La obsesión por el vil metal
por O santo o nada
¿Todo el mundo está exclusivamente preocupado por el dinero? ¿O es que me lo parece? No se habla de otra cosa, no se ambiciona otra cosa. Mediante la política, la mafia de cualquier signo, la oposición a algo, la vocación de medrador, los concursos literarios, la lotería, acciones, la usura o el robo o la engañifa, lo que sea. Pero dinero cuanto antes, lo primero. Se venden las joyas de la abuela o la selecta biblioteca. O la conciencia, y si es preciso el alma. ¡Faltaría más! Pero el dinero que no falte, y sin gran esfuerzo por favor. Generaciones enteras en las que el dinero lo es todo. ¿Amor, conocimiento, poesía? Muy bonito, sí, te dicen, ¿y para qué sirven si falta el pecunio? Yo no vivo del aire, pero tampoco de esta obsesión enfermiza. El hombre desconoce ya la sobriedad, el equilibrio, el mérito, la mesura. Se puede ser muy feliz gastando lo preciso, sin este desproporcionado consumo que nos deja secos por dentro. ¡Qué gran manipulación, qué dislate de vida!
Y así nos desvivimos. En esa ambición por poseer y adquirir más vacío. Nunca es suficiente. Siempre hay un por si acaso y un capricho vespertino y una nueva necesidad que cubrir. Teniendo poco o mucho, da lo mismo. El caso es que no hay manera de quitarnos de encima esa esclavitud, ese adquirir cosas sin necesidad. ¡Más, más, más! Todo es poco, no llega. Y si falta una pizca la mirada se nos esconde y se va haciendo amarga, como triste. La estupidez se ha convertido en hábito. Porque resulta estúpido ese acaparamiento, ese pensar que no podemos ser felices sin un reloj más, o un coche de alta gama de tontería, o ropa a raudales, o… Pues eso, que así nos desvivimos, y nos acostumbramos a vivir en el sótano de la vida, entre cachivaches y sombras que no nos aportan nada y nos distraen de la verdad de nosotros mismos.