Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

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Una escuela del servicio divino (RB Pról. 45-50) - V

por Glosas marginales

 

 

Lo áspero, lo pesado, lo duro,... no es un fin en sí mismo. Por ello, al disponerse a instituir esa escuela del servicio divino, S. Benito quiere alejar fantasmas. En todo aprendizaje, hay esfuerzo, superación de dificultades, hasta momentos de sentimiento de frustración, sensación de que no se avanza –acaso la acedía sea una de las pruebas más duras en la etapa práctica del camino espiritual–, pero lo duro que se pueda encontrar en él no es el fin, todo eso está en función de la meta última.

 

Pero, aunque lo áspero no sea un fin, esto no es motivo para evitarlo cuando lo requiere, como medio, el fin al que se encamina la vida ascética. El fin del hombre es la alabanza y el servicio divinos, la purificación del corazón de todo afecto desordenado es algo que viene requerido por nuestro pasado pecador, pero, por sí mismo, es algo pasajero; nadie tiene vocación de purificar el corazón, sino de vivir con el corazón purificado para el fin para el cual ha sido creado.

 

De paso, S. Benito nos deja una interesante regla de discernimiento. Hay que saber distinguir los fines de los medios y, al elegir entre estos, hay que hacerlo de manera ponderada, sopesando razones, buscando el más adecuado para el fin perseguido, no por inercia o con precipitación.

 

Y todo ello será «con vista a la enmienda de los vicios o la conservación de la caridad». Es decir, no se trata solamente de la purificación individual, sino también de cuidar una sana vida fraterna, que solamente puede estar regida por el mandato del amor mutuo entre los hermanos tal y como el Señor nos amó. Y es que la maduración de la vida espiritual no puede ir desligada de la vida comunitaria. El cristiano siempre lo es con otros cristianos en la comunión de la Iglesia, no importa que esté en los rudimentos de la vida de fe o en las más altas cotas del amor.

 

El fin es hermoso, pero el camino a los comienzos, nos dice el maestro-padre, resulta angosto. Con afecto paternal, nos advierte de los peligros del miedo y, sobre todo, nos estimulará, como veremos, compartiendo veladamente su experiencia personal.

 

 

[La foto es cortesía de una contertulia]

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