¡Cuántas razones para el optimismo!
por Guillermo Urbizu
¡Cuántas razones para el optimismo! Aunque no lo parezca. Mil motivos para la esperanza. A raudales. Vidas cotidianas de las que no sabe nadie, vidas heroicas y sensibles y buenas. Gente alegre, sobria, y sencilla. Hay más luz que sombra, más amor que odio. Y mirad la inmensidad del cielo, o la de un verso, o la de una sonrisa. Mirad con atención la vida, en su demora infinita, en ese detalle concreto. Lo que sea, amigos, lo que sea. Sobran ejemplos para ese optimismo, para esa esperanza. Pero debemos aprender a mirar, a fijarnos. Ahora mismo acabo de ver un reflejo de luz en el aire, y un poco antes estaba leyendo un poema de Juan Ramón Jiménez (“Cada hora mía me parece / el agujero que una estrella / atraída a mi nada, con mi afán, / quema en mi alma”).
Esta vida nuestra, ¡cómo cuesta! Pero en su esfuerzo adquiere virtud, y belleza. Y fortaleza. La virtud de la belleza, el don del gozo y de la mirada. Tomemos nota de todas esas razones para el optimismo, para esa felicidad ansiada. No dejo de contemplar, de sentir, de agradecer. Esta misma mañana he dado gracias a Dios por un beso inopinado, y por el color intenso de un zumo (he bebido su color más que el zumo). Pequeñas cosas, su roce… ¡Tantas y tantas maravillas! La vida, por favor, miradla. Esas manos, esos labios, esos rododendros y orquídeas, y esas obras de arte que dan fe del alma. Ese amor que se posa en su espalda, y esa profundidad de la ternura. Mirad, mirad, no os perdáis los juegos de esos niños, y los brillos, y la pintura de Pissarro y la esperanza que se recoge en el regazo de aquella madre.
Abruma la dificultad, y sobre todo la pesadumbre, que puede que nos avinagre un tanto el carácter, y nos quite la paz y nos haga prescindir de la paciencia. Pero no puede ser que todo nos parezca tragedia e infortunio. No puede ser, y no lo es. Levantemos el corazón, y los ojos. Más arriba, más y más alto. Más aún, ayudándonos los unos a los otros, en esa dinámica de amor que caracteriza al hombre por encima de cualquier otra cosa. Dejemos de lado las constantes quejas, o insultos, o miedos. Sintamos en el corazón lo bueno, en esa percepción del abrazo de Dios, y de la verdad, y de lo bello. Para ello es preciso afanarse en los sueños y en la vida interior (sólo amor). Y en la mirada. La felicidad no debe pasarnos desapercibida por más tiempo. La tenemos justo ahí, ahí mismo, al alcance de nuestra propia biografía.
(Pintura de Camille Pissarro, "The Hermitage at Pontoise", 1868).