Viernes, 17 de mayo de 2024

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El Vaticano ya es un Atrio invadido por los Gentiles

por Una iglesia provocativa

Acabo de volver de Roma donde he estado el lunes pasado representando a Alpha en una reunión convocada por el Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización, con el objetivo de preparar la vigilia y los actos de Pentecostés 2013.

La reunión fue de lo más interesante pues en ella no sólo teníamos a Mons. Fisichella y Mons. Octavio Ruiz, sino que estaban representados también muchos de los grandes movimientos de la Iglesia con gente de la talla del presidente de la Acción Católica italiana Franco Miano, Salvatore Martínez del Rinnovamento, Don Pigi de las células de Milán o el P. Ludovico Tedeschi de Schönstatt, quienes se contaban entre los asistentes.

Mons. Fisichella nos explicó todos los actos que tendrán lugar en el Annus fidei que está a punto de comenzar, entre los que destacan una evocadora procesión de luminarias que rememorará la que tuvo lugar aquel 11 de octubre de 1962 con motivo de la apertura del Concilio Vaticano, que fue seguida del dulce discurso de la luna del Papa Juan XXIII.

Qué satisfacción escuchar cómo el papa Benedicto XVI ha elegido muy conscientemente tan señalada fecha para el Sínodo, en un inequívoco paralelismo y continuación de lo comenzado hace 50 años en el Concilio.

Pensando en estas cosas, mientras se desarrollaba la reunión entre intervenciones de los diferentes delegados de los movimientos dando ideas y aportaciones para el evento, no pude evitar abstraerme y reflexionar acerca de cómo han cambiado las cosas.

En aquel entonces el beato Juan XXIII hablaba a la catolicidad, y en ella se reconocía al mundo entero. Por eso decía “mi voz es una sola, pero resume la del mundo entero” al comenzar su poético y emocionante discurso lleno de ternura y humildad.

Hoy en día el mundo entero sigue visitando Roma, pero está claro para todos que ya no todo el mundo es católico (tampoco lo era en 1962, pero desde luego los países tradicionalmente católicos aún lo parecían).

Quizás por eso en las intervenciones de muchos de los reunidos se planteaba la necesidad de tender una mano a los alejados, de fomentar tanto la evangelización durante Pentecostés como la experiencia del Atrio de los Gentiles.

En el fragor de presentar ideas y preparar el acto no sé si todos eran conscientes de que la batalla que se libra hoy en día, en este momento de cambio histórico que vivimos, pasa por revivir la experiencia de Pentecostés tal como se vivió en la primera hora del cristianismo.

Hoy más que nunca Pentecostés es de actualidad, pues igual que en el año 33 unos pocos tenemos en primera instancia el Espíritu Santo, pero potencialmente todos los gentiles que se acercan a la capital con motivo de la festividad podrían escuchar el discurso de Pedro con su proclamación kerigmática y experimentar la conversión a Jesucristo.

En el ánimo de todos está el llegar a los de fuera, predicar la Buena Nueva…pero para eso tenemos que dejar de “predicar para el coro” y empezar a hacerlo para aquellos que aún tenemos dentro de casa,  visitando templos y basílicas,  frecuentando sacramentos por presión de la tradición o la sociología, o simplemente paseando por Roma como quien pasea por Jerusalén sin enterarse de la Misa la media.

Por eso creo que el Vaticano se ha convertido en un verdadero Atrio de los Gentiles. Si no todo, al menos la Plaza de San Pedro, donde a diario pasan miles de turistas (que no peregrinos) atraídos por la belleza y solemnidad de todo lo que representa la Iglesia.

De alguna manera hemos vuelto a los tiempos de la Jerusalén antigua, y nuestro deber es predicar a los que vienen a admirar nuestras capillas sixtinas, basícilas mayores o reliquias históricas.

Y lo hermoso es que están ahí, vienen solos, y tan sólo debemos cambiar nuestro discurso, para no dedicarlo a los de dentro, sino a los de fuera…así lo va entendiendo mucha gente en la Iglesia, como el P. Raniero Cantalamessa que predica el Viernes Santo  en San Pedro sobre la redención de la humanidad en un tono, un discurso y una pedagogía que cualquier  “gentil” de los tiempos postmodernos podría comprender.

Y en esto radica el desafío de la Nueva Evangelización; en no cerrarnos en celebrar para nosotros, reforzar nuestra identidad o reafirmarnos como Movimientos e Iglesia frente al mundo, sino en bajar a la arena y crear espacios de Atrio de los Gentiles donde la fe sea contrastada con las preguntas e inquietudes de nuestros contemporáneos.

Volviendo al discurso de la Luna del papa bueno, me encanta que en aquella ocasión proclamó que no quería hablar, sino limitarse a bendecir a los presentes, y terminó enviando el beso del papa a los niños y su caricia a los que derramaban lágrimas.

Juan Pablo II entendió esto muy bien, pues de él todo el mundo experimentó sus gestos y recibió su afecto, sintiéndose uno con el que siendo hermano, Cristo lo hizo padre de todos en la Iglesia.

Benedicto XVI con otro estilo, que también incluye la dulzura de su forma de hablar, ha sabido tener una actitud de escucha hacia sus contemporáneos, como cuando en 2011 salió en la RAI en Semana Santa respondiendo a las preguntas de la gente. Y qué decir de la vigilia de la JMJ en Cuatro Vientos cuando una muchacha alemana, Kathleen Hromek tomó el micrófono para confesar:

"Querido Santo Padre: Me parece que yo soy la menos cristiana de todos los que han hablado. Me llamo Kathleen, soy de Berlín, aún no estoy bautizada, aunque practico un poco. Me atrae la persona de Cristo, pero no sé si realmente quiero ser cristiana, pues, aunque usted ha dicho que Cristo da todo y no quita nada, me cuesta mucho verlo. Si quiero ser cristiana de verdad tengo que renunciar a muchas cosas, y no siento que Cristo se interese mucho por mí... Quisiera pedirle que rece por mí y, que me diga qué tengo que hacer, por dónde debo empezar."

La respuesta no la pudo dar el Papa a causa de la tormenta, y quizás no debía llegar, pues ya el sólo hecho de que una persona se pueda acercar a la Iglesia y expresar sus dudas de fe es la mejor de las respuestas que viene a ser: “no estás sólo en las tormentas de la vida, Dios está contigo, somos tus hermanos y en la Iglesia tienes una madre”.


Esa es la clave de la evangelización postmoderna y del Atrio de los Gentiles; no el discurso como bien intuyó Juan XXIII, ni tampoco el testimonio (yo creo cada vez más en el testimonio acerca de Jesucristo que da el Espíritu Santo en los corazones, y cada vez menos en la capacidad del hombre actual de escuchar el testimonio de sus semejantes).

La clave es la acogida, y el dejar que la gente pregunte, sin miedo a confrontar esas preguntas con la Fe, porque sabemos que Jesucristo es la respuesta a todas las necesidades y ansias del hombre, por lo que sólo hace falta que el hombre sea consciente de sus propias preguntas y necesidades para que se acerque a Él.

La clave, en otras palabras, es la Iglesia (1 Tim 3,15), donde se da la acogida, la hermandad y se vive la paternidad de Dios con los hermanos. Es el único lugar desde el que podemos dar un testimonio creíble y sólido, como enviados de Jesucristo (Rom 10,14ss). Es el testimonio de la unidad (Jn 17) y del amor que se profesan los cristianos (Jn 13,35) que posibilitan que el mundo crea.

Por eso el lunes yo me fui contento de mi reunión, sabiendo que más allá de los discursos de cada cual y por encima de las “brillantes” ideas que cada uno de los movimientos aportó, estaba el hecho de la unidad de todos que es el mayor signo y el camino más seguro para que el Reino de Dios llegue a los corazones e invada los atrios de los gentiles haciéndolos innecesarios.

Y mientras, reconozcamos que hay que reestructurar un poco el patio, para hacer de él un sitio comprensible y asimilable para los de fuera (que están creciendo en número mientras los de dentro decrecemos) los cuales estarían encantados de tener un Patio propio, el de los gentiles, desde donde poder dar el salto a la fe.

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