Beata Mª Guadalupe Ricart
María Guadalupe Ricart Olmos nació a Albal (Valencia) el 23 de febrero de 1881 de los piadosos padres, Francesco Ricart y María Olmos, modestos campesinos. En el bautismo recibió el nombre de María Francisca. A los cuatro años quedó huérfana del padre; tuvo sin embargo, una infancia y una adolescencia serena, en las que manifestó los rasgos esenciales que habrían distinguido sucesivamente su carácter, también de religiosa: desenvoltura, viveza, espíritu de iniciativa, unidos a la capacidad de dominio de sí y a una sobresaliente aptitud hacia la concentración.
A los once años, con ocasión de la Primera Comunión, a la pregunta del párroco, don Vicente Pastor, si alguno de los que hacían la comunión estuviera dispuesto a encomendarse a Dios para ser toda suya, contestó rápidamente: “-Yo lo quiero”. Bien pronto María Francisca mostró la voluntad de consagrarse a Dios, apoyada en eso por la madre y los hermanos menores Antonio y Filomena, pero, encontrando una fuerte resistencia en su hermano mayor, José.
El 11 de junio 1896 María Francisca fue acogida como postulante en el monasterio de las monjas Siervas de María al Pie de la Cruz de Valencia. A una persona desconocida que, a la entrada, expresó la duda que la joven quinceañera hubiera sido atraída en aquel lugar con engaño, contestó decididamente:
“-Sé muy bien lo que estoy haciendo, porque me llama Jesús”.
María Francisca, con el nombre de sor María Guadalupe emitió los votos perpetuos el 19 de junio de 1900.
En el monasterio ejerció sucesivamente varios cargos: fue lavandera, maestra de novicias, priora. En su vida claustral no se notan hechos extraordinarios, pero sí una sencillez y una fidelidad absoluta y la rapidez de transmitirles a las hermanas, sobre todo a las más jóvenes, los valores propios de la vida contemplativa: observancia perfecta, cuidado de la alabanza divina, disponibilidad y caridad, espíritu de penitencia. Apegada a la espiritualidad servitana, programó su vida sobre la continua meditación de la Pasión de Cristo y los Dolores de la Virgen.
En los primeros años de los trastornos políticos que llevaron a la guerra civil española, demostró estar lista a ofrecer la vida por Cristo, también con el martirio; animando a las novicias a tener siempre mayor fervor; a menudo decía:
“-Ofrezcámonos como víctimas”.
En 1936 fue obligada por la irrupción de los milicianos a dejar el monasterio junto con todas las hermanas. Encontró refugio, por algún tiempo, en casa de sus parientes, luego en casa de su hermana Filomena, donde siguió llevando la misma vida de oración y trabajo por la conversión de los pecadores y por la conservación de la fe católica en España.
El 2 de octubre, a medianoche, cuatro milicianos armados irrumpieron en la vivienda de la hermana para un registro en busca de armas; sólo encontraron un escapulario de la Virgen del Carmen en la habitación de M. Guadalupe. Le preguntaron:
“-¿Es Usted monja?”.
Ella contestó impertérrita:
“-Sí, lo soy, y si naciera mil veces, mil veces me haría monja, en el monasterio del Pie de la Cruz”.
Sostenida por la gracia del Señor, se mostró en todo momento igual de entera y entregada como a lo largo de su vida. Comenzaba para ella la propia subida al Calvario. Abrazada al crucifijo, la subieron a una furgoneta, desde la que daba ánimo a sus familiares:
-“No lloréis por mí, pues me llevan a matarme y dar la vida por Aquel que primero la dio por mí”.
Los que estuvieron presentes en la detención de María Guadalupe testimonian que siguió serena los verdugos, diciendo que se habría ofrecido como víctima por la restauración de la religión cristiana en España y por la vuelta a ella de los Siervos de María.
Fue conducida a un tribunal ficticio en el que recibió la sentencia de muerte. Mansa y humilde, como el Cordero de Dios llevado al matadero, sus propios verdugos quedaron sorprendidos de su paz y se mostraron indecisos a la hora de cumplir las órdenes. Entonces una de las milicianas que les acompañaba les recriminó:
-¡Cobardes! Yo mismo la mataré.
Dos horas después de haber sido apresada, llegó su cruento final en un lugar cercano a la Torre de Espioca, en la localidad de Picasent, en la comarca de la Huerta Sur de la provincia de Valencia.
Después de insufribles vejaciones y maltratos, hacía las cuatro de la madrugada, se oyeron los disparos que acabaron con su vida. Se ensañaron monstruosamente con su cuerpo, como muestran algunas fotografías realizadas por el médico forense, mandado para reconocer los cadáveres.
El cuerpo de María Guadalupe fue enterrado en una fosa común del cementerio de Silla (Valencia). Hacia finales de febrero de 1940, acabada la guerra civil, fue puesto en un nicho del mismo cementerio y desde allí, algunos días después, fue trasladada al cementerio del monasterio. Luego, en 1959, cuando las monjas se trasladaron de Valencia a Mislata, se llevaron los restos mortales al nuevo Monasterio. Allí descansan sus restos en el Monasterio de Al Pie de la Cruz de Mislata, en un sepulcro bendecido con ocasión de su beatificación, por fray Hubert Mª Moons, entonces Prior General.
El proceso de beatificación y canonización de María Guadalupe comenzó el 20 de junio de 1959. Su martirio fue reconocido con decreto del Papa el 28 de junio de 1999. Beatificada en la plaza de San Pedro en Roma por Juan Pablo II el 11 de marzo del 2001; es la primera mártir de la Familia de los Siervos y Siervas de María.
El proceso de beatificación y canonización de María Guadalupe comenzó el 20 de junio de 1959. Su martirio fue reconocido con decreto del Papa el 28 de junio de 1999. Beatificada en la plaza de San Pedro en Roma por Juan Pablo II el 11 de marzo del 2001; es la primera mártir de la Familia de los Siervos y Siervas de María.
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