Los anarquistas
Josep Gassiot Magret en su obra “Apuntes para el estudio de la persecución religiosa en España” continúa con este nuevo capítulo.
Francisco Ferrer y Guardia fue un conspirador y preparó un núcleo de individuos decididos para hacer la revolución. Pero fue, a la vez, un colector y propagandista de ideas disolventes, impropiamente calificadas de avanzadas. Así creó y sostuvo la denominada Escuela Moderna.
El señor Rafols, en su obra Modernismo y Modernistas, dice: “El pueblo español apesta de cultura desde que Lázaro-Galdeano fundó la España moderna en 1889; una parte de sus profesores y de sus políticos nutridos de escepticismo y de orgullo desde que Giner de los Ríos creó la Institución Libre de Enseñanza, unos diez años antes. El libre examen se va extendiendo… el orgullo, el escepticismo, el enciclopedismo cerril, eran patrimonio de numerosos escritores catalanes” (pág. 29).
Cita el mismo autor que uno de estos escritores, Jaime Brossa, decía: “Cuando una juventud aprueba o sanciona todo cuanto ha hecho y sancionado la generación anterior, lleva en sí misma el germen de una generación muerta”.
Los verdaderos sabios partían de los estudios y experiencias de las generaciones anteriores, para investigar y conseguir inventos para la humanidad.
Estos que presuntuosamente se denominaban intelectuales representaban en el orden filosófico, social y político, la rebeldía contra la tradición y hasta contra el buen criterio o sentido común. Para ellos lo interesante era singularizarse, y todo su afán consistía en admirar novedades, calificando de geniales las más absurdas teorías.
La religión y la filosofía cristiana eran conceptuadas como cosas o ideas atrasadas, y, aunque pudiesen ser o significar un trastorno social, se recibirían como chistes y se celebraban con regocijo, fórmulas como estas de Pompeu Gener: “Ni trona, ni trono; ni patrimoni, ni matrimoni, ni patria ni patró”. O sea ni religión, ni gobierno, ni propiedad, ni familia, ni patria, ni autoridad.
La plaga de los intelectuales anarquistas fue general en España y seguramente también en el extranjero, pues dice Carlton J. H. Hayes: “En todas partes eran los burgueses intelectuales los que organizaban la propaganda y preveían la dirección del socialismo marxista” (Una Generación de Materialismo, pág 186).
En Cataluña, entre otras publicaciones de finales del pasado siglo, hubo una titulada “Ciencia social”, en cuya cubierta figuraban sendos carteles con los nombres de Coubert, Proudhon, Darwin, Marx y Bakunin. Sus propagandas dieron fruto, y así en una parte del elemento popular se consideró que si la razón no tenía el freno religioso, si podía rebelarse contra las doctrinas tradicionales, también cabía la rebeldía contra la organización social existente, y se formó un grupo de anarquistas de acción.
De este grupo salieron: Paulino Pallás, que el 24 de septiembre de 1893 lanzó la bomba contra el general Martínez Campos; Santiago Salvador, que el 7 de noviembre del mismo año 1893 lanzó una bomba en el Teatro del Liceo que causó 20 muertos y numerosos heridos; otros fusilados por ser autores y cómplices de la bomba que el 7 de junio de 1896 estalló en la calle de Cambios Nuevos; Miguel Reinaldi (Angiolillo) que el 8 de agosto de 1897 asesinó a don Antonio Cánovas del Castillo; Miguel Artal, que el 12 de abril de 1904 atentó contra el Presidente del Consejo de Ministros don Antonio Maura; Manuel Possa, autor de otro atentado contra el mismo señor Maura, en 1910; Mateo Morral, que el 31 de mayo de 1906 arrojó una bomba contra Alfonso XIII y su comitiva; Juan Rull, condenado el 13 de abril de 1908, como autor de las bombas que estallaron en Barcelona en los días 24 y 26 de diciembre de 1906, 20 y 27 de enero y 8 de abril de 1907; Manuel Pardiñas, que el 12 de noviembre de 1912 asesinó a don José Canalejas; Pedro Mateu Cusidó, que el 3 de enero de 1921 asesinó a don Eduardo Dato, y otros varios.
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