En la oración, ¿mejor pedir o dar gracias?
por Un obispo opina
Prueben lo que les voy a decir y verán. Voy a ofrecerles mi experiencia. Repito, prueben y verán.
Me levanto muy de mañana. Lo primero que hago es estar una hora de oración ante el Señor. Recuerdo que le decía a mi santo arzobispo Mons, Lahiguera que también madrugaba: Sr. Arzobispo, no se levante tan pronto porque me lo acapara; déjemelo un rato para mí.
Desde hace tiempo, sobre todo en mi oración matutina, le pedía constantemente al Señor por la Iglesia tan perseguida e incomprendida en nuestro mundo, por mi patria, España, por Perú que me acoge, por una comunidad religiosa con problemas, por un Instituto Secular con pocas vocaciones, por mi familia y por otras muchas necesidades; y le pedía al Señor cosas y cosas, días y días.
Pero desde hace poco cambié mi estilo de oración. En vez de pedirle, empecé a darle gracias. Y sigo así. En vez de pedirle por los cristianos que sufren por su fe en todo el mundo, empecé a darle gracias por la fortaleza que les da para mantenerse firmes en la fe, sobre todo cuando llegan al martirio con paz y serenidad. Y le doy gracias por las vocaciones que va habiendo en el mundo. Y se las doy por la cantidad de sacerdotes y consagrados que, sin llamar la atención, le están dedicando sus vidas en el claustro o en la consagración religiosa o secular. Y se las doy por la cantidad de familias cristianas por la mucha paciencia que tienen con sus hijos que les crean problemas; y por los matrimonios que actúan apostólicamente en medio del mundo. Y se las doy por la cantidad de apóstoles seglares que están luchando en medio del mundo para impregnarlo del espíritu evangélico. Y de modo especial, se las doy por tantos niños que quieren a Jesús y que tratan de agradarle.
Claro que la oración de petición se une inmediatamente a la oración de acción de gracias. Es lógico que si le doy gracias por la fortaleza que les da a quienes son perseguidos por su fe, le pida que cesen las persecuciones, aunque, repito, que me gusta más darle gracias. Pero, ojo, no le demos gracias porque así creemos que podemos conseguir lo que le pedimos; lo que le pedimos lo hemos de pedir en nombre de Jesús, no en beneficio propio como tantas veces hacemos; si le damos gracias, démoselas porque sí, porque se lo merece, y porque sabemos que eso le agrada al Señor.w
Recordemos que Jesús es muy sensible a la acción de gracias. ¿Recuerdan la curación de los diez leprosos? "Al entrar en un pueblo, salieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a distancia y, levantando la voz, dijeron: « ¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros! Al verlos, les dijo: « Id y presentaos a los sacerdotes. » Y sucedió que, mientras iban, quedaron limpios. Uno de ellos, viéndose curado, se volvió glorificando a Dios en alta voz; y postrándose rostro en tierra a los pies de Jesús, le daba gracias; y éste era un samaritano. Tomó la palabra Jesús y dijo: « ¿No quedaron limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están?" (Lc. 17, 1217).
Incluso ante la muerte de un ser querido, por mucho que nos duela la separación, ¿por qué no darle gracias al Señor porque lo ha llamado junto a sí, y porque han disfrutado de su cariño durante años? Y tampoco olvidemos que la oración básica y fundamental de la Iglesia es la eucaristía, que significa acción de gracias.
A veces, en alguna reunión he preguntado: díganme con sinceridad: ¿qué hacen con más frecuencia, pedirle a Dios o darle gracias? La respuesta mayoritaria siempre ha sido: pedirle. Un poco pedigüeños sí que solemos ser.
Es cierto que Jesús nos dice que pidamos y que seamos constantes en pedir, pero fijémonos en la oración que nos enseñó. De cosas materiales, sólo “danos hoy nuestro pan de cada día”: "No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿Qué vamos a comer?, ¿qué vamos a beber?, ¿con qué vamos a vestirnos? Que por todas esas cosas se afanan los gentiles; pues ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura" (Mt. 6, 31-33). Confianza, confianza y sabernos siempre en manos de Dios es lo que nos falta.
Y cuando le pidamos, procuremos hacerlo como la Virgen; ella sí supo pedir: "Y, como faltara vino, porque se había acabado el vino de la boda, le dice a Jesús su madre: « No tienen vino. »" (Jn. 2, 3) Y lo dejó en manos de su Hijo. Sabía que le iba a responder. Igual nosotros cuando le pidamos.
Ella también supo darle gracias. Recordemos el canto del Magnificat: "Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre" (Lc. 1, 46-49). Jesús no nos da lo que le pedimos en nuestro nombre, sino lo que sabe que nos conviene.
Por otra parte, seamos conscientes de que, como dice San Pablo, "nadie… puede decir: « ¡Jesús es Señor! » sino con el Espíritu Santo" (1Cor. 12, 3). En otras palabras, dejémonos guiar siempre por Él.
José Gea
Me levanto muy de mañana. Lo primero que hago es estar una hora de oración ante el Señor. Recuerdo que le decía a mi santo arzobispo Mons, Lahiguera que también madrugaba: Sr. Arzobispo, no se levante tan pronto porque me lo acapara; déjemelo un rato para mí.
Desde hace tiempo, sobre todo en mi oración matutina, le pedía constantemente al Señor por la Iglesia tan perseguida e incomprendida en nuestro mundo, por mi patria, España, por Perú que me acoge, por una comunidad religiosa con problemas, por un Instituto Secular con pocas vocaciones, por mi familia y por otras muchas necesidades; y le pedía al Señor cosas y cosas, días y días.
Pero desde hace poco cambié mi estilo de oración. En vez de pedirle, empecé a darle gracias. Y sigo así. En vez de pedirle por los cristianos que sufren por su fe en todo el mundo, empecé a darle gracias por la fortaleza que les da para mantenerse firmes en la fe, sobre todo cuando llegan al martirio con paz y serenidad. Y le doy gracias por las vocaciones que va habiendo en el mundo. Y se las doy por la cantidad de sacerdotes y consagrados que, sin llamar la atención, le están dedicando sus vidas en el claustro o en la consagración religiosa o secular. Y se las doy por la cantidad de familias cristianas por la mucha paciencia que tienen con sus hijos que les crean problemas; y por los matrimonios que actúan apostólicamente en medio del mundo. Y se las doy por la cantidad de apóstoles seglares que están luchando en medio del mundo para impregnarlo del espíritu evangélico. Y de modo especial, se las doy por tantos niños que quieren a Jesús y que tratan de agradarle.
Claro que la oración de petición se une inmediatamente a la oración de acción de gracias. Es lógico que si le doy gracias por la fortaleza que les da a quienes son perseguidos por su fe, le pida que cesen las persecuciones, aunque, repito, que me gusta más darle gracias. Pero, ojo, no le demos gracias porque así creemos que podemos conseguir lo que le pedimos; lo que le pedimos lo hemos de pedir en nombre de Jesús, no en beneficio propio como tantas veces hacemos; si le damos gracias, démoselas porque sí, porque se lo merece, y porque sabemos que eso le agrada al Señor.w
Recordemos que Jesús es muy sensible a la acción de gracias. ¿Recuerdan la curación de los diez leprosos? "Al entrar en un pueblo, salieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a distancia y, levantando la voz, dijeron: « ¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros! Al verlos, les dijo: « Id y presentaos a los sacerdotes. » Y sucedió que, mientras iban, quedaron limpios. Uno de ellos, viéndose curado, se volvió glorificando a Dios en alta voz; y postrándose rostro en tierra a los pies de Jesús, le daba gracias; y éste era un samaritano. Tomó la palabra Jesús y dijo: « ¿No quedaron limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están?" (Lc. 17, 1217).
Incluso ante la muerte de un ser querido, por mucho que nos duela la separación, ¿por qué no darle gracias al Señor porque lo ha llamado junto a sí, y porque han disfrutado de su cariño durante años? Y tampoco olvidemos que la oración básica y fundamental de la Iglesia es la eucaristía, que significa acción de gracias.
A veces, en alguna reunión he preguntado: díganme con sinceridad: ¿qué hacen con más frecuencia, pedirle a Dios o darle gracias? La respuesta mayoritaria siempre ha sido: pedirle. Un poco pedigüeños sí que solemos ser.
Es cierto que Jesús nos dice que pidamos y que seamos constantes en pedir, pero fijémonos en la oración que nos enseñó. De cosas materiales, sólo “danos hoy nuestro pan de cada día”: "No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿Qué vamos a comer?, ¿qué vamos a beber?, ¿con qué vamos a vestirnos? Que por todas esas cosas se afanan los gentiles; pues ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura" (Mt. 6, 31-33). Confianza, confianza y sabernos siempre en manos de Dios es lo que nos falta.
Y cuando le pidamos, procuremos hacerlo como la Virgen; ella sí supo pedir: "Y, como faltara vino, porque se había acabado el vino de la boda, le dice a Jesús su madre: « No tienen vino. »" (Jn. 2, 3) Y lo dejó en manos de su Hijo. Sabía que le iba a responder. Igual nosotros cuando le pidamos.
Ella también supo darle gracias. Recordemos el canto del Magnificat: "Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre" (Lc. 1, 46-49). Jesús no nos da lo que le pedimos en nuestro nombre, sino lo que sabe que nos conviene.
Por otra parte, seamos conscientes de que, como dice San Pablo, "nadie… puede decir: « ¡Jesús es Señor! » sino con el Espíritu Santo" (1Cor. 12, 3). En otras palabras, dejémonos guiar siempre por Él.
José Gea
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