Jueves, 21 de noviembre de 2024

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Carta a un padre de familia

por O santo o nada


Querido amigo, sé que tu situación no es fácil. Me lo vas a contar a mí, que también derrapo por la prosodia de la crisis y de la turbulencia familiar. Pero es que un buen día te enamoraste hasta las cachas de la que es tu mujer y, libremente, te casaste con ella, con la chica más excepcional del planeta Tierra. ¿Lo recuerdas? Porque a veces se nos olvida, y dejamos de apreciar lo excepcional entre las virutas de la cotidiana tarea. Y aparcamos nuestro principal afecto en hospedajes que no vienen a cuento. Olvidando que el amor es sobre todo una responsabilidad. 

Dejemos por un momento a los niños aparte. Que un respiro nunca viene mal. Quiero que te fijes en ella, en tu mujer. No, así no vale, hay que observarla más detenidamente, despacio, como si te fuese en ello la vida. ¿Qué es lo primero que adivinas en su proceder? Bien, bien, vale. De acuerdo. Mil respuestas surgen. Que es una despistada, que es una pesada, que no se cuida, que se enfada por cualquier cosa… Sin embargo, si aprendemos a mirar por debajo de las apariencias, lo positivo prevalece y nos llega un mensaje muy nítido: nos están esperando. Con avidez. 

De hecho todo lo demás es resultado de esta espera. Tu mujer, y la mía, nos esperan detrás de cada minuto, de cada descuido, de cada rabieta. Por simple que pueda parecer, ellas nos prefieren mil veces a la televisión o a cualquier otra rebaja. Su naturaleza necesita ser mecida por nuestra ternura, o por una inteligente conversación. Además les encanta cotillear en el misterio que es el propio matrimonio, entre su aderezo y perfume, en el auspicio que es cada encuentro. Y los hombres, querido amigo, debemos aprender a convertir cada segundo que con ellas estamos en una sorpresa, en un regalo precioso. No debemos perder jamás el don del noviazgo 

Tu mujer sigue siendo la misma que hace no muchos años provocaba en ti un raro y alborozado frenesí, por la que bebías los vientos. La misma. O quizá  mejor. Te ha entregado su vida, en una fiel y continuada festividad de gozo, cuidados e hijos. ¿Por qué seremos tan necios los hombres, tan encenagados en la voluptuosidad y en lo mundano? Pero es así. Y con la rutina dejamos de asomarnos a los ojos y al alma de nuestra mujer -recuerda, la más bella del planeta Tierra- y preferimos digamos el fútbol a acariciar la luz del sol en su rostro. 

En la vida muchas veces nos perdemos lo mejor. Muchas, muchas veces. Y dilapidamos el tiempo en chirigotas y supercherías. ¿Será posible que lleguemos a creernos que hay cosas más importantes que nuestra mujer y nuestros hijos? Sí, mírala bien. Y mira a tus hijos, mientras juegan o estudian. (Yo también lo hago). Sin ellos no seríamos de verdad nosotros, y nuestro corazón se convertiría en una algarabía de sobresaltos, lamentos y ruinas. No te acostumbres a sus palabras o a sus labios, a su pelo o a su piedad, a sus gritos o a su carácter. Todo ello es tu familia. Y tu familia es para ti el querer de Dios.

 


 

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