Lunes, 23 de diciembre de 2024

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¡Hoy hemos visto cosas extraordinarias!

¡Hoy hemos visto cosas extraordinarias!

por La divina proporción

 Dulce es la luz, y qué bueno es contemplar el sol con los ojos de la carne...; por eso ya dijo Moisés: «Y Dios vio la luz, y dijo que era buena» (Gn 1,4)...

 

Cuán bueno es pensar en la grande, verdadera e indefectible luz «que ilumina a todo hombre que viene a este mundo» (Jn 1,9), es decir, Cristo, el Salvador y libertador del mundo. Después de haberse desvelado a los ojos de los profetas, se ha hecho hombre y ha penetrado hasta las profundidades más hondas de la condición humana. Es de él que habla el profeta David: «Cantad a Dios, tocad en su honor, alfombrad el camino del que avanza por el desierto; su nombre es el Señor: alegraos en su presencia» (Sl 67, 5.6). Y también Isaías, con su potente voz: «El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierras de sombras, y una luz les brilló» (Is 9,1)...

 

Así pues, la luz del sol vista por nuestros ojos de carne anuncia al Sol espiritual de justicia (Ml 3,20), el más bello de cuantos se han levantado para aquellos que han tenido el gozo de ser instruidos por él y de mirarle con sus ojos de carne, mientras vivía entre los hombres como un hombre cualquiera. Y, sin embargo, él no era un hombre cualquiera, puesto que había nacido verdadero Dios, capaz de devolver la vista a los ciegos, de hacer caminar a los tullidos, de hacer oír a los sordos, de purificar a los leprosos y, con una sola palabra, devolver a los muertos, la vida. (Lc 7,22). (San Gregorio de Agrigento, Sobre el Eclesiastes, libro 10,2; PG 98, 1138)

 

¿Hemos visto nosotros la Luz? Tal vez, pero nunca hemos podido contemplarla en todo su esplendor. Siempre interponemos algo para que el resplandor no nos deje ciegos todo lo que nos ata a este mundo. Muchos no alcanzamos a ver más que tenues luces entre la oscuridad, a la que nos lleva nuestra ceguera. Pero tenemos Esperanza, “nacido verdadero Dios, capaz de devolver la vista a los ciegos” e incluso “devolver a los muertos, la vida”. ¿Qué podemos temer? Sin duda lo que tenemos que temer es nuestra propia ceguera, porque la podemos utilizar como escusa para negar la existencia de la Luz.

 

Estamos ciegos y no deseamos perder la cómoda oscuridad que nos protege del compromiso. No somos como el pueblo que indica Isaías “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierras de sombras, y una luz les brilló”. A nuestra sociedad no le gusta la Luz, la teme y la rechaza. ¿Qué podemos hacer? Nada por nosotros mismos. Cristo es el único capaz de curar la ceguera que padecemos, pero hemos de acércanos e implorar su ayuda. Dos siglos de avances de la ciencia y la técnica, nos han hecho olvidar que las herramientas nunca pueden sustituir al artista. Ahora adoramos las herramientas como si, por si solas, pudieran salvarnos.

 

Los cristianos no debemos idolatrar las herramientas que Dios nos ha dado ni poner nuestra esperanza en el desarrollo del conocimiento humano. Podemos ver que los problemas de la sociedad nunca disminuyen y si parecen desaparecer, tras unos años aparecen de nuevo. 

La ciencia y la técnica no son la respuesta final que necesita el ser humano.

 

Decía Benedicto, ayer día 8, en el tradicional mensaje en el día de la Inmaculada:

 

Hay una segunda cosa, aún más importante, que la Inmaculada nos dice cuando estamos aquí, y es que la salvación del mundo no es obra del hombre - de la ciencia, de la tecnología, de la ideología -, sino es por la gracia.

 

A veces ponemos nuestras esperanzas en planes, programas e iniciativas humanas. Cierto es que estas estructuras son necesarias, pero por si solas no pueden nada. Son incapaces desde el mismo momento que las ideamos. Sólo la Gracia del Señor puede dotar a estas estructuras de vida. Sólo el Artista, puede tomar las herramientas y dar lugar a la obra de arte que sólo El puede crear.

 

Muchas veces esperamos que los proyectos den fruto por ellos mismos y no nos damos cuenta que es Dios quien se hace cargo de llenar de sentido y vida aquello que nosotros humildemente proponemos. La Esperanza está en Cristo y por ello hemos de aceptarlo y ponernos a su disposición.

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