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Portada del Financial Times, la "biblia" de la prensa económica
en el mundo, con el artículo del Papa en primera plana. |
El artículo del Papa para el famosos periódico económico The Financial Times nace por una petición de la redacción del mismo Financial Timesa raíz del reciente libro del Papa sobre la infancia de Jesús. Desde el periódico se solicitó a Benedicto XVI un comentario con ocasión de la Navidad. Y aunque fue una invitación más bien inusual, el Papa aceptó. Se trata, pues, del primer artículo de Benedicto XVI pensado específicamente para un cabecera periodística.
Ciertamente no es la primera vez que el Santo Padre acoge invitaciones insólitas como ésta: tras su viaje al Reino Unido aceptó grabar un programa para la BBC, precisamente sobre la Navidad. En 2012 grabó para la televisión italiana el programa "A imagine sua" respondiendo a preguntas de personas de diversas partes del mundo nada menos que el Viernes Santo. Lo hizo también antes de visitar Polonia, concediendo una entrevista televisiva, apenas elegido Papa en 2005 y, meses después, antes de visitar Alemania, también mediante una entrevista televisada.
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La Navidad, tiempo de trabajo en el mundo para los cristianos
«Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios», fue la respuesta de Jesús cuando le preguntaron qué opinaba acerca del pago de los impuestos. Obviamente, quienes le preguntaban querían tenderle una trampa, obligándolo a tomar partido en el candente debate político en torno a la dominación romana sobre la tierra de Israel. Pero en juego estaba mucho más: si Jesús era realmente el Mesías tan esperado, con toda seguridad se opondría a los dominadores romanos. Por tanto, la pregunta estaba pensada para desenmascararlo: o como una amenaza para el régimen, o bien como un impostor.
La respuesta de Jesús lleva hábilmente la cuestión a un nivel superior, poniendo finamente en guardia sea en relación a la politización de la religión, sea contra la deificación del poder temporal y frente a la búsqueda insaciable de la riqueza. Sus oyentes debían entender que el Mesías no era el César y que César no era Dios. El reino que Jesús venía a instaurar era de una dimensión absolutamente superior. Como dijo a Poncio Pilato: «Mi reino no es de este mundo».
Los relatos de la Natividad en el Nuevo Testamento tienen la finalidad de expresar un mensaje similar. Jesús nace durante un «censo del mundo entero», querido por César Augusto, el emperador famoso por haber traído la Pax Romana en toda la tierra sometida al dominio romano. Pero este niño, nacido en un rincón oscuro y distante del imperio, estaba por ofrecer al mundo una paz mucho más grande, verdaderamente universal en su alcance y que trascendía todo límite de espacio y de tiempo. Jesús nos es presentado como heredero del rey David, pero la liberación que él trajo a su pueblo no tenía el objetivo de mantener a raya ejércitos hostiles, sino el de vencer al pecado y a la muerte de una vez por todas.
El nacimiento de Cristo nos reta a replantear nuestras prioridades, nuestros valores, incluso nuestro modo de vivir. La Navidad es, indudablemente, un tiempo de gran alegría, pero es también una ocasión de profunda reflexión, incluso un examen de conciencia. Al final de un año que ha significado privaciones económicas para muchos, ¿qué es lo que podemos aprender de la humildad, de la pobreza, de la sencillez del pesebre?
La Navidad puede ser un tiempo en el cual aprendemos a leer el Evangelio, a conocer a Jesús no sólo como el Niño del pesebre, sino como aquel en el cual reconocemos a Dios hecho hombre.
Es en el Evangelio que los cristianos encuentran inspiración para la vida cotidiana y para su implicación en los asuntos del mundo –sea que esto suceda en el Parlamento o en la Bolsa–. Los cristianos no deberían huir del mundo; al contrario, deberían implicarse en él. Pero su implicarse en la política y en la economía debería trascender toda forma de ideología.
Los cristianos luchan contra la pobreza porque reconocen la dignidad suprema de todo ser humano, creado a imagen de Dios y destinado a la vida eterna. Los cristianos trabajan con vistas a un reparto más equitativo de los recursos de la tierra porque están convencidos de que, como administradores de la creación de Dios, tienen el deber de velar por los más débiles y por los más vulnerables. Los cristianos se oponen a la codicia y a la explotación porque están convencidos de que la generosidad y el amor desinteresado, enseñados y vividos por Jesús de Nazaret, son el camino que lleva a la plenitud de la vida. Y la fe cristiana en el destino trascendente de todo ser humano implica la urgencia de la tarea de promover la paz y la justicia para todos.
Dado que esos fines son compartidos por muchos, es posible una gran y fructuosa colaboración entre cristianos y los demás. Sin embargo, los cristianos dan al César sólo lo aquello que es de César, pero no lo que pertenece a Dios. Tal vez a lo largo de la historia los cristianos no han podido acceder a las peticiones hechas por el César. Del culto al emperador en la antigua Roma a los regímenes totalitarios del siglo apenas transcurrido, César ha buscado tomar el puesto de Dios. Cuando los cristianos rechazaban inclinarse delate de los falsos dioses propuestos en nuestros tiempos no es porque tienen una visión anticuada del mundo. Al contrario, eso sucede porque son libres de lazos con las ideologías y están animados por una noble visión del destino humano, que no puede aceptar compromisos con nada que lo pueda socavar.
En Italia, muchas escenas del nacimiento están adornadas con ruinas de antiguos edificios romanos como fondo: eso demuestra que el nacimiento del Niño Jesús marca el fin del antiguo orden, del mundo pagano, en el que las reivindicaciones del César resultaban prácticamente imposibles de desafiar. Ahora hay un nuevo rey, que no confía en el poder de las armas, sino en la fuerza del amor. Él trae esperanza a todos aquellos que, como él mismo, viven al margen de la sociedad. Trae esperanza a cuantos son vulnerables ante los cambiantes avatares de un mundo precario. Desde el pesebre, Cristo nos llama a vivir como ciudadanos de su reino celestial: un reino que toda persona de buena voluntad puede ayudar a construir aquí en la tierra.
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