Lunes, 23 de diciembre de 2024

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La persecución religiosa sufrida desde 1931 a 1939 aniquiló cientos de imágenes de María Santísima

El martirio de la Virgen María en 1936. La Macarena de Sevilla

por Victor in vínculis

NICOLÁS DE JESÚS SALAS (1933-2018), hijo de un notario y poeta valenciano de Requena. Al fallecer su padre en 1934, al poco de nacer Nicolás, su madre decidió regresar a Sevilla, ciudad de la que ella procedía y en la que Nicolás llegaría a ser cronista y donde desarrollaría su carrera periodística, en ABC, Diario de Sevilla o Correo de Andalucía. Sobre estas líneas, Nicolás Salas, junto al entonces alcalde Juan Ignacio Zoido, en la inauguración de la calle que lleva su nombre, en el barrio de Triana, de Sevilla.

En 2017 publica este interesante artículo:

La Virgen Macarena durmió dos noches en un corral de vecinos (elcorreoweb.es)

«La Macarena podría ser, debería ser, la Patrona de los Refugiados de Sevilla... Durante las noches de la Primavera Trágica de 1936, grupos de hermanos hacían guardia en el interior de los templos con sacos de arena y cubos de agua preparados para evitar que se propagaran los incendios provocados por los «cocteles Molotov» que criminales a sueldo tiraban por las ventanas. Pero no bastaban las guardias de hermanos durante las noches.

[Cinco meses antes del inicio de la Guerra Civil, la Virgen de la Esperanza fue ocultada en un cajón y puesta a salvo ante la amenaza de destrucción. El cajón se puede ver en el Museo de la Macarena.]

En los días de crisis más violentas, la Junta de Gobierno decidió ocultar la imagen de Nuestra Señora en lugares seguros y secretos, sólo conocidos por pocas personas. Nuestra historia recoge que la Macarena estuvo oculta en los domicilios de Francisco Pareja Muñoz, en la calle Méndez Núñez, y de Manuel Gamero Díaz, en la calle Lepanto, tan vinculados a la Hermandad.

La Macarena durmió dos noches de miedo en un corral de vecinos de la calle Escoberos. En pleno Moscú sevillano, rodeada de algaradas, de angustias macarenas por la seguridad de su Virgen...

¿Será posible que la Santísima Virgen, la Madre de Jesucristo, reposara entre sábanas blancas sobre un humilde lecho de obrera macarena? ¿Hay imagen alguna en la historia cofrade que fuese escogida como símbolo de la persecución y, al mismo tiempo, como testimonio de humildad en un corral de vecinos?

Cerremos los ojos. Pongamos en nuestra mente la figura de la Virgen. No la vamos a ver con su espléndida corona, ni con su manto, ni rodeada de luces... La vamos a ver semi oculta entre sábanas blancas de un lecho humilde, en la semi oscuridad de una pequeña habitación de corral de vecinos, mientras Victoria Sánchez, la limpiadora del templo, la mira, la custodia, duerme en el suelo junto a la cama, siente su corazón palpitar de emoción, de miedo, y también de alegría por saberla segura... ¿Cabe más esplendor, mejor trono para nuestra Virgen?

Nuestra Señora de la Esperanza, como tantos miles de sevillanos que perdieron su hogar por causa de la riada del Tamarguillo y la posterior ruina del caserío popular, de corrales y vecindades, tuvo que vivir refugiada fuera de su barrio, tuvo que aceptar la caridad de una vivienda provisional, de un techo que supliera al que había perdido...

Y Ella, Nuestra Señora, también sabía lo que era vivir en un modesto corral de vecinos del barrio macareno, cuando fue llevada por la limpiadora de San Gil, Victoria Sánchez Contreras, a su humilde hogar para librarla del odio marxista.

[Después de la Semana Santa de 1936, la Macarena no pudo volver a su templo. La tarde-noche del 18 de julio la iglesia parroquial de San Gil ardió y quedó destruida, desapareciendo todo cuanto estaba en su interior. Gustavo del Barco, con forma de relato breve, expone el sentimiento de la ciudad hacia la Esperanza Macarena con motivo de la quema de la Iglesia de San Gil en los disturbios de 1936].

El refugio de Nuestra Señora sería un símbolo, una profecía, de aquellos refugios, veinticinco, que durante tres lustros fueron un drama ciudadano sin precedentes en España. Como lo había sido, entre 1936 y 1942, el exilio forzoso de la Macarena fuera de su barrio, alejada de su gente...

La persecución religiosa en Sevilla, durante la II República, el Frente Popular y la guerra civil, fue una dramática realidad hoy incuestionable, una dolorosa tragedia en bastantes ocasiones, donde la suspensión de los desfiles procesionales durante las Semanas Santas de 1932 y 1933, fue una anécdota ilustrativa dentro del conjunto de circunstancias adversas sufridas por la Iglesia católica en aquellos años, y una reacción razonable, lógica, que entonces y ahora ha sido desdibujada, gente que se empeña en hacer abstracción del hecho de la suspensión de los desfiles y no tener en cuenta las razones legítimas de defensa que deben reconocérsele a las Hermandades y Cofradías como a cualquier otra clase de corporaciones.

Tenemos que dejar muy claro, si tenemos el propósito de acercarnos a la historia para aceptarla tal como fue, con el noble afán de conocer la verdad a secas, sin apellidos ideológicos, o vamos a seguir la senda de los que toman de la historia únicamente aquellos datos que avalan «su verdad prefijada». Es decir, los que reproducen exultantes sólo aquellos datos que son favorables a sus tesis, pero marginan, ignoran olímpicamente, todo aquello que desmonta los prejuicios mantenidos a ultranza. Esta toma de posición es fundamental para que la verdad prevalezca sobre la media verdad.

También la estancia de Nuestra Señora de la Esperanza Macarena en la iglesia de la Anunciación, reúne varias circunstancias simbólicas. Hechos básicos para entender una época dramática y trágica. Fundamentalmente, sin duda alguna de manera providencial, la Macarena se convirtió en el testimonio máximo de la persecución sufrida por la Iglesia Católica en general y las Hermandades y Cofradías en particular durante la II República.

Podríamos decir, que tenía que ser la Santísima Virgen Macarena la que protagonizara el hito histórico que sirviera de síntesis para la posteridad, la que fuera referencia obligada en aquellos primeros meses de guerra civil, la que sirviera de apoyo a tantos españoles atrapados en la zona roja.

Y por causa de su exilio obligado, la devoción macarena creció y se multiplicó de manera extraordinaria, así como el número de hermanos. Y el nombre de la Esperanza Macarena se pronunciaba en todas partes con creciente fe... Llegaba a los frentes de batalla, a las retaguardias, cruzaba las fronteras y los mares y océanos, penetraba en los refugios... Donde quiera que llegaran las noticias de la Guerra de España, allí llegaban también las referencias a la Virgen sevillana por excelencia, que, habiendo perdido su Casa, habiéndose salvado milagrosamente de la destrucción, había reaparecido y encontrado refugio por caridad en la Universidad».

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