos (un blog de línea masónica), encontré una entrevista muy interesante, realizada al teólogo Andrés Ortiz-Osés, profesor de teología de la Universidad de Deusto. 

Traer esta entrevista a mi blog y comentar lo que se dice en ella, podría ser una falta de caridad. Cierto, acepto que puede ser así. Por ello, no deseo  descalificar a la persona entrevistada, a la que respeto y considero en toda su valía profesional y personal. Tampoco deseo condenar sus puntos de vista, ya que eso conllevaría distanciamiento y desafecto. Dios será quien juzgue a cada cual. Ninguno de nosotros somos nadie para tirar la primera piedra, ya que nadie está libre de culpa. Tampoco se trata de crear un tribunal unipersonal, valiéndome de esta tribuna que me presta ReL, sino de señalar un problema muy común entre nosotros y que creo de importancia capital para conservar y aumentar la unidad: la creación de dioses personales a la medida de nuestros deseos. Paso a reseñar literalmente una de las preguntas que contestó Andrés Ortiz-Osés: 

¿De todas las tradiciones espirituales, ¿cuál es la que tiene una visión más amplia y completa de la libertad? 

Quizás no hay ninguna que posea esa especificidad, la cual se basaría en la concepción de un Dios como abertura o apertura, y no como cerrazón u obturación de su propia creación. Teilhard de Chardin ha aportado visiones decisivas al respecto, pero la ortodoxia denegó su pensamiento. Necesitamos un Dios heterodoxo respecto a las ortodoxias oficiales de sus propias Iglesias, un Dios no proyectado a imagen y semejanza del gran Dictador, sino un Dios que muere a su vieja deidad, Logos de amor crucificado, y finalmente un Dios-silencio (típico de la religiosidad oriental) 

Creo que el párrafo que he resaltado en negrita se comenta sólo. Lamentablemente esta postura no es algo extraño dentro de la Iglesia. Es algo muy común y una tentación frecuente para todos y cada uno de nosotros. Es el pensamiento líquido y relativista que nos atenaza y nos destruye lentamente como cristianos. 

Me hago unas cuantas preguntas sobre el párrafo: ¿“Necesitamos un dios” adecuado a nosotros o necesitamos a Dios para que nos transforme? ¿Habría un solo dios heterodoxo respecto a las ortodoxias oficiales? ¿Cuántas heterodoxias diferentes pueden generarse en contraposición a la ortodoxia? Que Dios sea coherente y absoluto, ¿Le lleva a ser un “gran dictador”? ¿Las leyes de la física son acciones dictatoriales? ¿Qué alternativa se ofrece a Dios por parte del pensamiento líquido tan de moda? El párrafo de la entrevista lo dibuja espléndidamente: un dios silencioso, inoperante, lejano y desafectado. Evidentemente este dios silente, desafectado y lejano se ajusta muy bien al concepto de la divinidad de las religiones orientales y la de muchos agnósticos. Es el dios de los infinitos relativismos y el dios del “todo tiene valor”. El dios de la armonía silenciosa y de la paz de la soledad. 

Volvamos a San Agustín y pensemos qué sucede si aceptamos a este dios que se nos propone. ¿Qué vínculo podríamos tener para trabajar unidos en el Reino de Dios? Poco podríamos tener en común, ya que cada cual tendría un dios personal que respondería a sus deseos. Al ser dioses silentes y lejanos, dejarían que cada uno decidiera por si mismo qué modelo de ser humano y sociedad desea. ¿Cuántas alternativas existirían? Millones. ¿Habría más unidad y caridad con millones de dioses personales? ¿Se puede construir un puente sin planos claros y materiales adecuados? 

Intentemos que los cantos de sirena no nos seduzcan y ser conscientes de la tremenda necesidad de la unidad para evangelizar una sociedad cada vez más alejada de Dios y más devota de sus dioses personales.

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