Una escuela del servicio divino (RB Pról. 45-50) - VI
Con paternal solicitud, S. Benito nos dice que no huyamos del camino de la salvación vencidos por el miedo. ¿Y miedo a qué? El hombre tiene miedo a la muerte. Ciertamente a la fisiológica, pero la vida para el hombre es más que biología. Hasta el punto de que da la vida por lo que considera su Vida. El miedo a morir es, ante todo, el miedo a perder la Vida, lo que creemos que da plenitud y sentido a la vida y sin lo cual, ésta no merece la pena ser vivida.
La vida de fe es muerte, porque, por la VIDA, debemos perder la Vida y, si llega el caso, también la vida. Por eso a los inicios resulta angosto el camino, porque estamos aún aferrados afectivamente a lo que creíamos daba sentido a la vida. Y desprenderse de aquello a lo que uno está a-pegado es siempre doloroso. Sólo la esperanza en la VIDA nos da valor para soportar el dolor de perder la Vida.
Ese miedo al dolor nos mueve a huir y, como otra cara de la moneda, la esperanza en un gozo nos impulsa a buscar su posesión. Y con este juego el diablo nos tiene esclavizados (cf. Hb 2,1415), moviéndonos de un lado a otro, sin que salgamos de esa prisión. El camino del guerrero es una vía de quietud, de permanecer, muchas veces a costo de grandes sufrimientos, indiferente ante el viento que agita nuestro interior y lo invita a huir o a coger.
Pero esa quietud en el centro de uno mismo, como el fiel de la balanza, sin ser movido por el temor al dolor de la pérdida ni por el apego al gozo de lo que no es Dios, lo es para poder emprender un camino ortogonal a ese plano, para ir más allá de esa barrera dentro de la cual Satanás nos quiere mantener encerrados.
Por ello, el maestro-padre nos hablará de esperanza, de la atracción de una fuerza mayor gracias a la cual podemos salir de ese campo gravitatorio. Para caminar, hay que poner la mirada más allá de nosotros.
[La foto es cortesía de una contertulia]