Bautizad en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu
Bautizad en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo
Por eso el bautismo de nuestro nuevo nacimiento está colocado bajo el signo de estos tres artículos. Dios Padre nos lo concede en vistas a nuestro nuevo nacimiento en el Hijo por medio del Espíritu Santo. Porque los que llevan en ellos el Espíritu Santo son conducidos al Verbo que es el Hijo, y el Hijo los conduce al Padre, y el Padre nos concede la inmortalidad. Sin el Espíritu es imposible ver al Verbo de Dios, y sin el Hijo nadie puede acercarse al Padre. Porque el conocimiento del Padre, es el Hijo, el conocimiento del Hijo se hace a través del Espíritu Santo, y el Hijo da el Espíritu según el Padre quiere. (San Ireneo de Lyon, Demostración de la predicación apostólica, 6-8)
La Santísima Trinidad es Dios y Dios único. Fuimos creados a imagen y semejanza de Dios y por eso somos reflejo de la Santísima Trinidad. Si somos imagen de Dios uno y trino, ¿No es lógico y coherente ser bautizados en Nombre de la Santísima Trinidad?
No podía ser de otra forma y San Ireneo nos refiere este Misterio de una manera especialmente clara. Padre, Hijo y Espíritu Santo nos transforman a partir del bautismo. La conversión también tiene un profundo sentido trinitario, ya que transforma nuestra mente, nuestras emociones y nuestra voluntad. Nos transforma de manera que, sin dejar de ser quienes somos, nuestro ser cobra una vida nueva.
¿Cómo podemos llevar esta evidencia nuestra vida cotidiana? ¿Cómo se hace patente la Santísima Trinidad en nuestro día a día?
Podría parecer que estas “entelequias” teológicas fuesen un entretenimiento para eruditos, pero que no sirven para nada en el mundo de hoy. Pero, Dios actúa a través la coherencia y por eso la Santísima Trinidad es algo vivo en nosotros y en lo que nos rodea.
Como decía Cristo, a veces parecemos sepulcros banqueados. Es decir, lugares sin vida que se pintan de blanco para aparentar. ¿Quién nos concede la vida y la vitalidad de vivirla con Esperanza y alegría? El Espíritu es el soplo de vida que nos hace movernos. ¿Podríamos vivir sin el soplo del Espíritu? Me temo que no. Si el soplo desaparece morimos y si vuelve a soplar, todo se recrea y renueva. Como dice un maravillosa oración italiana de Pentecostés.
El Hijo es revelación, Palabra llena de sentido, enseñanza viva, sentido de nuestra vida. ¿Podemos vivir con felicidad sin ser conscientes de la Palabra? Difícilmente seremos felices si nos falta la Esperanza y la Esperanza parte de la Buena Noticia que nos trajo Nuestro Señor. No olvidemos que para aceptar a Cristo como Señor, necesitamos del Espíritu.
¿Y Dios Padre? Dios Padre es creador, aparentemente oculto e invisible. ¿Podemos vivir sin conocer a Dios Padre? ¿Cómo conocerlo? Lo podemos conocer a través del Hijo. Las maravillosas parábolas de Cristo, nos enseñan como es el Padre. Cómo toda la creación tiene un sentido y es coherente. Todo tiene la marca de Dios, pero no siempre somos capaces de verlo. Necesitaríamos tener nuestro corazón limpio, ya que es la única manera de ver a Dios.
Quiera el Señor ayudarnos a entender, dentro de lo que Dios ha planeado, que somos reflejo de Dios uno y trino.