Martes, 24 de diciembre de 2024

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¿Se ha colado el diablo entre los benedictinos?

por En cuerpo y alma

 
            Porque tal es lo que parece querer decirles el autor de este cuadro, a su retratados, que fueron además los que le hicieron el encargo y quienes en consecuencia debieron de pagárselo. Véanlo aquí debajo:
 
 
            Se trata del gigantesco retrato de todos los miembros ilustres de la orden benedictina hasta el momento en el que fue pintado, finales del XVI. Desde su fundador, San Benito de Nursia, hasta aquéllos que alcanzaron o los altares o la silla de Pedro, amén de cardenales, obispos, abades, fundadores de otras órdenes, etc.. En definitiva, todos aquéllos que han sido alguien en la Casa de San Benito.
 
            Pero si miran Vds. detenidamente la obra, por cierto, de colosales dimensiones, casi 90 metros cuadrados, colocada en el interior del templo sobre su puerta de entrada, donde ocupa toda la pared, apreciarán con relativa facilidad que entre tanto retrato se cuela uno muy especial: el del mismísimo diablo, que asoma sus ojos en el sol que ve Vd. a la izquierda y la luna que ve Vd. a su derecha. El propio San Benito le sirve de diabólico morrete, y a San Pablo y a San Pedro, también recogidos en el cuadro, corresponde el alto honor de representar las puntiagudas orejas del rey del tártaro.
 
            La interesante pintura se halla en la basílica de San Pedro, en la preciosa y universitaria ciudad italiana de Perugia, y es obra del pintor italiano del final de renacimiento principios del barroco, Antonio Vassilacchi.
 
            Antonio Vassilacchi (1556-27 agosto 1629), llamado “el Aliense” (“el Extranjero”), es un pintor de origen griego –su apellido natal es, de hecho, Vasilakis- nacido en la isla de Milos, el cual desarrolló su obra en el Véneto, y particularmente en Venecia, adonde se trasladó a temprana edad y donde trabajó en el taller de Paolo Veronese, el Veronés. Militó entre los que restauraron el palacio del Dogo de Venecia, destruido por las llamas en diciembre de 1577. Tras trabajar y dejar sus obras en la iglesia de San Giovanni Elemosinario (Venecia), en la iglesia del Arcángel Rafael y en la de San Zacarías, entra en contacto con los benedicitinos, para quienes realiza varios trabajos, entre otros, desde 1594, los de embellecimiento de la basílica de San Pietro en Perugia, del s. X, que incluyen ésta que aquí les traigo y que se da en llamar “El cuadro del diablo”. Antonio viene a morir el 27 agosto 1629, a los setenta y tres años de edad.
   
 

          Ignoro si el encargo realizado por los monjes incluía tan enigmático retrato o fue un gol que le coló el pintor a sus mecenas, vaya Vd. a saber si por alguna deuda pendiente, como una manera velada de aludir a la corrupción eclesiástica similar a la que luego utilizaría el mismo Pablo VI cuando de modo no menos enigmático aludía al humo del diablo que se había colado dentro de la Iglesia, o por cualquier otra razón.

            El hecho de hallarse sobre la puerta de la iglesia permite también una sugerente interpretación que vincula la obra al principio del “extra ecclessiam nulla salus”, “fuera de la Iglesia, no hay salvación”, sólo el tártaro en este caso. Desde este punto de vista, la propia puerta de la Iglesia parece asemejar a las fauces del monstruo que oculta la pintura.
  
 

           Como quiera que sea, ahí está, uno más de esos enigmáticos retratos diabólicos que se cuelan en la obra de tantos pintores insignes, de parecida manera a como lo hace en la del Giotto, presentándose sutil e impertinentemente entre las nubes en los frescos que pinta para la basílica de San Francisco, en Asís, gastándole así a sus patrones franciscanos una broma parecida a la que Vasilacchi le gasta a los benedictinos (se lo cuenta todo Esperanza Aragonés en su página “Y líbranos del mal: el diablo en el arte”)
 
 
            ©L.A.
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