¿Y cómo puedo yo mimar a Jesús?
por Guillermo Urbizu
No me parece una mala pregunta, porque vamos a ver. Nos pasamos la vida hablando del amor que Dios nos tiene, de lo que nos cuida, de lo que nos mima, de lo que nos da, de lo que Jesús hizo por nosotros… Pero ¿por qué no nos preguntamos, con mucha mayor frecuencia, qué es lo que podemos hacer nosotros por Él?
Durante un tiempo estuve dándole mil vueltas a este asunto. Me di cuenta de que le había estado amando a Jesús de una forma egoísta. Recibiendo a manos llenas, pero no correspondiendo como debía (y podía). Así que comencé a pensar más en Él que en mí, o eso intentaba. Y no me refiero a amar a los demás, a ser bueno, a hacer el bien (siendo todo eso lo que el Señor nos pide siempre). Me refiero a mimos concretos. A esos tiernos detalles de amor hacia Él. Acercarme con mi amor simplemente para amarle, sin pedirle absolutamente nada. Amarle gratuitamente. Eso, mimarle, mimar a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Sé que a Jesús le gustan nuestros mimos. ¿Y a quién no? Cuando María le limpió con sus lágrimas los pies, a Él le gusto. Cualquier detalle de amor vale. Y cada uno tendrá los suyos, que incluso en la forma de amar hay distintos estilos. Os voy a contar algunas de las cosas que hago yo, sin ponerme de ejemplo de nada:
- Me gusta visitarle siempre que tengo ocasión, muy especialmente cuando sé que la iglesia está vacía. Presentarme ante Él y decirle simplemente: “aquí me tienes, y vengo a darte un beso y a hacerte un rato de compañía”.
- Yo vivo con un pequeño crucifijo siempre encima. En cuanto tengo ocasión, lo llevo en la mano y cuando puedo, lo beso y le digo: “Señor, Te quiero”.
- Estar más pendiente de aquellas personas que más me cuesta tratar, o de aquellas otras que me necesitan (a pesar de mi pereza, o de mis "razones").
- En cualquier ocasión y circunstancia, hablo con Él a través de breves jaculatorias. En realidad, creo que me pasaría la vida diciéndole ‘minucias’ como “te quiero”, o “gracias, Señor”.
- Me gusta mimarle en la Cruz. Cerrar los ojos y trasladarme a la sangría del Gólgota, y susurrarle al oído: “Señor, no tengas miedo, no estás solo. El Padre, la Virgen y esta pequeñez que yo soy te acompañamos. Y te queremos”.
- Me gusta perderme en Su mirada, que me alimenta, me inspira y me alegra. En esas ocasiones, no es suficiente decirle “te amo”. En esas ocasiones no hay forma humana de corresponderle. ¡Qué infinito es todo en Su Amor!
- Me gusta besar sus heridas en mi pequeño crucifijo, con la intención de aliviar de alguna manera el dolor que sintió cuando le clavaron a la Cruz (cuando de nuevo le clavamos en la Cruz con nuestros desprecios y pecados y tibiezas).
- Me gusta besar el sagrario cuando nadie me ve, y también el altar, para que Él se encuentre ese beso mío en la próxima consagración. Dejar en esos besos todo mi amor, toda mi vida, todo lo que soy y tengo.
En fin, pequeños detalles de amor. Sé que le gustan mucho. Como en todo asunto de la vida espiritual, sólo hay que dar el primer paso para comenzar el camino, y perseverar de esta forma en el Amor. Tras el primer mimo que se nos ocurre, el Espíritu Santo nos sugiere otro, y otro más. Hasta convertir nuestra vida en un puro mimo, en una caricia constante hacia Aquel que tanto nos ama. ¡Qué precioso eres mi Señor, y cuánto te quiero! Y no quisiera que todo esto se quedará sólo en palabras, o en buenas intenciones. Ayúdame.