César Uribarri
Nació en Madrid mi cuerpo, porque mi alma debió venir de Ávila, o cuanto menos allí tengo mi corazón, en esas calles empedradas de caballeros y de santos, en la siempre mística y guerrera. Y como la Santa gusto decir, mirando atrás en mi vida, “misericordias Domini, in aeternum cantabo”, porque misericordia sobre misericordia el Señor me ha bendecido en mi mujer y en mis hijos quizá justo por mis desmerecimientos. Pero estas son las cosas del de Arriba, de las que no me quejaré ni levantaré proceso. Y para que no se dijera que uno decide (que en cuanto he decidido todo me ha salido rana, y en cuanto me ha venido dado -principalmente mis amores, que no he elegido sino sólo secundado- puedo ver la misericordia del Señor) fui embarcado sin pretenderlo (¿o sí?) en el estudio de los signos de los tiempos y los hechos extraordinarios con los que gusta jugar quien no encuentra otro modo de llamarnos hacia Sí. De aquello surgieron varios libros (y los que surgirán si Dios da fuerza, inteligencia y paciencia) y el claro convencimiento de que todo es paja, humo, nada -aunque bien se nos pega en el cuerpo- y que estas glorias del hombre están hoy edificadas sobre un barro pronto a caer. No es nada nuevo, que ya lo lloró nuestro Señor al entrar por última vez a Jerusalén “y te abatirán al suelo a ti y a los hijos que tienes dentro, y no dejarán en ti piedra sobre piedra por no haber conocido el tiempo de tu visitación”.