Miércoles, 25 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

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Da su vida para ver nacer a su bebé

por En cuerpo y alma

 
Sarah y Polly: "El sentimiento cuando vi por
primera vez a mi hija fue de completo amor"
            Se llama Sarah Brook. Es inglesa. Tiene 32 años. No he conseguido conocer su religión, no creo que sea católica. Se hallaba en el sexto mes de su embarazo en el momento en el que fue diagnosticada de cáncer de intestino. Cuando le dijeron que el tratamiento podía poner en peligro la vida de su bebé, decidió postergarlo hasta que la niña pudiera nacer con razonable expectativa de sobrevivir. El tratamiento fue demorado un par de semanas y cuando Polly, -que así se llama la afortunada niña beneficiaria de tanto amor-, cumplió su semana 27 de gestación, se decidió la cesárea para iniciar el tratamiento de la madre sin ella dentro de su vientre.
 
            Hoy, cuando Polly tiene ya cuatro semanas de vida, el devastador cáncer de su madre se le ha extendido al páncreas, a los pulmones y al cuello. Según presenta la noticia el Daily Mail, las hormonas del embarazo promovieron el crecimiento del tumor contra el que lucha hoy denodadamente, a lo que parece con escasas expectativas, Sarah.
 
            Son muchas las cuestiones que el caso plantea. La primera y por encima de todas, la heroicidad de una mujer: una madre que prefirió exponerse ella para no exponer a su hijita a la que ni siquiera conocía.

            Ante esta reflexión toda otra palidece. Nos hallamos ante la verdadera esencia de la maternidad, el amor que se esconde detrás de cualquier madre, pero de algunas, como es el caso de la de Sarah, todavía más. Perfectamente descrito por ella misma: “El sentimiento cuando vi a mi hija por primera vez fue de completo amor”. Y tan diferente del discurso descarnado y barbárico en el que se desenvuelven otras mujeres y otros hombres cuando hablan del “derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo”; cuando presentan el aborto como “parte fundamental de las políticas preventivas y del derecho a la salud pública”; o cuando asocian las limitaciones a un supuesto derecho a abortar como un cuestionamiento de la “capacidad de las mujeres de tomar sus propias decisiones, como si necesitáramos tutela o fuéramos menores de edad”.
 
            Pero existe aún una segunda lectura, porque trascendiendo los aspectos más sentimentales de la cuestión, cabe preguntarse qué es lo que desde el punto de vista bioético era exigible, o simplemente posible, haber hecho aquí. Son muchos los que se tentarán en plantear el caso desde el punto de vista de lo que se da en llamar un aborto terapéutico, en cualquiera de sus dos posibles trayectorias: ora para afirmar que todo lo que la madre pueda hacer para salvar su propia vida es un aborto terapéutico; ora para aplaudir la eliminación del feto como única manera de salvar a su madre.
 
            Pues bien, no. El planteamiento no es, ni desde el punto de vista ético, ni desde el punto de vista médico, ése en modo alguno. Haber iniciado el tratamiento quimioterapéutico de Sarah tan pronto como se descubrió su tumor sin eliminar a Polly, no habría formado parte de ningún supuesto de aborto terapéutico. Etica y médicamente hablando, así hacerlo habría sido un caso bien diferente, y no habría consistido en modo alguno en matar a una persona (Polly en este caso) para salvar a otra (Sarah), sino en salvar a una persona (Sarah) asumiendo el riesgo que ello conlleva para la vida de una tercera (Polly), tratando, eso sí, en todo momento, de reducirlo al mínimo.
 
Dra. Sonsoles Alonso, ginecóloga.
            El caso es relativamente frecuente. En esta misma columna hemos tenido ocasión de entrevistar a la Dra. Alonso, una de esas personas que en España se halla en primera línea de batalla por lo que a la lucha contra el cáncer de mujeres embarazadas se refiere. Preguntada sobre si con los conocimientos actuales de la medicina, existían “verdaderamente casos en los que hay que optar por la vida de la madre frente a la vida del hijo” en otras palabras, sobre si en su opinión existía “realmente, el supuesto del aborto terapéutico”, ésta era su ponderada respuesta:
 
            “El aborto nunca es terapéutico, nunca la muerte del hijo intraútero es un método para curar a su madre, sea cual sea la enfermedad. Son verdaderamente excepcionales los casos extremos”
 
            A lo que luego añadía:
 
            “Puede ocurrir que al tratar a la madre muera el hijo. Pero esto es una consecuencia, no una opción terapéutica” (Dra. Alonso).
 
            Todo lo cual, no hace sino poner en valor, aún más si cabe, el acto de supremo amor realizado por Sarah, que no es que se negara a recibir un aborto para salvar su propia vida, algo que, vista la naturaleza del caso, estuvo siempre out of question¡Es que ni siquiera quiso poner en riesgo la vida de su hija para salvar la propia mediante su tratamiento!
 
            Uno de esos casos heroicos ante el que no cabe sino agachar la cabeza y reconocer que existen seres humanos extraordinarios. Y que Sarah es, indudablemente, uno de ellos. ¿Católica? ¿No católica? ¡Que más da, una madre nada más!
 
 
            ©L.A.
            encuerpoyalma@movistar.es
 
 
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