La Iglesia, víctima y no combatiente
Josep Gassiot Magret en su obra “Apuntes para el estudio de la persecución religiosa en España” narra a continuación los excesos salvajes “En los primeros meses de la Guerra Civil”.
Este autor no hace referencia a las personas seglares que también fueron martirizadas por sus creencias religiosas, y su estadística y reseña detallada del Martirologio de la Iglesia en la diócesis de Barcelona da estos resultados: víctimas de los meses de julio y agosto, 420; en septiembre, 146; en octubre, 121; en noviembre, 90; en diciembre, 42; durante el año 1937 suman 52, en 1938 sólo 5 y en 1939 resultaron asesinados 7. De manera que fueron disminuyendo o debido a que las personas religiosas procuraban ausentarse y ocultarse o porque los dirigentes de la persecución la suavizaron por especiales circunstancias.
El Gobierno de la Generalidad de Cataluña, el 23 de julio de 1936, publicó un Decreto que decía:
“La Rebelión fascista ha sido vencida por el heroísmo popular y el de las fuerza locales. Precisa, pues, acabar de aniquilar en toda Cataluña los últimos núcleos fascistas existentes y prevenirse contra posibles peligros de fuera…
Por tanto, a propuesta de la Presidencia, y de acuerdo con el Consejo ejecutivo, decreto lo siguiente:
1º se crean las milicias ciudadanas para la defensa de la República y la lucha contra el fascismo y la reacción…
2º en toda Cataluña se constituirán los Comités locales de defensa, que deberán obrar de acuerdo con el Comité Central”.
Constituido el Comité de Milicias Antifascistas de Cataluña, publicó un Bando en el que anunciaba que se establecía un orden revolucionario y nombraba los equipos necesarios para cumplir rigurosamente las órdenes que del mismo emanaren.
Don Francisco Lacruz en su obra “El Alzamiento, la Revolución y el Terror en Barcelona” afirma:
“El Comité hizo un buen debut. En seis días que iban de revolución, los asesinatos habían sido escasos, relativamente. Hubo, en gran número, muertos y heridos a consecuencia de choques violentos y de paqueos (expresión referida a los que disparan como los pacos -de la onomatopeya pac- se decía en las posesiones españolas de África, al moro que, aislado y escondido, disparaba sobre los soldados), pero el desbordamiento criminal aún no había llegado a la enorme proporción que alcanzó luego. Aquella noche, como si las bandas armadas sometieran a sangrienta burla el Comité Antifascista, fueron asesinadas cuarenta y seis personas, de ellas tres mujeres. Todos los cadáveres aparecieron abandonados al día siguiente en diversos lugares próximos a la ciudad. Al otro día -26 de julio-, los muertos sólo alcanzaron la cifra de dieciocho. Barcelona entera, que seguía anhelante las ondulaciones de aquella actividad criminal, respiró, interpretando el hecho de que los asesinos, ahítos de sangre cedían en su barbarie. Al día siguiente, los sacrificios fueron veinte, cantidad que no bastaba a expresar si la ola de crueldad decrecía o aumentaba. Pero, a partir de aquella semana, pasaron de cincuenta por día las personas asesinadas” (pág. 119).
El reverendo don José Sanabre Sanromá, refiriéndose a la diócesis de Barcelona, dice en su “Martirologio” de la Iglesia en la Diócesis de Barcelona durante la persecución religiosa 19361939:
“La intensidad de la persecución durante los trece días del mes de julio nos la expresa el que a pesar de formar únicamente una parte del mes, a excepción de agosto, comprende el mayor número mensual de víctimas, que llegó a ciento noventa y siete entre sacerdotes, religiosos y religiosas” (pág. 237).
Claustro de la Catedral de Barcelona.
Claustro de la Catedral de Barcelona.
Este autor no hace referencia a las personas seglares que también fueron martirizadas por sus creencias religiosas, y su estadística y reseña detallada del Martirologio de la Iglesia en la diócesis de Barcelona da estos resultados: víctimas de los meses de julio y agosto, 420; en septiembre, 146; en octubre, 121; en noviembre, 90; en diciembre, 42; durante el año 1937 suman 52, en 1938 sólo 5 y en 1939 resultaron asesinados 7. De manera que fueron disminuyendo o debido a que las personas religiosas procuraban ausentarse y ocultarse o porque los dirigentes de la persecución la suavizaron por especiales circunstancias.
Nos explica el mismo autor:
“La revolución y sus crímenes adjuntos no fue una reacción de indignación del pueblo contra la supuesta intervención de la Iglesia en el Alzamiento Nacional, como se pretendió hacer creer a la opinión nacional y extranjera. La revolución, como todas las anteriores, tuvo su cerebro director. Nunca olvidaremos las palabras oídas de boca de un directivo sindical, al reconocernos en octubre de 1936, después de felicitarnos por resultar ileso hasta aquel entonces, que nos decía: “-Vosotros habéis visto la revolución desde abajo, yo desde arriba; el plan era asesinaros a todos”; la declaración fue espontánea y no podía ser más terminante. La Iglesia, desde el primer día, fue víctima, y no combatiente; el plan quedó bien manifiesto a las primeras semanas de la actuación de los grupos desalmados que recorrían las poblaciones sujetas al dominio marxista; su primera preocupación fue el asesinato de los sacerdotes; por esto a su llegada a los pueblos la primera indagación era informarse de su había sido asesinado el cura; constituía el primer número del programa. Ésta fue la realidad en nuestra Diócesis y en toda la zona que quedó bajo la tiranía del nuevo régimen” (pág. 28).
Momias de las monjas del convento de las Salesas profanadas y expuestas. Barcelona, agosto de 1936
Cuantos tuvimos la desgracia de tener que sufrir el terror rojo de Barcelona, sabemos que las Milicias Antifascistas eran los técnicos y ejecutores de los asesinatos. Nos consta que no hubo ningún asesinato de personas religiosas que no hubiese sido autorizado por el Comité directivo. En otras poblaciones de España, adoptaron diversas denominaciones los encargos de imponer el terror: en Madrid, Milicias de Vigilancias de Retaguardia; Guardia Popular Antifascistas en Castellón; Milicias Armadas Obreras y Campesinas en Almería, etc.
Siempre procedieron por el mismo estilo, y la forma de realizar sus ejecuciones estaba equiparada a las injusticias de las mismas. Tendríamos que dar una gran extensión a nuestro escrito refiriendo todos los casos que conocemos; bastará que examinemos algunos, y entre éstos podemos ver cómo fueron martirizados los trece obispos que pudieron ser alcanzados o detenidos por la persecución religiosa.
Nota: Aunque ahora se habla de doce Obispos mártires, siempre se consideraron trece al contar al Administrador Apostólico de la diócesis de Orihuela, Ilmo. don Juan de Dios Ponce y Pozo.
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