Agrupémonos todos, en la lucha final (2)
por Un obispo opina
Continuando con el tema del artículo anterior voy a comentar desde mi fe cristiana las otras dos estrofas que me llamaron la atención
3) Ni en dioses, reyes ni tribunos,
está el supremo salvador.
Nosotros mismos realicemos
el esfuerzo redentor.
Como comprenderán, los cristianos no podemos admitir la idea de esta estrofa. No por eso vamos a reñir, lo cual es distinto a manifestar nuestra disconformidad. ¿Por qué estamos disconformes? Sencillamente porque nosotros creemos en un único y supremo Salvador, Jesucristo, el Señor.
No creemos en otros salvadores y eso, por la sencilla razón de que todos necesitamos ser salvados. Tenemos la experiencia de nuestra pequeñez. Todos estamos enfermos de egoísmo; en nuestro interior siempre reina el posesivo “MI”. Mi dinero, mi bienestar, mi esposa, mi hijo, mi futuro, mi vejez, mi porvenir, mi negocio, mi éxito, mi puesto de trabajo. Y ese MI lo tenemos desde que nacemos y durará hasta el final de nuestra vida. Ese posesivo MI lo hemos de sustituir por NUESTRO.
Estoy convencido (y lo digo a creyentes y no creyentes) de que la salvación nos ha de venir de fuera. Nos tiene de venir de alguien capaz de curarnos convirtiéndonos en “hombres nuevos”, capaces de desterrar egoísmos, envidias, injusticias, deseos de placeres, de abuso de los más pobres, y empezar a vivir una vida nueva basada en el amor. Es la única manera de forjar un mundo nuevo. Ahí está la solución que todos buscamos, en la vivencia de la fraternidad.
Mientras haya vencedores y vencidos, no habrá paz porque todos queremos ser vencedores. Si os parece, escuchemos al Señor: "Os he dicho estas cosas para que tengáis paz en mí. En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo!: yo he vencido al mundo. »" (Jn. 16, 33). Nosotros también venceremos aunque sea con el sacrificio de nuestra vida. Como Jesús.
Y la cuarta estrofa:
4) El día que el triunfo alcancemos
ni esclavos ni dueños habrá,
los odios que al mundo envenenan,
al punto se extinguirán.
Admito de lleno esta estrofa. Claro está que el triunfo que esperamos alcanzar no es el triunfo sobre los otros, sino el triunfo sobre lo que llevamos dentro de nuestro hombre viejo; y lo alcanzaremos en la medida en que nos revistamos de nuestro Señor Jesús. Desde esta perspectiva, nos vale a los cristianos esta estrofa. Se extinguirán los odios y los egoísmos que nos destruyen a todos, y no habrá esclavos ni dueños, sino fraternidad entre todos los hombres.
Recordemos aquellas palabras de Jesús que nos anima a la lucha y al sacrificio. A quienes estén dispuestos a luchar por el Señor les irá bien leerlas: "No penséis que he venido a traer paz a la tierra. No he venido a traer paz, sino espada. El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue detrás no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará" (Mt. 10, 34. 37-39).
José Gea
3) Ni en dioses, reyes ni tribunos,
está el supremo salvador.
Nosotros mismos realicemos
el esfuerzo redentor.
Como comprenderán, los cristianos no podemos admitir la idea de esta estrofa. No por eso vamos a reñir, lo cual es distinto a manifestar nuestra disconformidad. ¿Por qué estamos disconformes? Sencillamente porque nosotros creemos en un único y supremo Salvador, Jesucristo, el Señor.
No creemos en otros salvadores y eso, por la sencilla razón de que todos necesitamos ser salvados. Tenemos la experiencia de nuestra pequeñez. Todos estamos enfermos de egoísmo; en nuestro interior siempre reina el posesivo “MI”. Mi dinero, mi bienestar, mi esposa, mi hijo, mi futuro, mi vejez, mi porvenir, mi negocio, mi éxito, mi puesto de trabajo. Y ese MI lo tenemos desde que nacemos y durará hasta el final de nuestra vida. Ese posesivo MI lo hemos de sustituir por NUESTRO.
Estoy convencido (y lo digo a creyentes y no creyentes) de que la salvación nos ha de venir de fuera. Nos tiene de venir de alguien capaz de curarnos convirtiéndonos en “hombres nuevos”, capaces de desterrar egoísmos, envidias, injusticias, deseos de placeres, de abuso de los más pobres, y empezar a vivir una vida nueva basada en el amor. Es la única manera de forjar un mundo nuevo. Ahí está la solución que todos buscamos, en la vivencia de la fraternidad.
Mientras haya vencedores y vencidos, no habrá paz porque todos queremos ser vencedores. Si os parece, escuchemos al Señor: "Os he dicho estas cosas para que tengáis paz en mí. En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo!: yo he vencido al mundo. »" (Jn. 16, 33). Nosotros también venceremos aunque sea con el sacrificio de nuestra vida. Como Jesús.
Y la cuarta estrofa:
4) El día que el triunfo alcancemos
ni esclavos ni dueños habrá,
los odios que al mundo envenenan,
al punto se extinguirán.
Admito de lleno esta estrofa. Claro está que el triunfo que esperamos alcanzar no es el triunfo sobre los otros, sino el triunfo sobre lo que llevamos dentro de nuestro hombre viejo; y lo alcanzaremos en la medida en que nos revistamos de nuestro Señor Jesús. Desde esta perspectiva, nos vale a los cristianos esta estrofa. Se extinguirán los odios y los egoísmos que nos destruyen a todos, y no habrá esclavos ni dueños, sino fraternidad entre todos los hombres.
Recordemos aquellas palabras de Jesús que nos anima a la lucha y al sacrificio. A quienes estén dispuestos a luchar por el Señor les irá bien leerlas: "No penséis que he venido a traer paz a la tierra. No he venido a traer paz, sino espada. El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue detrás no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará" (Mt. 10, 34. 37-39).
José Gea
Comentarios