Domingo, 22 de diciembre de 2024

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¿Hay católicos un tanto politeístas?

por Un obispo opina

Hay muchas clases de politeísmo. Uno es el politeísmo de antes y el de ahora. Los de antes creían en varios dioses. Concebían una relación entre nuestro mundo y el mundo de los dioses. Y como cada uno tenía una especial confianza en alguno de los dioses, valoraban a un dios o a otro según lo que quisieran conseguir. Y así daban culto al dios Baco si querían que no les faltase el vino; o lo daban a la diosa Venus si querían conseguir placeres sexuales; o lo daban al dios Marte si querían conseguir una victoria en la guerra… De ahí que invocasen a un dios o a otro, según sus intereses.

Este sentido pagano es incompatible con el culto que debemos dar a Dios los cristianos. ¿Por qué digo esto? Sencillamente, porque en nuestras devociones, con frecuencia nuestro culto al único Dios no acaba de ser lo correcto que debiera ser. Tiene algunos tintes de politeísmo y de egoísmo.

Le rezamos más a un Santo que a otro, incluso más que a Dios. Necesitamos algo que parece que nos conviene, y para conseguirlo, le hacemos alguna promesa para que nos conceda lo que le pedimos. Hay incluso casos en que cuando uno no recibe de Dios lo que le pide, se enfada con Dios porque no se lo ha concedido; y reacciona con una actitud pueril, como diciendo ¿no me lo has concedido? Pues no voy a misa y von a ver algún santo que sea más milagroso. Actitud semejante a la de los politeístas de la antigüedad; vienen como a decir: no me interesa este Dios, no quiero saber nada de él.

Lo que pasa en realidad es que lo que Dios quiere concedernos no es precisamente lo que nosotros deseamos o lo que nos gusta, sino lo que es para nuestro bien. Algo así como un buen padre no le da a su hijo pequeño lo que le pide, sino lo que le conviene, lo que es para su bien. En otras palabras, no pedimos como nos enseñó Jesús: “hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”, ni seguimos el ejemplo de Jesús cuando le dijo a su Padre: no se haga mi voluntad sino la tuya. Olvidamos que Dios tiene un proyecto sobre cada uno de nosotros.

Claro, todos comprendemos que no es una actitud válida para un cristiano. No sabemos cuáles son los caminos del Señor. Si no nos ponemos en sus manos de padre, si no entramos en sus caminos de vida, si no nos decidimos a darle gracias, si no nos atrevemos a aceptar nuestras cruces, es que todavía no hemos empezado a ser cristianos de verdad. Sencillamente, seguimos siendo los niños mimados que patalean cuando el padre no les da lo que quieren, o como los politeístas que dan culto al Dios que más les conviene.

A Dios no hay que verlo como un padrino a quien intentamos sacarle todo lo que nos gusta y deseamos. Por ahí nunca encontraremos a Dios. Nos quiere entrañablemente. Es cierto que no nos gusta la cruz; más bien, nos gusta el bienestar, la salud, la comodidad, la riqueza; y no es nuestro gusto lo que debemos buscar, si no lo que le gusta al Señor. Dios quiere forjarnos a imitación de su hijo Jesús; por eso no quiere que seamos como esos hijos blandengues, incapaces de afrontar cualquier dificultad, sino que seamos hijos fuertes en la fe y en el amor, a imitación de Jesús.

El cristiano no puede nunca creerse con derechos ante el Señor. Escuchemos al Señor cuando nos dice: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame" (Mt. 16, 24). Y es que hay una tendencia en muchos católicos de pedir, de pedir, y de pedir. ¿Y pedir qué? Pensemos en si lo que le pedimos es para seguir avanzando por sus caminos o para reafirmarnos en los nuestros.

¿No les parece que nuestras peticiones deben ser las que nos enseña Jesús en el Padre nuestro?:

Santificado sea tu nombre,

Venga a nosotros tu Reino,

Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo,

Danos hoy nuestro pan de cada día,

Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden,

No nos dejes caer en la tentación,

Y líbranos del mal.

Oremos así, como nos dijo el Señor. No seamos politeístas. Seamos conscientes de nuestra dignidad de hijos de Dios, y tengamos muy clara nuestra conciencia de que Dios es nuestro Padre y que nos quiere con locura.

José Gea
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