Lunes, 23 de diciembre de 2024

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Martirio y destierro del Obispo Manuel González (y 6)

por Victor in vínculis

Del campo al destierro
José Campos Giles termina de narrar en una tercera parte de su libro lo desarrollado en el capítulo XIX “Del Cenáculo al Calvario” (pág. 629ss) sobre los hechos de mayo del 31.
Tras enviar don Manuel a las Hermanas de la Cruz a la Casa Madre de Sevilla, aparece en escena don Eduardo Heredia Guerrero que junto a su esposa, doña Carmen López, que lo recogieron en su casa. La finca estaba a unos veinte kilómetros de Málaga. Cuando ya se encontraban en las afueras y debido al contraste entre lo sufrido y la acogida tan cálida de aquellos buenos amigos “sus lágrimas se mezclaron con la de aquellos buenísimos hijos y su corazón estalló en sollozos por aquellos caminos silenciosos mientras el coche corría…”.
Don Eduardo Heredia era presidente de las Conferencias de San Vicente, Adorador Nocturno y Discípulo de san Juan. Modelo de caballeros cristianos y de católicos militantes, falleció santamente el 16 de junio de 1931, al mes de recibirle en su casa. Su esposa, doña Carmen López, Presidenta de las Marías y destacado elemento en las principales Asociaciones de Apostolado y beneficencia… fue asesinada durante la persecución religiosa el 24 de septiembre de 1936, uniendo a sus méritos a favor de la Iglesia y de los pobres la gloria del martirio.
 
Gibraltar, Ronda, Madrid y Palencia
Día y medio después, para no poner en peligro la vida de quienes lo acogían, esto es a las doce de la noche del 13 de mayo, el Beato Manuel González García llegaba a las puertas de Gibraltar. Amigos de Málaga que ya se encontraban allí refugiados acudieron a esperarle. A la cabeza el obispo de Gibraltar, Monseñor Richard Fitzgerald.
Al día siguiente celebró la Santa Misa en la Catedral; y un gran número de personas, especialmente de los refugiados, se acercaron a recibir la Sagrada Comunión de sus manos. Al terminar el Santo Sacrificio se organizó espontáneamente un besamano como homenaje de afecto y desagravio al Obispo perseguido… Como día de gran fiesta en la Ascensión del Señor, el Prelado de Gibraltar celebraba Misa solemne de Pontifical, y el Sr. Obispo fue invitado a asistir a ella.
Nunca se le olvidaron las emociones y los sentimientos que experimento en tan solemne acto. La tranquilidad y magnificencia con que aquellos católicos celebraban la fiesta del día y el contraste de su pobre Diócesis con los templos quemados y saqueados, un día de la Ascensión con iglesias cerradas y una verdadera liturgia de catacumbas, y el Pastor errante y fugitivo, era un cuadro que atormentaba su espíritu tan cargado de emociones, por lo que toda la Misa la pasó muy conmovido y si no lloraban sus ojos, lloraba su corazón, o quizás entrambos…
Desde el 15 de mayo se instalará en el Asilo Gavino, atendido por la Congregación de Madres de Desamparados de San José de la Montaña, fundada por la malagueña Beata Petra de San José. Desde allí, escribe el 25 de mayo de 1931, unas líneas para acompañar a la Carta Pastoral que antes de los sucesos del 11 de mayo había escrito a sus diocesanos con motivo del XV Centenariodel Concilio de Éfeso:
Post scriptum. Escrita la anterior Instrucción, fue impedida de salir a la luz por la ola sacrílega de incendio y devastación que en dos días ha arrebatado a Dios en Málaga más de cuarenta templos, y ha dejado sin hogar a multitud de Párrocos, Capellanes, Religiosos y Religiosas; sin escuela y sin refugio a miles de niños y niñas, en su mayoría pobres huérfanos y al pobre del Obispo, de cuyo Palacio no han quedado más que los muros.
Al publicarse hoy, subrayamos con toda la energía de nuestra alma los mandatos que en ella os dirigíamos: oremos y cumplamos con nuestro deber, si es preciso hasta el heroísmo, hasta el martirio… y si algo hemos de añadir, es este nuevo encargo: perdonemos, como perdonó el Maestro, enclavados en la cruz y dispuestos a morir por los mismos que nos crucifican.
Así triunfo Él y así triunfaremos nosotros ¡desde la cruz!
Sin casa donde vivir y dormir seguro, pues a las que habité por caridad después del incendio y saqueo de la mía sobrevinieron amenazas, pánicos y consternaciones, me vi obligado, Dios sabe cuán contra mi voluntad decidida y creo que probada, de vivir y morir entre mis queridos hijos, a refugiarme en estas hospitalarias tierras.
Recibid la bendición de aliento, fortaleza, de paz y de esperanza que desde lejos os envía, deseando que las circunstancies permitan dárosla de otro modo pronto,
Vuestro OBISPO
Después de pasar siete meses en Gibraltar, salió de aquella hospitalaria tierra el 26 de diciembre, para trasladarse a Ronda, donde el Obispado de Málaga tenía en propiedad un pabellón junto al colegio de los PP. Salesianos.

Al regresar a España acompañado por Monseñor Fitzgerald, aproximándose el coche al límite de la frontera española, se le acercó un policía de la República , y, a pesar de ver por sus vestiduras episcopales que el transeúnte era un Obispo, acompañado además por el de Gibraltar, le pidió sus documentos.
Don Manuel le contestó:
-Soy un indocumentado. Todos mis papeles y hasta mis Bulas han sido reducidas a cenizas, en nombre de la República.
-¿Su nombre?
-Manuel González García.
-¿Profesión?, añade el policía lápiz en mano.
-Apunte Vd.: Obispo de Málaga en liquidación por incendio.
El policía le miraba sin saber qué cara ponerle, mientras anotaba en block… El coche siguió adelante y al momento de cruzar la frontera, el policía telefoneaba al Ministro de la Gobernación, don Miguel Maura, que acababa de entrar en España el Obispo de Málaga.
En Ronda sigue sirviendo a la Diócesis.
No podemos dejar de mencionar su viaje a Roma y la audiencia con el papa Pío XI. Era el 10 de octubre de 1932. Él mismo nos lo narra:
Hoy por fin he tenido la audiencia con S.S. Casi no se habló más que de la situación de España por la que está muy afligido y no sé cuántas veces repetía: ¡Povera Spagna! ¡Hora tenebrarum! Estaba más para consolarlo que para dar consuelo.
Es necesario trabajar mucho, sobre todo en la instrucción religiosa; los enemigos han trabajado mucho y han hecho lo que han querido, (continua diciendo el Papa). Paciencia, valor, confianza… Le enseñé algunas fotografías del Palacio y de nuestras iglesias incendiadas… “¡Vandálico, vandálico! Hay que esperar el auxilio de la Providencia”. Yo trataba de contarle cosas alentadoras… Le llevé una nota pidiendo la bendición para “El Granito” y las Marías y me dijo que sí. Después la bendición muy amplia; y fui a visitar al Secretario de Estado.
A la vuelta de Roma se le ordena que resida en Madrid, más lejos todavía de Málaga. El evangélico silencio de del Sr. Obispo y la falta de documentos, hacen desconocer los motivos de esta decisión. Sólo sobresale la actitud de obediencia total en Don Manuel.
Así, desde noviembre de 1932 rige su diócesis desde Madrid, y el 5 de agosto de 1935 el Papa Pío XI lo nombra obispo de Palencia. En el discurso de entrada se emocionó mucho y dijo: “-Necesitaba llorar de alegría después de haber llorado tantos años de amargura”. “-Me duele el corazón de tanto amar”.
En la diócesis palentina vive el drama de la Guerra Civil española. “La guerra -decía don Manuel- está amasada con las transgresiones del amor”.
Cinco años después, muere el 4 de enero de 1940 y, es enterrado en la Catedral de Palencia al pie del Sagrario según su propio deseo:
Pido ser enterrado junto
a un Sagario, para que mis
huesos, después de muerto,
como mi lengua y mi pluma
en vida, estén siempre
diciendo a los que pasen:
¡Ahí está Jesús!
¡No dejadlo abandonado!
Madre Inmaculada, San Juan,
Santas Marías, llevad
mi alma a la compañía eterna
del Corazón de Jesús en
el Cielo.
 
 
Su sucesor, también sufriría el exilio
No sólo sufrió el destierro en la diócesis de Málaga el Beato Manuel González García, la misma suerte corrió su sucesor en los días de la persecución religiosa, pero esta vez durante la Guerra Civil.
Monseñor Balbino Santos Olivera (1887-1953) que terminó sus días como arzobispo de Granada, recibió el encargo de la diócesis de Málaga el 5 de agosto de 1935. Consagrado obispo en Sevilla en Octubre de 1935, llegó poco después a Málaga. Nada más llegar aquí, tuvo que sufrir un sinfín de trágicos problemas de la violencia intolerante que reinaba en Málaga por estas fechas: un gran número de sus sacerdotes, seminaristas y fieles fueron martirizados por ser fieles al Evangelio. Poco después morían también martirizados más de dos mil creyentes.
Monseñor Santos también fue perseguido y salvó su vida, exiliándose a Tánger donde logró refugiarse en un convento de franciscanos, gracias a la intervención del cónsul italiano. De allí pasó a Melilla, y desde el 28 de Diciembre de 1936, rigió la Diócesis desde Sevilla. Por fin, pudo volver el 15 de Marzo de 1937.
Lo primero que hizo fue celebrar un funeral por los mártires malagueños, y sufrir la recepción de los datos que le enviaban de las parroquias comunicándole las iglesias quemadas o destruidas en los dos años pasados.
Se dedicó en cuerpo y alma a la restauración, reabrió el Seminario, restauró el Palacio Episcopal del que sólo habían quedado en pie las paredes maestras, los templos, los conventos, casas rectorales y todo lo destruido, con la ayuda de la Institución “Regiones Devastadas” del Gobierno de Francisco Franco.
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