Viernes, 22 de noviembre de 2024

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Cuando la actualidad es una crónica de infidelidades.

Cuando la actualidad es una crónica de infidelidades.

por La divina proporción

En la catequesis sobre la oración en las cartas de San Pablo, el Papa se trató el himno cristológico que el Apóstol nos ofrece en su carta a los Filipenses. De esta catequesis extraigo un fragmento que es digno de leer con detenimiento: 

En la cruz de Cristo, el hombre es redimido y la experiencia de Adán se modifica, dándose vuelta completamente: Adán, creado a imagen y semejanza de Dios, pretendía ser como Dios, con sus propias fuerzas, ocupar el lugar de Dios, y así perdió la dignidad original que se le había dado. Jesús, sin embargo, aun estando en la condición divina, se abajó, se sumergió en la condición humana, en total fidelidad al Padre, para redimir al Adán, que está en nosotros y para volverle a dar al hombre la dignidad que había perdido. Los Padres subrayan que Él se hizo obediente, volviendo a dar a la naturaleza humana, a través de su humanidad y obediencia, lo que se había perdido por la desobediencia de Adán. 

Tras de leer este párrafo me viene a la memoria la actualidad eclesial que día a día podemos leer en los diarios y portales informativos. No creo que le sorprenda que califique esta actualidad de una continua crónica de infidelidades. Pero con ello no quiero crear alarma o escandalizar a nadie. Esta crónica refleja las limitaciones e imperfecciones de la naturaleza humana que todos llevamos encima. Ninguno podemos se realmente fieles a Dios y a la Iglesia. Siempre pretendemos ser como Dios, igual que le sucedió a Adán. Pero esto no nos debe desesperar. Cristo en su humanidad y obediencia, devolvió a la naturaleza humana aquello que Adán perdió. 

Quizás no seamos conscientes del tesoro que Cristo nos legó y seguramente parte de la razón que nos hace desconocer este tesoro, sea la falta de oración que no atenaza como sociedad e Iglesia. 

En la oración, en la relación con Dios, nosotros abrimos la mente, el corazón y la voluntad a la acción del Espíritu Santo, para entrar en esta misma dinámica de vida, como afirma San Cirilo de Alejandría, cuya fiesta celebramos hoy: "La obra del Espíritu intenta transformarnos, por medio de la gracia, en una copia perfecta de su humillación" (Carta Festale 10, 4). 

La Gracia de Dios es el medio que transforma nuestra naturaleza y nos permite acercarnos a Dios desde nuestras imperfecciones. La Gracia de Dios se recibe si la solicitamos y estamos dispuestos a hacerla nuestra. Sin oración, el canal de comunicación de la Gracia queda obturado y vacío. ¿Qué hacemos entonces? Recurrir a nuestras potencias o capacidades para intentar paliar la falta de ese don de Dios. 

La lógica humana, sin embargo, intenta a menudo la realización de sí mismos en el poder, en el dominio, en los medios poderosos. El hombre sigue queriendo construir con sus propias fuerzas la torre de Babel para llegar – con sus propias fuerzas - a la altura de Dios, para ser como Dios. 

Es decir caemos de nuevo en el mismo error que Adán: creer que podemos se como Dios, creer que podemos construir torres para llegar a Dios. A Dios no se le conquista, sino que se le acepta abriendo el corazón para acogerlo en nosotros. En cierta forma, Dios desea encarnarse en nosotros, compartir lo que somos y transformarnos. 

La Encarnación y la Cruz nos recuerdan que la plena realización estriba en conformar la propia la voluntad humana en la del Padre, en el desapego total de sí mismo, del propio egoísmo, para llenarse del amor y de la caridad de Dios y, así, llegar a ser verdaderamente capaces de amar a los demás. 

El tema de la voluntad del ser humano es maravilloso. Nos habla hacer que nuestra voluntad se ajuste a la Voluntad de Dios, tal como se solicita en el Padre Nuestro: “Hágase tu Voluntad” 

El hombre no se encuentra a sí mismo, cuando queda ensimismado, sino cuando logra salir de sí mismo. Sólo si logramos salir de nosotros, nos encontramos. Adán quería imitar a Dios, pero tenía una idea equivocada de Dios. Dios no quiere sólo la grandeza, Dios es amor que da, ya desde la Trinidad y luego en la Creación. Imitar a Dios significa salir de sí mismo y entregarse en el amor. 

Aquí el Santo Padre indica de manera muy certera uno de los problemas de nuestra sociedad e Iglesia: encerrarnos en nosotros mismos. Si cerramos nuestro corazón Dios queda fuera y si eso es así, nuestros hermanos se vuelven para nosotros extraños de los que desconfiar. Imitar a Dios significa salir de sí mismo para entregarse a Dios y a los demás. ¿No es maravillosa esta definición? 

Volviendo a la actualidad eclesial. No nos dejemos abatir por todos lo que erramos buscando nuestros intereses y nuestras ganancias. La Esperanza está en que todos podemos arrepentirnos y volver al camino que nos marca Cristo: abrir el corazón a Dios y a los demás. Deshacernos de nuestros prejuicios y comunicarnos mediante la oración y la vida compartida. Quedémonos con la oración final con la que el Santo Padre termina esta catequesis: 

Queridos hermanos y hermanas, en nuestra oración, contemplemos al Crucificado, detengámonos en adoración ante la Eucaristía con mayor frecuencia, para que entre en nuestra vida el amor de Dios, que se abajó con humildad para elevarnos hacia Él. Al comienzo de la catequesis nos preguntábamos cómo San Pablo podía alegrarse ante el riesgo inminente de su martirio y de su derramamiento de sangre. Esto sólo es posible porque el Apóstol nunca alejó su mirada de Cristo, hasta asemejarse a Él en su muerte, " a fin de llegar, si es posible, a la resurrección de entre los muertos " (Fil. 3:11). Al igual que San Francisco ante el crucifijo, digamos también nosotros: Altísimo, glorioso Dios, ilumina las tinieblas de mi corazón. Dame una fe recta, esperanza cierta y caridad perfecta, juicio y discernimiento para cumplir tu verdadera y santa voluntad.


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