Miércoles, 25 de diciembre de 2024

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De San Matías, el apóstol suplente, cuya festividad celebramos ayer

por En cuerpo y alma

 
 
San Matías. Pedro Pablo Rubens.

           Hemos celebrado ayer 14 de mayo la festividad de San Matías. Matías no es sino el apóstol que reemplazó a Judas Iscariote una vez que su plaza quedó vacante en el colegio de apóstoles, en la única ocasión en la que los apóstoles decidieron reemplazar a alguno de los que causaban baja, cosa que no volvieron a hacer nunca más, ni siquiera cuando se produce el martirio del primer apóstol y único que recogen los textos canónicos, a saber, el del patrono de España Santiago hijo de Zebedeo (ver Hch. 12, 2).
 
            Al efecto de proveer la plaza, organizan los apóstoles lo que podríamos denominar un “concurso de méritos”, en el que la única condición para participar es haber pertenecido al grupo de los seguidores de Jesús desde el momento en el que fue bautizado por San Juan Bautista. A dicho concurso se presentan dos candidatos, José Barsabás y Matías, con parecidos méritos, tan parecidos que los apóstoles no hallan otra manera de elegir al sucesor sino echarlo a suertes. Pero dejemos que sea Lucas quien nos lo relate. Todo comienza con el discurso de Pedro en persona:
 
            “Conviene pues, que de entre los hombres que anduvieron con nosotros todo el tiempo que el Señor Jesús convivió con nosotros a partir del bautismo de Juan hasta el día en que nos fue llevado, uno de ellos sea constituido testigo con nosotros de su resurrección.
            Presentaron a dos: a José, llamado Barsabás, por sobrenombre Justo, y a Matías. Entonces oraron así: “Tú Señor, que conoces los corazones de todos, muéstranos a cuál de estos dos has elegido para ocupar en el ministerio del apostolado el puesto del que Judas desertó para irse adonde le correspondía”. Echaron suertes y la suerte cayó sobre Matías, que fue agregado al número de los doce apóstoles” (Hch. 1, 21-26).
 
            A ninguno de los dos candidatos vuelve a mencionarse en el Nuevo Testamento. Una tradición sin embargo sí se consolida a propósito de él, cual es aquélla según la cual, Matías habría pertenecido al grupo de los Setenta:
 
            “Y un documento enseña que también Matías -el que fue añadido a la lista de los apóstoles en sustitución de Judas- y el otro que tuvo el honor de entrar con él [José Barsabás] a suertes fueron dignos de la misma llamada de entre los Setenta.” (HistEc. 1, 12, 3).
 
            Este grupo de los Setenta -o más precisamente de los Setenta y dos-, ya hemos tenido ocasión de conocerlo, es un segundo grupo que constituye Jesús por debajo del grupo de sus grandes lugartenientes que es el colegio de apóstoles, grupo a cuya existencia sólo se refiere uno de los cuatro evangelistas, Lucas, que lo hace con estas palabras:
 
            “Después de esto, designó el Señor a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos delante de sí a todas las ciudades y sitios adonde él había de ir.” (Lc. 10, 1).
 
            Poco, muy poco es lo que sobre Matías dice algún tipo de literatura cristiana. En este caso, el mejor recurso es como otras veces la Leyenda Dorada de Jacobo De La Vorágine, libro en el que sí encontramos alguna referencia al “apóstol suplente”. Recoge el mismo por ejemplo, un resumen de su trayectoria anterior a su incorporación al grupo de cristianos y por ende al colegio de apóstoles. Dice así:
 
            “San Matías, oriundo de la tribu de Judá, nació en Belén en el seno de una familia muy noble. Muy aficionado al estudio de las sagradas escrituras, en poco tiempo adquirió gran dominio de la ciencia de la ley y de los profetas. Durante toda su vida tuvo horror a la lascivia. Desde su niñez se distinguió por la madurez de sus costumbres. Disciplinó su ánimo tratando de conseguir un carácter esforzado, y merced a ello dio pruebas de poseer personalidad firme y recia. Fue muy inteligente, muy misericordioso, sumamente sencillo en la prosperidad y constante e intrépido en la adversidad. Puso siempre gran cuidado en practicar él mismo lo que predicaba a los demás; nunca nadie pudo notar el más leve desacuerdo entre lo que enseñaba y lo que hacía. Durante los años que ejerció su ministerio apostólico en Judea, dio vista a los ciegos, curó a los leprosos, expulsó a los demonios, sanó a los paralíticos y a los cojos, devolvió el oído a los sordos y resucitó a varios muertos” (LeyDor. 155).
 
            Es tradición que a Matías cupo en suerte en el sorteo en el que los apóstoles se repartieron el mundo para predicar la palabra de Dios la región de Judea, lo que es tanto como decir que le tocó no salir de donde ya estaban. Otra tradición sin embargo, lo sitúa predicando en Macedonia, al norte de la actual Grecia, donde se cuenta le ocurrió lo siguiente:
 
            “Estando San Matías predicando la fe en Macedonia, diéronle a beber un veneno que dejaba ciegos a cuantos lo ingerían. El, encomendándose a Dios, bebió la pócima y no le ocurrió nada, incluso después de beberla visitó a más de doscientas cincuenta personas que habían quedado ciegas por aquel procedimiento, pasó sus manos sobre sus ojos y a todas ellas les devolvió la vista” (LeyDor. 155).
 
            Cuéntase también sobre el “apóstol suplente” que con ocasión de su predicación en Macedonia, adoptó mientras era perseguido apariencia invisible que le permitía permanecer entre los que le perseguían sin que éstos se percataran. Cuando finalmente se hizo visible, fue apresado y torturado pero Jesús en persona le liberó de sus ataduras y le abrió las puertas de la cárcel, con lo que pudo salir.
 
            Recoge la Leyenda Dorada el final de San Matías, que habría tenido lugar de la siguiente manera:
 
            “Con su predicación, milagros y prodigios, convirtió a muchos en Judea. Esta fue la causa que movió a los judíos que lo odiaban a formarle proceso y a condenarle a morir apedreado. Dos falsos testigos que declararon contra él fueron los primeros en arrojar algunas piedras sobre su persona; pero el apóstol las recogió y manifestó su deseo de que aquellos guijarros fuesen enterrados con él para que sirvieran de testimonio contra sus verdugos. Después de haber sido apedreado, mientras con sus brazos extendidos hacia el cielo encomendaba su espíritu a Dios, acercose a él un soldado y, con una afilada hacha le cortó la cabeza y puso fin a la vida del apóstol” (LeyDor. 155).
 
            Se hace eco igualmente De La Vorágine de una tradición que era muy moderna cuando él escribe su obra, menos hoy día, según la cual, el cuerpo de San Matías “fue llevado desde Judea a Roma, y posteriormente desde Roma hasta Tréveris” (LeyDor. 155). De hecho, al día de hoy San Matías es patrón de la ciudad de Tréveris, en Alemania, ciudad en la que la Basílica de San Matías clama poseer efectivamente la reliquia del cuerpo del santo apóstol, adonde habría sido llevado por orden de la Emperatriz Elena, la madre de Constantino, y de cuya veneración consta desde la Baja Edad Media, con el “descubrimiento” de la tumba del apóstol en 1127. Todo lo cual produce una vinculación cierta entre el apóstol y la nación alemana, constatándose que a pesar de ser el de Matías nombre de raíz indudablemente hebrea, es común en tierras alemanas de manera similar por ejemplo a como Santiago lo es en España.
 
 
            ©L.A.
            encuerpoyalma@movistar.es
 
 
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