Enseñanza católica, diaconía de la verdad
Enseñanza católica, diaconía de la verdad
Su Santidad nos señaló que «el compromiso cristiano en la enseñanza, que hizo nacer las universidades medievales, se basaba en la convicción de que el único Dios, como fuente de toda verdad y bondad, es también fuente del apasionado deseo de la inteligencia de saber y del anhelo de la voluntad de su pleno cumplimiento en el amor»
¿Por qué el ser humano necesita saber? ¿Qué anhelo interior lleva a muchas personas a estudiar e investigar la razón, de todo lo que existe, en cada uno de los campos del saber? Algo debe existir dentro de nosotros que nos impulsa a esa aventura de conocer, comprender para luego buscar formas diferentes de actuar sobre lo que nos rodea.
Si tenemos a Dios como fuente de toda verdad y bondad, todo lo que conozcamos se irá integrando en un universo cuyo sentido es Dios mismo. Tal como indica el Santo Padre, Dios es la “fuente del apasionado deseo de la inteligencia de saber y del anhelo de la voluntad de su pleno cumplimiento en el amor”. Sin no disponemos de centro ¿Cómo podremos trazar un círculo. Sin la certeza de Dios ¿Cómo podremos conocer lo que nos rodea en toda su profundidad?
Pero el conocimiento de Dios como fuente del saber no siempre es tan evidente. Necesita que enseñemos el saber y la fe, como un todo coherente que da significado a nuestra existencia.
«Sólo en esta luz podemos apreciar la contribución distintiva de la educación católica, que se dedica a una "diaconía de la verdad", inspirada en la caridad intelectual, sabiendo que llevar a los otros a la verdad es un acto de amor. El reconocimiento de la unidad esencial entre fe y razón, ofrece un baluarte contra la alienación y la fragmentación que se produce cuando el uso de la razón se aparta de la búsqueda de la verdad y la virtud. En este sentido, las instituciones católicas tienen un papel específico que desempeñar para ayudar a superar la crisis de las universidades de hoy. Firmemente afianzados en esta visión de la interrelación intrínseca entre fe, razón y búsqueda de la excelencia humana, todos los intelectuales cristianos y todas las instituciones educativas de la Iglesia deben estar convencidos y deseosos de convencer a los demás, de que ningún aspecto de la realidad permanece apartado del misterio de la redención y del dominio del Señor Resucitado sobre toda la creación».
El Papa no sólo habla de los profesores de colegios y universidades católicas, sino de todos los intelectuales cristianos. Tenemos un deber que no podemos dejar en segundo plano. Los docentes cristianos debemos estar convencidos y deseosos de convencer a los demás, de que ningún aspecto de la realidad permanece apartado del misterio de la redención y del dominio del Señor Resucitado sobre toda la creación.
Llevar adelante esta misión en una institución educativa católica, debería ser sencillo, pero ¿Cómo hacerlo dentro de una institución pública con tendencias laizantes? No es tarea fácil, ya que se nos puede acusar de adoctrinar al mínimo desliz que tengamos. El profesorado católico en esta situación necesita de valor y astucia. No debemos dejar de dar testimonio cuando sea necesario, pero casi siempre es más efectivo ser mansos como palomas y astutos como serpientes (Mt 10,16). Este comportamiento necesario cuando desarrollamos nuestra labor entre lobos. Quizás lo más importante es conseguir que los alumnos se hagan preguntas y que busquen respuestas.
Sobre todo, como indica el Santo Padre, hacer ver el contrasentido de la fragmentación y el entendimiento analítico que disocia todo en una suma de partes independientes. Ser muy críticos con la alienación del ser humano que se pregona y propaga en nuestra sociedad. Mostrar cómo esta búsqueda de una realidad rota, va contra el sentido común y es todo menos razonable.
La labor no es sencilla, pero tenemos al Espíritu para echarnos una mano.