¿Iglesia pecadora?
por Hablemos de Dios
La lamentable crisis de los sacerdotes pederastas ha mostrado un rostro desfigurado de la Iglesia. Muchos han podido pensar que la Iglesia es un lugar de corrupción y pecado y por tanto debe desaparecer o cambiar radicalmente. Los menos agresivos, o los que quieren al menos salvar la institución, hablan de una Iglesia al mismo tiempo pecadora y santa.
La pregunta es la siguiente: ¿Es correcto decir que la Iglesia es pecadora? Cuando recitamos el Credo afirmamos que es una, santa, católica y apostólica. Lo de “pecadora” no pertenece desde luego a sus notas esenciales. La Iglesia es santa ¿o, tal vez ha dejado de serlo? ¿Por qué la llamamos santa? Porque su fundador, Jesucristo, es santo; porque su doctrina es santa, sus sacramentos son santos y a lo largo de la historia ha dado muchos frutos de santidad. Nada de esto ha cambiado, la Iglesia es coherente con su doctrina moral bimilenaria: exigente, elevadísima, contraria a la pederastia y a todo desorden sexual. Sigue dando frutos de santidad: Pío di Pieltrelcina, Teresa de Calculta, Juan Pablo II, ect. La Iglesia ha sido, es y será siempre santa.
No se trata de negar los graves pecados y delitos cometidos. El Papa Benedicto XVI los ha reconocido y lamentado publicamente en muchas ocasiones y está haciendo todo lo posible para conocer las causas, castigar a los responsables y retribuir a las víctimas. Pero no es la Iglesia la que debe cambiar, suprimiendo el celibato sacerdotal o cambiando su doctrina sobre moral sexual. Los pecadores son los que tienen que cambiar y asumir sus responsabilidades. Sin duda su pecado afea el rostro de la Iglesia, hiere a todo el cuerpo de Cristo.
A todos nos llena de vergüenza y dolor lo que ha pasado. Pero no podemos dejar de reconocer que siempre ha habido traidores en la Iglesia. Empezando por Judas Iscariote, uno de los doce predilectos de Jesús. Las cartas de los apóstoles, que forman parte del Nuevo Testamento, hablan de fornicación, envidias, divisiones, anticristos, doctrinas erradas, ansias de poder. Ciertamente, siempre habrá pecadores en la Iglesia, todos lo somos en alguna medida, pero estamos llamados a ser santos y con la gracia de Dios lo debemos ser. Así mostraremos al mundo el verdadero rostro de la Iglesia.