Lunes, 23 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

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El martirio del Cristo de Mena

por Victor in vínculis

Pedro de Mena y Medrano
Pedro de Mena (Granada, 1628 - Málaga, 1688) es uno de los más afamados escultores del barroco español, que se dedicó principalmente a la realización de imaginería religiosa; oficio al que también se había dedicado su padre, Alonso de Mena, y de quien heredó un taller en Granada. Además, tuvo otro taller instalado durante treinta años en Málaga, a donde se había dirigido para participar en una de sus obras más reconocidas, la sillería del coro de la Catedral de Málaga. En esta ciudad ejecutó gran cantidad de encargos, especialmente para órdenes religiosas.
Las obras de la primera etapa de Pedro de Mena presentan todavía la influencia de las tradiciones locales y un sentido de realismo sereno próximo a Alonso Cano, y entre ellas hay que citar la Inmaculada del convento de las Carmelitas Descalzas Reales de Madrid, y la Virgen de Belén y el San Antonio de Padua de la Catedral de Cuenca.
A causa de la fama lograda, en 1663 se traslada a Madrid llamado por la corte, siendo también nombrado escultor de la catedral de Toledo. Años más tarde, en 1675, vuelve a su ciudad natal, Granada, y durante este tiempo su estilo se aparta definitivamente del de Cano, tomando mayor sobriedad, que mediante un prodigioso realismo transmitía una espiritualidad casi sobrehumana. Entre sus obras de esta etapa se hallan algunas de las realizaciones más trascendentes de la imaginería hecha en España; hizo retratos, tallas procesionales y una nueva tipología de figuras penitentes, como son las Dolorosas y los Ecce Homo, tratados con un realismo dramático, pero atemperado por la mesura que caracteriza el clasicismo de la escuela andaluza.
Entre sus obras de este último período figuran las tallas policromadas de San Francisco de Asís, de la catedral de Toledo, el San Pedro de Alcántara de los Capuchinos de Granada, la Dolorosa de las Descalzas Reales de Madrid, y la impresionante Magdalena Penitente, también para las Descalzas.
Muchas de sus obras repartidas por diferentes iglesias de la ciudad de Málaga, como leíamos ayer, desaparecieron para siempre en la quema de conventos de mayo de 1931. 
Semana Santa de Málaga desaparecida.
Este es el título de un blog de internet cuyo autor recaba imágenes de la Semana Santa de Málaga que ya no procesionan por diversos motivos, especialmente las imágenes que fueron destruidas en los sucesos del mes de mayo de 1931. La cita de don Enrique Navarro Torres, Hermano Mayor perpetuo de la Archicofradía de la Expiración, dicha el 25 de marzo de 1937, da sentido a lo que se pretende:
Ninguna Cofradía ha desaparecido, porque si bien es verdad hemos perdido muchas imágenes y casi todo nuestro tesoro procesional, quedamos nosotros, con nuestra fe y nuestro decidido propósito y la ayuda de todos los buenos malagueños. La Semana Santa, pues, resurgirá purificada, más potente y hermosa si cabe que en los años anteriores al 31”.

http://malaganoesololalameda.blogspot.com.es/
Allí podemos leer lo que sucedió en la iglesia de Santo Domingo. 
Sede de la Unión Mercantil
La Unión Mercantil fue un periódico de ideología conservadora editado en la ciudad de Málaga durante el último tercio del siglo XIX y el primer tercio del siglo XX. El periódico apareció en 1886 y pronto se configuró como uno de los medios de comunicación principales de la provincia. De los 60.000 ejemplares que se tiraban en total en 1920, 28.000 correspondían a La Unión Mercantil.

A la una de la madrugada, del 11 de mayo de 1931, el redactor de sucesos del diario, cumplía sus deberes informativos, informando sobre el ataque al Palacio Obispal, cuando hasta él llegaron voces de –“¡Ahora a la Unión Mercantil y a Santo Domingo!”. Entre los que más gritaban, se destacaba un negro, que con un hacha en la mano animaba a las turbas.
El periodista acudió a pedir auxilio al Gobierno Civil, que tras mucha insistencia enviaron a dos parejas de guardias de seguridad, los cuales vieron como por la calle Nueva un grupo de revoltosos, y por la calle de San Juan otro, desembocaban en la Plaza de Félix Sáenz lanzando gritos diciendo que iban a quemar la Unión Mercantil. El periodista pudo avisar a sus compañeros que abandonaron el edificio.
Serían las tres de la madrugada cuando, por los balcones de la Unión Mercantil, se elevaban grandes columnas de fuego y humo.
Después de actuar en la sede de la Unión Mercantil, y cuando ya era pasto de las llamas, marcharon por la Plaza de Arriola hacia la Iglesia de Santo Domingo. Su objetivo era destruir las populares imágenes. 
Santo Domingo
El convento de Santo Domingo del Real fue fundado por los dominicos tras la conquista en 1494. Las sucesivas inundaciones del Guadalmedina, la invasión francesa y las desamortizaciones del s. XIX, así como los sucesos de 1931 destruyeron gran parte de su patrimonio. El objetivo no era accidental ya que en la iglesia del Convento, enclavada en un barrio humilde, se encontraban las imágenes más veneradas.
Así nos lo narra el blog  Semana Santa de Málaga desaparecida:
“En torno a las tres y media de la madrugada un grupo de personas cruzaba el puente de Santo Domingo. Antes de que llegaran penetraron en ella algunos entusiastas cofrades de la Hermandad del Cristo de la Buena Muerte y el Paso, los cuales procedieron, con una rapidez vertiginosa, a salvar aquellos objetos y enseres de más valor, poniéndolos a buen recaudo. Entre estos, lograron que la bellísima escultura de la Buena Muerte (...) y las de la Virgen de la Soledad y la Esperanza, y el Cristo del Paso colocarlas en los sótanos respectivos debajo de los altares de los que, a simple vista no podían ser advertidos por nadie. Sin embargo, y debido al relato de lo sucedido por Francisco Palma Burgos, respecto de la actuación de su padre Francisco Palma García, el Cristo de Mena no se escondería quedando en el altar.
La Virgen del Rosario fue sacada por una ventana de una casa contigua a la iglesia, envuelta en sábanas.
El acceso al interior del templo se produjo por la sacristía. El párroco José Campaña permaneció en la casa que habitaba y que estaba junto a la iglesia, hasta que comenzaron a incendiarla.

Una vez en el interior del templo los asaltantes destrozaron en su propio altar a la Virgen de Belén (sobre estas líneas). Le prendieron fuego a los altares, al coro y a la sacristía. Uno de ellos, al aporrear con una barra el altar del Cristo del Paso, dejó al descubierto la bóveda que existía bajo el mismo, asomando la cabeza. Lanzó una exclamación, que más bien fue un rugido “-¡Aquí han guardado los santos..! ¡Vamos a echarlos al fuego!”. Acudieron otros y, entre todos ellos, sacaron de aquel lugar las imágenes (...) para arrojarlas a la inmensa hoguera que habían formado en el patio de la iglesia.
El escultor Francisco Palma García entró en la iglesia, cuando los asaltantes estaban dentro y habían iniciado el fuego, con la intención de salvar el Cristo de Mena; esto narraba su hijo Francisco Palma Burgos de cómo oyó a su padre relatar a un amigo lo sucedido:
Yo entré detrás de aquello como absorbido por su ira (...) vi que uno entró en nuestra capilla, abrió la verja y con una pata de una mesa subió por la mesa del altar y empezó a flagelar a nuestro Cristo. Yo di un zarpazo, le cogí una pierna y lo insulté, él levantó el palo con furia para darme en la cabeza, yo lo miré como rompiéndole la cara, y descargó su furia sobre la pierna del Cristo rompiéndola, le hizo saltar el clavo (...). Esta pierna, que escondida sacó Palma de la iglesia, es la que se conserva actualmente como reliquia en la entrada del columbario de la Congregación”.
A las ocho de la mañana el templo ardía completamente. Aparecieron soldados del regimiento de Málaga al mando de un oficial, lograron desalojar el templo y lo acordonaron. Según el relato de Julio Trenas, Francisco Palma comenzó a retirar los bancos, vitrinas y reliquias que había en la Capilla, dejó limpia de leña para que el fuego no se comunicara, salió a la nave central cerrando la verja (…) Buscaba como loco alguno que le ayudara a descolgar el Cristo (…) el humo era bastante denso e irrespirable, salió a la calle, y se encontró a los bomberos, se dirigió a Ramírez y llorando como un niño le pidió dos hombres. Ramírez se fue con él y entraron nuevamente en la iglesia, se amarró un pañuelo como los bomberos; entre llamas y astillas rotas entraron de nuevo en la Capilla, Palma ayudado de este Ramírez descolgaron al Cristo, rompiéndole los brazos y pegados al cuerpo lo envolvieron en el manto de la Virgen de la Soledad. Unos soldados que estaban en la puerta les prometieron no abandonar la iglesia. Al cabo de una hora de estar allí, los soldados recibieron la orden superior de abandonar el templo, continuando el fuego y la destrucción.
Francisco Palma volvió a casa con la pierna del Cristo que había podido sacar, y así lo relataba su hijo “papá venía mojado, roto y oliendo a humo (...) Yo, que tenía trece años, lo apoyé como pude y tocándome la cabeza con aquella mano cálida de creación subimos los cuatro escalones rotos, y se lo entregué a mamá. Lloraron juntos, le enseñaba algo que a mí me escondía, pude ver con esa curiosidad de niño y vi un trozo de madera astillado y tronchado, lo besaba como si fuera una reliquia, lavó la ceniza de la policromía con sus lágrimas. ¡El Cristo! ¿Qué Cristo? decía mamá (...) el nuestro, “el de Mena”, mamá lo abrazó y lloraron juntos, yo no dormí”.
El lapso de tiempo que estuvieron los soldados custodiando el templo es en el que se piensa, quienes creen que se salvó el Cristo de Mena, pudo ser sacado de la iglesia de Santo Domingo. En la foto, a la derecha, capilla de la Congregación de Mena destrozada tras el incendio. Desgraciadamente es improbable ya que en esa hora visitó el templo el Gobernador Civil, Jaén Morente (acababa de regresar a Málaga) y según el diario El Cronista del 13 de mayo de 1931 “emocionándose visiblemente ante la magnitud de la catástrofe y sobre todo, al serle presentada la talla del Cristo de Mena, joya artística y de inapreciable valor que aparecía mutilada”. Posteriormente a esta visita, los soldados se retiraron siendo asaltado e incendiado de nuevo el templo.
Afortunadamente sí pudo ser salvada en esos momentos la cabeza de la imagen de María Santísima de la Esperanza por Francisco Sánchez Segarra, que contaba con dieciséis años, y lo relataba así: “Me acerqué y vi como alrededor de la iglesia había un cordón de soldados (...) como pude, me introduje en la iglesia. Una vez dentro, encontré a la Virgen de la Esperanza tirada en el suelo de su camarín (...) Sin pensarlo, la cogí, tapé su rostro con sus mismas vestimentas y salí rápidamente del templo”.
La versión policial, como afirma Jiménez Guerrero y sustentado en documento firmado por el Comisario Jefe el 15 de mayo de 1931, indica que fue el Concejal comunista Andrés Rodríguez el que capitaneó los grupos que asaltaron, saquearon e incendiaron la iglesia de Santo Domingo; y al decirle un individuo que aún no se ha podido averiguar quién sea, que respetaran y no quemaran la imagen del Santo Cristo de Mena, contestó que allí se quemaba todo.
La destrucción en la iglesia de Santo Domingo fue total.

 
La “leyenda” del Cristo de Mena
José Jiménez Guerrero, doctor en historia por la Universidad de Málaga, es autor de varios libros sobre el tema de la persecución religiosa: “La quema de conventos en Málaga. Mayo 1931” (2006); “Capillas y cofradías desaparecidas en Málaga” (2008); “La destrucción del patrimonio eclesiástico en la Guerra Civil. Málaga y su provincia” (2011). En un artículo publicado en el periódico digital Diario Sur Jiménez escribe:
“Desde el mismo momento de su desaparición circuló la noticia de su posible salvación y de su ocultamiento en algún lugar nunca especificado. Uno de los argumentos más repetidos para apoyar esta tesis radica en el hecho de que nunca se encontraron los restos quemados de la popular imagen. Sólo, es conocido, como ya se ha dicho que se salvó una de sus piernas, gracias a la intervención del escultor imaginero antequerano Francisco Palma García.
Los rumores sobre la salvación y pronta aparición de la talla del Crucificado alcanzaron tal relieve, sobre todo cuando de ellos se hicieron eco personas de relevancia. En 1932, el presidente de la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo, Salvador González Anaya, aunque resaltaba su pesimismo, encomendó al académico Francisco Palma García que, “ante la persistencia de rumores sobre la existencia del Cristo de Mena”, realizase las gestiones oportunas para averiguar lo que había de cierto. No faltó la publicación de artículos en la prensa, firmados por ciudadanos, reseñando la circunstancia de la salvación, y en sentido contrario. Sin embargo, los datos documentales que se han podido recabar avalan la tesis de la destrucción de la imagen.
En su día publiqué la noticia de que el gobernador civil de Málaga, Antonio Jaén Morente, tras llegar desde Madrid y antes de su actuación en el asilo de San Manuel, visitó la iglesia de San Carlos y Santo Domingo “emocionándose visiblemente ante la magnitud de la catástrofe y, sobre todo, al serle presentada la talla del Cristo de Mena, joya artística y de inapreciable valor que aparecía mutilada”. Esta visita se realizó antes de que se volviese a atacar a la iglesia dominica y se destruyera la imagen, según los datos que el propio gobernador comunicó a Miguel Maura, ministro de la Gobernación, mediante telegrama remitido el mismo día 12 de mayo, en el que le informaba acerca de diversos pormenores sobre los hechos acaecidos en Málaga. Esta misma información fue corroborada en un acta de requerimiento notarial firmada por Francisco Villarejo y González, realizada a instancia de párroco del templo dominico, José Campaña Herrero.
También la Iglesia malacitana se hizo eco de la destrucción de la imagen. Y lo realizó de un modo oficial en la exposición que el vicario general del Obispado elevó tanto al presidente del Gobierno como al Nuncio de Su Santidad, informando sobre lo sucedido en Málaga. La propia Real Academia de Bellas Artes de San Telmo, en el informe elaborado por el académico Bermúdez Gil, en el que se relacionaban la valoración y daños causados en la iglesia de Santo Domingo, concretaba que la imagen del Cristo de Mena, a la que calificaba como de valor incalculable (aun cuando más tarde la tasa en 1.100.000 pesetas), había sido destruida y que, de ella, sólo se había salvado una pierna.

Hoy podemos aportar el hallazgo de un documento que avala que sí aparecieron los restos carbonizados de la imagen. Se trata de una carta manuscrita del erudito malagueño y académico Narciso Díaz de Escovar que envió a su amigo Miguel Ruiz Borrego, narrándole algunos de los hechos ocurridos en Málaga durante los días 11 y 12 de mayo de 1931. Miguel vivía en Madrid. La relación de amistad arranca desde el tiempo en el que fue profesor de la Escuela de Arte y Declamación, entidad que fue fundada por su tío José, junto con Arturo Reyes y el propio Díaz de Escovar.
A pesar de que la carta a la que hemos aludido no está fechada, hemos concretado que se realizó una semana después de los acontecimientos, el 18 de mayo. La pista la ofrece el propio autor al afirmar en una de sus frases que “ayer se abrieron las pocas iglesias que han quedado para decir misa”, hecho que sucedió el domingo 17 de mayo.
El texto es el siguiente:
“Querido Miguel: han pasado varios días y créeme que aún estoy como atontado recordando a todas horas las escenas horrorosas que presencié, el incendio de la Merced, el asalto de la Aurora y aquellos grupos de forajidos en la embriaguez del odio y de la destrucción. Como académico de Bellas Artes, soy uno de los designados de recoger entre lo que devuelven los restos de riqueza artística y no hay nada que valga la pena. Lo bueno está destruido o guardado. Se llevan los objetos al Parque de Segalerva y allí se ha llenado hasta el techo dos magníficos salones. Se calcula lo entregado en unos 80.000 objetos y aún siguen llevando o poniéndolos en portales y calles. Las iglesias incendiadas, o completamente saqueadas, son de 30 a 40 y los santos que se calculan quemados en unos 2.000. El daño pasa de muchos millones.
El Cristo de Mena que se creía salvado, pues lo escondieron entre paños unos hermanos en un almacén, se quemó luego. Han aparecido los carbones. Palma salvó una pierna y mi sobrino tiene un pié casi carbonizado, pero se ve el hueco del clavo y se conservan dos dedos. El San Juan de Dios de Santiago, la Dolorosa de los Mártires, la Virgen de San Pablo, el Señor de la Puente, la Exaltación... todo quemado. Hoy me han dicho que en la Trinidad quemaron todas las imágenes y por tanto habría perecido la magnífica Virgen de la Paz de Ortiz y el notable San Onofre, escultura del siglo XV.
Ayer se abrieron las pocas iglesias que han quedado para decir misa (el Sagrario, Capilla Castrense, Victoria, Hospital Noble y Capuchinas). No se cabía de gente, entre ellos muchos hombres. Los templos saqueados han sido tapiados pues todos están llenos de pedazos de retablos y de astillas, siendo fácil que pudieran de nuevo formar hogueras. Se dice que hoy será el juicio sumarísimo de los que incendiaron el Asilo del Niño Jesús. La cárcel está llena y se habla de enviar a Chafarinas a mucha gente. Entre los detenidos está el médico Bolívar y el concejal Rodríguez. Las tropas continúan en las calles en retenes y patrullas.
Los bomberos han sido héroes. Lo merecían todos y Málaga no sabe qué hacer con ellos. Han estado trabajando sin cesar desde el lunes al sábado. Es inútil pensar en procesiones. No han quedado ni imágenes, ni mantos, ni túnicas, ni tronos. ¿Ay de nuestro Señor de Viñeros, que antes de ser quemado lo tiraron del camarín al suelo! Al Cristo de Mena le daban bofetadas diciendo ¡ahora que vengan los legionarios a darle guardia! La Virgen de los Remedios y la Piedad ardieron. A la Virgen de Servitas la salvó la noche antes Ricardo Gross, ¿qué espectáculo nos esperaba para nuestra Virgen?”.
 
            Así termina su artículo Jiménez Guerrero, afirmando: “como hemos podido comprobar, según Narciso Díaz de Escovar, sí aparecieron los restos del Crucificado, lo que confirmaría plenamente su destrucción, mas, esta noticia nunca, hasta hoy, fue difundida. El pie de la sagrada imagen, al que don Narciso alude en su carta, estuvo en posesión de su sobrino, Joaquín Díaz Serrano, y desde hace unos años, tras haberlo sido donado por la familia, se halla en poder de la Congregación de Mena”.

La Congregación de Mena
La Pontificia y Real Congregación del Santísimo Cristo de la Buena Muerte y Ánimas y Nuestra Señora de la Soledad (Mena) es el nombre que recibe la hermandad religiosa o cofradía con sede canónica en la Iglesia de Santo Domingo, en el barrio de El Perchel de Málaga. Realiza su salida procesional durante la Semana Santa malagueña, en la tarde noche del Jueves Santo. Es considerada el patrón de La Legión.
La Congregación de Mena es el resultado de la fusión, en el verano de 1915, de la Antigua Cofradía de Nuestra Señora de la Soledad, con la Hermandad del Santísimo Cristo de la Buena Muerte y Ánimas. La Cofradía de Ntra. Sra. de la Soledad había sido fundada a mediados del siglo XVI al amparo del entonces Convento de Santo Domingo. Mucho más reciente y humilde en sus orígenes sería la Hermandad del Stmo. Cristo de la Buena Muerte, creada en 1862. Hito decisivo sería el descubrimiento primero, y la permuta después de su originario crucificado titular por el incomparable Cristo atribuido a Pedro de Mena, procesionándose por primera vez en 1883.
El 16 de junio de 1915 las dos hermandades celebraban sendos Cabildos Generales por separado. Pocos meses más tarde, el 22 de agosto del mismo año se constituía en Santo Domingo de forma oficial la Pontificia y Real Congregación de Culto y Procesión del Santísimo Cristo de la Buena Muerte y Ntra. Sra. de la Soledad.
La Legión Española hizo su primera guardia al Cristo en 1927 y desfiló por primera vez escoltando al ya proclamado como su “Protector” en 1930, además de recibir la visita de S.M. la reina Victoria Eugenia. En la foto, en su altar-capilla en el año 1929.



            Tras la proclamación de la República, cuando en los episodios ya relatados los días 11 y 12 de mayo ardan casi todos los templos de la ciudad, la Congregación solo logró salvar la imagen de la Soledad. Los años de la II República y los de nuestra Guerra Civil supusieron un grave revés. La pérdida del Cristo de Mena, de la capilla y de los enseres procesionales obligarán a un forzoso exilio en la Catedral, montándose, a partir de 1932 los tradicionales cultos internos en su honor. Durante la Guerra Civil, los congregantes de Mena son perseguidos y asesinados.
 
La Jornada Mundial de Juventud de Madrid
La nueva imagen del Cristo de la Buena Muerte y Ánimas fue bendecida en 1942, año en que se produjo su primera salida procesional. La escultura, que costó 30.000 de las antiguas pesetas y sufragadas por un grupo de congregantes, es una reinterpretación del original, como si el escultor Pedro de Mena hubiera guiado las manos de Palma desde el cielo. Las diferencias entre ambos Cristos son obvias: el de Palma presenta unas proporciones un poco más grandes, la pierna izquierda descansa sobre la derecha (en el de Mena es al contrario), tiene los cabellos de forma distinta y el anudado del paño de pureza lo tiene en el lado derecho, mientras que Mena lo talló en la parte izquierda. Pero en líneas generales coinciden la plástica de la escultura y el tamaño de los brazos, que son más cortos con respecto al resto de la imagen. A pesar de todo ello, el Cristo continúa llamándose de Mena recordando al que desapareció, y que dio y da nombre y se le conoce popularmente, desde sus orígenes, a esta cofradía.
Sin lugar a dudas, el momento de mayor proyección internacional tuvo lugar durante la Jornada Mundial de la Juventud de Madrid, en agosto de 2011. El Cristo de la Buena Muerte fue una de las quince tallas de toda España que participó en el Vía Crucis que presidió el Papa Benedicto XVI. Representó la estación del Vía Crucis número XI, Jesús muere en la Cruz.



           Fue una de las cofradías que más expectación creo. Durante su estancia en la Catedral Castrense recibió más de 40.000 visitas en sólo 4 días, además el Cristo recibió la guardia de honor del Tercio Alejandro Farnesio. El 18 de agosto se procedió a su traslado a hombros de cofrades desde la Catedral Castrense hasta el Cuartel General de Ejército, donde fueron relevados por los legionarios, llevándolo, a veces "al pulso" (brazo estirado hacia arriba), al paseo de Recoletos, lugar donde se realizaría el Vía Crucis. Allí el Cristo fue colocado por los cofrades en su trono procesional.
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