Sábado, 23 de noviembre de 2024

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Lo que de verdad importa

por Consideraciones sin importancia

 ... si no se es capaz de integrar la muerte en el curso de la existencia y vislumbrar su sentido, nunca se alcanzará una vida auténticamente lograda... (Alejandro Llano)

Cuenta Pablo Domínguez que, en cierta ocasión, invitaron al filófoso Julián Marías a dar una conferencia a la reunión anual de obispos y teólogos de España. Al llegar el turno de preguntas, uno de los asistentes levantó la mano y dijo: ‘Don Julián, yo creo que usted nunca habrá tenido delante a tanto obispo y a tanto sacerdote juntos. Pues bien, si tuviera usted que predicarles, ¿de qué les hablaría?... ‘Les hablaría de la muerte’. Y empezó a hablar de la muerte, afirmando: ‘Ustedes se van a morir. ¿Es obvio, no?’ Los asistentes se reían un poco al principio, pero el dijo: ‘No se rían, no se rían. ¡Es que nadie se lo cree! Todo el mundo vive como si no se fuese morir. ¡Pues se van a morir!’[1].

Nos guste o no, ésta es la cruda realidad. Todos vamos a morir. La cuestión entonces es cómo vivo esta realidad. Y esto no es algo circunstancial; algo en lo que pensar cuando uno está deprimido o las cosas van mal. Porque según vivamos, así moriremos; según la idea que tengamos de la muerte y de lo que hay después de la muerte, viviremos de una forma o de otra. Si somos conscientes de que, después de esta vida, hay un juicio, es decir, que nuestros actos no son indiferentes, sino que tienen consecuencias; si tenemos la esperanza en la vida eterna, entonces viviremos de una determinada manera.

Meditar en la muerte no es algo trágico o algo ‘morboso’, como cuando uno visita la famosa cripta de los capuchinos en Roma, la Iglesia de la Inmaculada, que está decorada con esqueletos. No se trata de esto. Tampoco se trata de tener un sentido trágico de la vida; estar triste; vestir de negro; y encerrarse en casa en espera del destino final. Todo lo contrario. Nietzsche escribió en cierta ocasión: Si el hombre ve hondo en la vida, también ve hondo en el sufrimiento. Podemos decir lo mismo de la muerte: quien conoce su finitud; quien vive sabiendo que va a morir, sabe realmente vivir.

El testimonio de Etty Hillesum nos puede ayudar a entender esto. Esta joven judía vivió en Holanda hasta que fue deportada a Auschwitz en 1942. Dejó escritos unos diarios donde relató como vivió la persecución judía y su traslado al campo de concentración donde iba a morir.

Cuando digo: ‘he saldado las cuentas con la vida’, quiero decir con esto: la posibilidad de la muerte la tengo totalmente presente. Mi vida se ha ampliado de tal manera que miro la muerte, la perdición, a los ojos y las acepto como una parte de la vida. Suena casi paradójico: cuando uno deja fuera de su vida la muerte, la vida nunca es plena, y cuando se incluye la muerte en la vida, uno la amplía y enriquece... Todo es realmente muy simple. No se necesitan profundas observaciones. Inesperadamente ha aparecido la muerte en mi vida, grande y sencilla, como algo natural y casi sin hacer ruido alguno. Ha logrado hacerse un sitio ahí y ahora sé que forma parte de la vida[2].

Pensar en la muerte, de vez en cuando, nos ayuda a hacernos preguntas importantes; a dejar de lado mucha superficialidad e ir a lo esencial. Y ¿cuáles son estas preguntas? Podrían ser: ¿qué busco en la vida? ¿qué es lo verdaderamente importante en mi vida? ¿qué me preocupa? ¿qué temo? Cuando somos conscientes de que la vida tiene un final, buscamos lo que es fundamental, lo que realmente vale la pena. Todo lo demás sobra, títulos, honores, dinero, propiedades, conocimientos, etc. También relativizo los problemas. Lo que de verdad importa es aquello que me lleva al encuentro con Dios.

¡Lo que en el momento de la muerte tiene importancia, la tiene ahora! ¡Lo que en ese momento sea accidental, también lo es ahora! En definitiva: ¡sólo Cristo y sólo el amor es lo importante![3]



[1] Pablo Domínguez, Hasta la cumbre. Testamento espiritual, 79-80.

[2] Etty Hillesum, Una vida conmocionada. Diario 1941-1943, 118-119.

[3] Pablo Domínguez, Carta a las clarisas de Lerma (diciembre 2008)

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