Miércoles, 25 de diciembre de 2024

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La médico mártir de Toledo (1)

por Victor in vínculis

Con el título de “Carmen Miedes Lajusticia. Protomártir de Toledo en la moderna persecución” el dominico Luis G. Alonso Getino escribió en 1938 un opúsculo que publico en “Vida Sobrenatural”. En sus primeras líneas podía leerse:
 
Entre los ejemplares de vida sobrenatural de estos tiempos hemos de recoger con especial predilección los de nuestros mártires, en los cuales hemos de buscar una muerte heroica, no una vida heroica, que tampoco les exige la Iglesia, aún siendo manifiesto que, con frecuencia, la aureola del martirio remata y abrillanta una ejemplarísima existencia”.
 
La doctora Carmen Miedes era conocida especialmente entre las clases pobres a las que gratuitamente visitaba. Por una ironía de la vida, los directivos del Frente Popular señalaban como víctima preferida a la mujer más estimada entre las clases populares.
 
Registrando los milicianos la casa de una amiga suya, la amenazaron con la muerte si llegaba a ocultar en ella a la doctora, y replicándoles que en Toledo había por entonces acuerdo de no matar ninguna mujer, le replicaron: “-Excepto esa”.
 
Los dirigentes rojos habían acordado su fusilamiento inmediato, temerosos de que una conmoción popular reclamase su indulto.
 
 
Primeros años
 
Mariano Miedes y Petra Lajusticia San Juan tuvieron siete hijos. Cuando acontecen los desafortunados sucesos de la guerra civil llevaban ya treinta años dirigiendo una droguería en la ciudad de Toledo. Don Mariano había ejercido en tales oficios desde niño. Afirma el Padre Getino que Doña Petra “se convertiría en un retablo de dolores pintado por los milicianos republicanos” pues a los pocos días de estallar la guerra sería asesinado su esposo y perdería después a cuatro de sus hijos.
 
Carmen había nacido en Madrid el 28 de junio de 1902. Su padre Mariano era natural de Calatayud (Zaragoza); su madre, Petra era de Tudela (Navarra). Fue bautizada por el sacerdote Francisco Megino el 10 de julio de 1902 en la parroquia de Santa Cruz en la madrileña calle de Atocha.
 
Estudió en el llamado Colegio de Santa Fe (que por entonces se hallaba en el Miradero) de las Madres Comendadoras de Santiago, donde estuvo interna desde los cuatro a los siete años. La personalidad inconfundible, que se revela en la vida posterior de Miedes, empezó a manifestarse en esos primeros años de colegio. Queda en el colegio este retrato de Carmen vestida de Comendadora de Santiago, curiosa costumbre que nos la muestra con capa blanca de gran cola, cruz y cordón, escudo, gran rosario, cofia blanca y negra esmeradamente rizada. Agradecemos a la Comunidad de las Comendadoras que nos lo ha proporcionado.
 
Para sus profesoras, las salidas de la niña tenían algo de personalidad precoz, y sobre todo de una nobleza innata que nunca desmintió. A propósito de lo cual se recuerdan algunas anécdotas.
 
Una de ella tuvo como protagonista a su hermana Petra un año más pequeña e interna como ella, a propósito de un sermón sobre la perfección predicado a las monjas, en el que el predicador insistió mucho en que había que correr por los caminos de la perfección y había que confiar en Dios y no temer las tentaciones del demonio. Al salir al recreo las dos hermanitas de cuatro y cinco años, hacían ya la crítica del sermón de esta manera:
 
-“Oye, el padre encargaba mucho a las monjas que corrieran. ¿Cómo van a correr la madre Carmen, que a los cuatro pasos que anda se fatiga y se sienta?
 
-Pues mira, que lo de no tener miedo al demonio… no irá con la madre Pilar, que se asusta de un ratón”.
 
A esas dos religiosas, grandes amigas de su mamá, asistió Carmen, siendo médico ya, en su enfermedad última, con aciertos y presagios que sorprendieron mucho a las monjas.
 
Poco después salieron ambas hermanas al Instituto. De allí es otra anécdota que se cuenta de uno de los profesores que pasaba por especial favorecedor de un estudiante no muy aventajado. Antes de regalarle la matrícula, quiso hacer el papel de justiciero, simulando una oposición entre los alumnos sobresalientes y que podían aspirar a matrícula. Entre ellos mandó salir al medio a Carmen Miedes, preguntándole una lección.
 
-No la sé, contestó la aludida.
 
-No diga usted que no la sabe; la sabrá mejor o peor, pero la sabe usted.
 
-Tiene usted razón, me la sé; pero no quiero decirla. Porque aunque yo la diga mejor que fulanito, le ha de dar usted a él la matrícula.
 
Sus compañeros que pensaban como ella, sin tener el valor de proclamarlo, celebraron la valentía de Carmen. El profesor se deshizo en protestas de imparcialidad y por vez primera dejó en el lugar que le correspondía a “su niño mimado”. Carmen Miedes se mostraba ya La Justicia pura: independiente, brava y enemiga del favor.
 
 
Médico y farmaceútica a medias
 
Por no contrariar a sus padres cursó la carrera de Farmacia, pero sintiendo por la medicina una inclinación invencible, decidió ponerse a estudiar ambas carreras. Que cursó regularmente, sin perder cursos, con algunos sobresalientes en las más difíciles y una matrícula de honor. Carmen tenía que ser médico, y médico fue en los años reglamentarios, dejando inconclusa la carrera de Farmacia.
 
La vocación le venía de muy niña. Hallándose interna, a los cinco años, en el colegio de Santa Fe, cayó un día de bruces hinchándosele toda la cara. Llamaron enseguida las monjas al médico del colegio, que no concedió importancia a la aparatosa hinchazón. Para espantar el miedo de la pequeña, que gimoteaba un poco, le dio un golpecito en los labios, diciéndole:
 
“- Esto no es nada”.
 
La niña contestó muy sentida:
 
“¡Qué torpe es usted! Cuando yo sea médico, he de ser más cariñosa con los enfermos”.
 
-“Las mujeres no pueden ser médicos”, le replicó el doctor.
 
-Pues, yo he de ser médico; ya verá”, insistió la niña.
 
Falleció el desabrido galeno cuando Carmen estaba terminando su licenciatura y se moría de ganas por recordarle la curiosa anécdota que ella llevaba muy grabada y recordaba en sus tertulias. Desde sus tiernos años, con uno u otro pretexto, se quedaba a escuchar los informes de los médicos y los clasificaba como quien forma una colección filatélica.
 
 
Estudiar, estudiar y estudiar
 
Tiempos tormentosos sufrió Carmen Miedes mientras preparaba su licenciatura y posterior doctorado en la Facultad de San Carlos. Tiempos en que los estudiantes no católicos crearon la Federación Universitaria Española que protagonizó conflictos callejeros, pintadas y reparto de panfletos… aspirando a un monopolio de privilegios escolares que en gran parte logró, tratando así de aplastar a los restantes grupos; aunque, a pesar de ello, a última hora incluso luchaba contra las mismas autoridades civiles y académicas, convirtiendo los claustros universitarios de Atocha y San Bernardo en fortín de resistencia armada.

 
Carmen, que por figurar entre los estudiantes católicos, tuvo que sufrir la malquerencia de Recasens, Negrín y sus congéneres, se abstuvo de participar en las algaradas universitarias. Estudiar, estudiar y estudiar era su lema y su preocupación. ¡A buen lugar había ido a parar sostener tan austeros ideales!
 
Residía, como interna, en la Institución Teresiana, a la sombra benéfica de aquel gran pedagogo y mártir que fue San Pedro Poveda. Al lado de la Universidad de San Carlos, en la calle de la Alameda, erigió dicho sacerdote un centro para jóvenes normalistas y universitarias, entre las cuales cayó Carmen como pez en el agua. Por su valía se la tenía muy en cuenta.
 
Era curioso ver cómo se desdoblaba la personalidad de Miedes Lajusticia, según que actuase en el Instituto Teresiano o en la Universidad: en el Instituto era expansiva, confiada, centro de animación, cabeza de tertulia; en la Facultad severa, adusta.
 
Sonora fue una ocasión en que se propuso dar a sus condiscípulos una lección ejemplar para echarles en cara su preocupación por el porte externo. Carmen era descuidada en el vestir, usaba traje largo y nunca se pintaba ni hacía caso ninguno de las modas… Para aquella broma adquirió un traje de lo más llamativo y moderno, se hizo pintar quitándose diez años de encima, se procuró calzado y peinado a la moda y tomando de compañera a una de bastante más edad, que parecía su institutriz, se lanzó por la calle de Alcalá en dirección a la iglesia de las Calatravas a la hora de mayor concurrencia.
           
Al día siguiente, en cuanto la ven aparecer le dicen que habían visto salir de las Calatravas a la chica más hermosa de Madrid, mientras le daban mil detalles de al joven, afirmando que era algo parecida a ella.
 
A la semana siguiente se repitió el sainete, pero Carmen tuvo el valor de presentarse en la San Carlos para dirigirse a sus condiscípulos, y que al verla venir, riéndose, cayeron en la cuenta de la broma preparada.
 
-“Venid acá, infelices, a saludar a esta princesa; soy la misma de ayer. Con unos céntimos de pintura, unos reales de trapos y unas pesetas de joyas… me tomasteis por una aparición. Buscad en la mujer valores sustantivos. No la obliguéis a desfigurarse hipócrita y cautelosamente, porque seréis vosotros siempre los engañados y las víctimas”.
 
De su natural, lejos de ser huraña, era más bien expansiva y alborotadora. Piadosa sí que era, más no gazmoña y taciturna, sino alegre y comunicativa. Tal se mostró en el Instituto Teresiano los siete años que convivió en él, alternando sus horas con las de la universidad y los hospitales. Apenas había recepción en que no actuase, apenas fiesta en que no tuviese papel preponderante la alumna de medicina, cirugía y farmacia.
 
En las fiestas íntimas, improvisadas por lo general, era particularmente solicitada su cooperación. La habilidad que tenía para imitar a toda clase de personas en su gesto, en su tono, en su charla, hasta en su ideología le daba ocasión para salir del paso sin esfuerzo suyo y con algazara de las compañeras.
 
En su familia extrañaban los aires mayestáticos que de Carmen referían las amigas; porque en casa era laboriosa y humilde como la última sirviente. Aún siendo ya médico, barría, fregaba, llevaba la cocina y no se desdeñaba de atender a las faenas más rudas. Por eso ningún trabajo la asustaba.
 
Finalmente terminó la carrera de Medicina. A título de curiosidad entre los Miedes se cuentan varios médicos; uno de ellos publicó varias obras, cuatro de las cuales se encuentran en la Biblioteca Provincial de Toledo, una sobre El morbo articular, o sea la gota, y otra sobre el Uso y abuso de la sal, obra que no sabemos llegase Carmen a consultar. Para hallar buena acogida en los enfermos, pocos caracteres como el de Carmen: cariñosa, dicharachera, optimista, incansable. Se hacía toda para todos, conservando siempre la nota severa y autoritaria en los asuntos relacionados con la moralidad, pues en esos no admitía subterfugios ni medias tintas.
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