Viernes, 22 de noviembre de 2024

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No hagáis frente al que os agravia, iluminarlo

No hagáis frente al que os agravia, iluminarlo

por La divina proporción

La Ley dice: «Ojo por ojo, diente por diente» (Ex 21,24). Pero el Señor nos exhorta no sólo a recibir pacientemente el golpe del que nos abofetea, sino a presentarle humildemente la otra mejilla. Porque la finalidad de la Ley era enseñarnos a no hacer lo que no queremos que nos hagan. Nos priva, pues, de hacer el mal por miedo a lo que nos pueda ocurrir. Pero lo que se nos pide ahora es: rechazar el odio, amar el placer, amar los honores y las demás tendencias nocivas... 

A través de los santos mandamientos Cristo nos enseña a purificar nuestras pasiones a fin de que éstas no nos hagan caer de nuevo en los mismos pecados. Nos muestra la causa que nos hace llegar al desprecio y a la trasgresión de los preceptos de Dios; y nos proporciona el remedio para que podamos obedecer y ser salvados. 

¿Cuál es, pues, el remedio y la causa de este desprecio? Escuchad lo que nos dice el mismo Señor: «Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis el descanso para vuestras almas» (Mt 11,29). He aquí que, de manera breve, con una sola palabra, nos muestra la raíz y la causa de todos los males, junto con su remedio, fuente de todos los bienes. Nos enseña que lo que nos hace caer es la soberbia, y que no es posible alcanzar misericordia sino por la humildad, que es la disposición contraria. De hecho, la soberbia  engendra el desprecio y la desobediencia que conduce a la muerte, mientras que la humildad engendra obediencia y la salvación de las almas: yo entiendo la verdadera humildad, no como un rebajarse de palabra y en actitudes, sino como una disposición verdaderamente humilde en lo más íntimo del corazón y del espíritu. Por esto dice el Señor: «Yo soy manso y humilde de corazón». El que quiera encontrar el verdadero descanso para su alma que aprenda a ser humilde. (Doroteo de Gaza, Instrucciones, nº 1) 

Doroteo de Gaza (monje palestino que nació sobre le año 500) nos da una lección importante: la humildad es el mejor remedio para que podamos obedecer. Pero ¿Cómo podemos ser humildes sin que la humildad se convierta en inacción o dejadez. 

Quizás la clave esté en la diferencia que podemos hacer entre nuestra presencia y lo que somos. Se puede tener presencia y opinión sin que esto conlleve ser más o mejor que los demás. Me pregunto si la falta de humildad es uno de los puntos clave de la crisis que vivimos. En un mundo en donde todos mandamos y lo hacemos de manera incoherente y relativa ¿Qué voz de mando tendremos para ir hacia adelante? Únicamente la voz de Cristo que se hace presente cada vez que abrimos las Sagradas Escrituras. 

Pero, la sociedad no está dispuesta a oír a Cristo. En el Evangelio de hoy martes 12, nos recuerda que debemos ser sal y luz: “Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.” Sean nuestros actos y vida, testimonio de la Luz de Dios. ¿Cómo ser Luz en una sociedad que se esconde de la Luz y la ataca para que desaparezca?


Nos dice el Señor “No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte. Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa” Es evidente que si nuestra vida es testimonio de la Luz, no se podrá ocultar el brillo que llega a todos lo que nos rodean. A veces la Luz puede ser dolorosa para quienes están acostumbrados a la penumbra o a la oscuridad. No por ello tenemos que apagar la luz, sino entregarla para que los ojos que la reciban, sean sanados. Es necesario comprender que la luz que reflejamos, no proviene de nosotros, sino de Dios mismo.
 

Dios nos puso en el mundo para iluminarlo a través nuestra. No tengamos reparo en ser espejos eficientes para esta Luz
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