¡Examen!
En el examen de conciencia de la noche preguntarme: ¿Y si me llamara hoy mismo? (Santa Faustina Kowalska)
Es frecuente que un profesor, cuando comienza un nuevo curso, avise de la importancia de llevar la asignatura al día, porque el tiempo pasa rápido y, cuando uno se quiere dar cuenta, llegan los exámenes. Y también es frecuente que el alumno se confíe. Piensa: ¡uf, anda que no queda tiempo! Entonces pasan los días, los apuntes se acumulan, los trabajos de clase aumentan… y llegan los exámenes.
Y si esto pasa con los exámenes que están previstos en el calendario, no te quiero contar si un día llega el profesor y decide hacer un ¡examen sorpresa! Esto se me ocurrió a mí hace unas semanas. Con la intención de comprobar si los alumnos habían entendido lo que estaba explicando, hice un examen sorpresa. Menos mal que enseguida avisé que no pondría nota, porque alguno ya estaba blanco del susto.
Todos sabemos que, tarde o temprano, nos van a examinar. Tendremos que pasar primero por un juicio particular y después, todos juntos, por el juicio universal. Será el momento de la prueba definitiva. Y, en este caso, no habrá examen de recuperación. Por eso es importante, aquí y ahora, prepararnos para ese día.
¿Cómo nos podemos preparar? Mediante el examen de conciencia. Un medio magnífico para mirar nuestra vida delante de Dios. Una ocasión estupenda para hacer balance de nuestra vida, de toda nuestra vida, y no sólo de una parte, porque todo le interesa a Dios.
El examen de conciencia no puede ser una palmadita en el hombro: ¡ánimo, que tu puedes! ¡venga, si hay otros peores! No. En el examen de conciencia hay que llamar a las cosas por su nombre. Por tanto, no puedo decir que no es pecado algo que lo es. Si no soy sincero, si no reconozco el mal que hay en mí, ¿cómo pondré remedio? Si cierro los ojos a la realidad, nunca cambiaré.
Y ¿cuándo se hace el examen de conciencia? Hay muchos momentos. Puedo hacer un pequeño examen de conciencia, breve, al final del día. Examino lo que he hecho en la jornada, cómo ha sido mi relación con Dios, con los demás, si he cumplido aquello que debo por mi estado… y poco más. Hago también examen, más en profundidad cuando me voy a confesar. Repaso los mandamientos o las virtudes, mi vida espiritual (cómo vivo los sacramentos, cómo es mi oración). Y un momento muy especial para examinarnos pueden ser los ejercicios espirituales. Un tiempo intenso de oración, donde puedo ir hasta el fondo de mi alma, y descubrir no sólo lo que me aparta de Dios, si no también aquello que el Señor me está pidiendo.
El examen de conciencia me ayuda a preparar ese examen definitivo, al que un día me voy a presentar. Es la oportunidad que el Señor me ofrece, aquí y ahora, para apartar de mi vida aquello que me impide amar a Dios.
Somos, en efecto, como el barro en manos del artífice. De la misma manera que el alfarero puede componer de nuevo la vasija que está modelando, si le queda deforme o si se rompe, cuando todavía está en sus manos, pero, en cambio, le resulta imposible modificar su forma cuando la ha puesto ya en el horno, así también nosotros, mientras estemos en este mundo, tenemos tiempo de hacer penitencia y debemos arrepentirnos con todo nuestro corazón de los pecados que hemos cometido mientras vivimos en nuestra carne mortal, a fin de ser salvados por el Señor[1].