Domingo, 22 de diciembre de 2024

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La obsesión por el vil metal

por O santo o nada

¿Todo el mundo está exclusivamente preocupado por el dinero? ¿O es que me lo parece? No se habla de otra cosa, no se ambiciona otra cosa. Mediante la política, la mafia de cualquier signo, la oposición a algo, la vocación de medrador, los concursos literarios, la lotería, acciones, la usura o el robo o la engañifa, lo que sea. Pero dinero cuanto antes, lo primero. Se venden las joyas de la abuela o la selecta biblioteca. O la conciencia, y si es preciso el alma. ¡Faltaría más! Pero el dinero que no falte, y sin gran esfuerzo por favor. Generaciones enteras en las que el dinero lo es todo. ¿Amor, conocimiento, poesía? Muy bonito, sí, te dicen, ¿y para qué sirven si falta el pecunio? Yo no vivo del aire, pero tampoco de esta obsesión enfermiza. El hombre desconoce ya la sobriedad, el equilibrio, el mérito, la mesura. Se puede ser muy feliz gastando lo preciso, sin este desproporcionado consumo que nos deja secos por dentro. ¡Qué gran manipulación, qué dislate de vida! 

Y así nos desvivimos. En esa ambición por poseer y adquirir más vacío. Nunca es suficiente. Siempre hay un por si acaso y un capricho vespertino y una nueva necesidad que cubrir. Teniendo poco o mucho, da lo mismo. El caso es que no hay manera de quitarnos de encima esa esclavitud, ese adquirir cosas sin necesidad. ¡Más, más, más! Todo es poco, no llega. Y si falta una pizca la mirada se nos esconde y se va haciendo amarga, como triste. La estupidez se ha convertido en hábito. Porque resulta estúpido ese acaparamiento, ese pensar que no podemos ser felices sin un reloj más, o un coche de alta gama de tontería, o ropa a raudales, o… Pues eso, que así nos desvivimos, y nos acostumbramos a vivir en el sótano de la vida, entre cachivaches y sombras que no nos aportan nada y nos distraen de la verdad de nosotros mismos.

 Toda una sociedad y un mundo -supuestamente muy avanzado- que insiste en ese engranaje del dinero, de la usura, del poseer venga o no a cuento (cuando en realidad somos nosotros los poseídos, los paulatinamente despersonalizados). Nadie dice: “ya tengo bastante, ya es suficiente”. Siempre hay algo más, siempre hay más dinero que ganar. Pero ¿para qué? ¿De que le sirve a la sociedad esa funesta manía de cimentarlo todo en el dinero? Y el alma se va enfriando, y la codicia se adueña del corazón, y la política se ha quedado solo en un presupuesto (y su negativo de rapiña), y la vida -o la literatura- solo parece la posibilidad de un buen negocio o de una subvención o de una apuesta. Y total ¿para qué? Decidme, ¿para qué ese afán tan ridículo, tan superficial, tan memo, tan egoísta? Y el mundo se nos está quedando yerto, sin espíritu, sin trama, sin nada.      

 
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