El martirio mediático de Mons Reig Pla
El martirio mediático de Mons Reig Pla
"No se pueden corromper las personas. Ni siquiera con mensajes falsos. Quisiera decir una palabra a aquellas personas que hoy, llevadas por tantas ideologías que acaban por no orientar bien sobre la lo que es la sexualidad humana, piensan ya desde niños que tienen atracción hacia las personas de su mismo sexo, y a veces para comprobarlo se corrompen y se prostituyen, o van a clubs de hombres nocturnos. Os aseguro que encuentran el infierno. ¿Vosotros pensáis que Dios es indiferente ante el sufrimiento de todos estos niños?".
Esta reflexión ha dolido a muchas personas y ha producido que el Concejo de RTVE se vaya a reunir para señalar que no se puede discrepar con la ideología de género de forma pública. Lo curioso es que toda esta trifulca se sustenta en dos falacias: que estas palabras son homofóbicas y que son contrarias a la constitución.
Si leemos las palabras de Mons. Reig Pla, nos daremos cuenta que habla de quienes corrompen a los niños llevándolos hacia una condición sexual que no está en su naturaleza. Habla de quienes proponen que el sexo es electivo y puede cambiar según el deseo de cada momento. Habla del infierno que viven estas personas por negar su naturaleza. Entonces ¿Por qué tantos ataques y tan viscerales? Incluso se habla de pedir a la fiscalía que tome cartas en el asunto. San Agustín nos da una pista:
Como el sol se muestra apacible al que tiene ojos nítidos, sanos y vigorosos, y al que los tiene enfermos como si lanzase dardos irritantes, vigorizando al primero al contemplarlo y atormentando al segundo, sin cambiarse el sol, pero cambiando el hombre, así, al comenzar tú a ser perverso, te parece que Dios también lo es. Tú te cambiaste, no Dios. Luego lo que es gozo para los buenos será para ti amargura (San Agustín, Comentario al Salmo 72,7).
Hagamos un símil ¿Que sucede cuando alguien nos toca una herida infectada? Nos duele y nos defendemos. Incluso si quien nos toca es un médico que nos intenta curar. ¿Sería lógico prohibir que las heridas puedan ser tocadas porque eso conlleva evidenciar su existencia? ¿Vivimos mejor en la ignorancia de lo que nos aflige que el conocimiento de ello?
Con el símil de la herida no me refiero a las personas que tengan tendencia homosexual, sino a aquellas que niegan la existencia de un orden dentro de nuestra naturaleza. La ideología de género produce dolor y que otras personas señalen el foco del dolor, no resulta agradable.
Las críticas a las palabras de Mons Reig Plan se extendieron a otros dos comentarios adicionales. El primero contra el aborto y el segundo contra el adulterio.
Duele que señalemos el crimen de estado que constituye el aborto. Crimen contra los niños que asesinamos y las madres a las que no damos otra opción. Según estas personas, se puede obligar a una mujer a abortar, pero es una abominación ofrecerle conocimiento y apoyo para que reciba su hijo.
Duele que señalemos el adulterio y la promiscuidad como causantes de un inmenso sufrimiento. El modelo de sexualidad libre y sin responsabilidad, es una manera inmoral de mancillar y repudiar a las mujeres. Ellas son las que más sufren y detrás de ellas, muchos hombres que siguen buscando una ficticia felicidad en el placer del momento. ¿Cuantos hombres y mujeres conocemos que buscan la felicidad en con este modelo de vida insostenible? Demasiados.
Decir estas verdades en RTVE resulta insoportable para quienes tienen una herida que les supura y prefieren ignorar. No puedo dejar de indicar que es necesario que nos defendamos de estos ataques y que apoyemos a Mons. Reig Pla en el martirio mediático al que está siendo sometido. Aunque parezca una locura, hay que defenderse con caridad y sin odio de los ataques que recibimos. Antes que atacar a estas personas, debemos curar nuestras heridas. Heridas que no son pocas.
Es evidente que somos incómodos en esta sociedad, pero también lo éramos en el siglo II. Si leemos la Carta a Diogneto nos daremos cuenta de ello:
[Los cristianos…] Se casan como todos y engendran hijos, pero no abandonan a los nacidos. Ponen mesa común, pero no lecho. Viven en la carne, pero no viven según la carne. Están sobre la tierra, pero su ciudadania es la del cielo. Se someten a las leyes establecidas, pero con su propia vida superan las leyes. Aman a todos, y todos los persiguen. Se los desconoce, y con todo se los condena. Son llevados a la muerte, y con ello reciben la vida. Son pobres, y enriquecen a muchos. Les falta todo, pero les sobra todo. Son deshonrados, pero se glorían en la misma deshonra. Son calumniados, y en ello son justificados. «Se los insulta, y ellos bendicen». Se los injuria, y ellos dan honor. Hacen el bien, y son castigados como malvados. Ante la pena de muerte, se alegran como si se les diera la vida. Los judíos les declaran guerra como a extranjeros y los griegos les persiguen, pero los mismos que les odian no pueden decir los motivos de su odio. Para decirlo con brevedad, lo que es el alma en el cuerpo, eso son los cristianos en el mundo. (Carta a Diogneto)
Los cristianos volvemos a ser perseguidos o en el mejor caso, tolerados mientras no nos dejemos ver. Bueno, no sucede nada anormal. De otras encerronas similares hemos salido y seguiremos adelante. El Reino de Dios nos es de este mundo. Nunca lo ha sido ni nunca lo será:
Respondió Jesús: «Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos: pero mi Reino no es de aquí.» Entonces Pilato le dijo: «¿Luego tú eres Rey?» Respondió Jesús: «Sí, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la Verdad. Todo el que es de la Verdad, escucha mi voz.» (Jn 18, 33-34)
Escuchemos la voz de Cristo.